A estas alturas, ya da algo de vergüenza
ratificar que uno es de izquierda. Cómo no tener algo de vergüenza por ser uno
izquierdista ante la permanente y constante proliferación de izquierdismos en
el mundo que sin remilgo ni pudor alguno siguen haciendo gala de su despotismo
autoritario optando por denostar, en pleno tercer milenio de nuestra era, la
democracia por “burguesa”, “liberal” u “occidental” a nombre del “socialismo” y
la “revolución” igualitaria. Se desconoce –desde ideologías a media cocción–,
que la democracia política moderna nacida en el mundo antiguo precristiano es,
sin duda, el primer concepto socialista creado por la humanidad.
Así es. Al implicar como necesidad conceptual
y moral la obligada rotación y el cambio
de los gobiernos la democracia moderna es, en clave marxista, un concepto fundacionalmente socialista toda
vez que la democracia se opone a la privatización del Estado –lo más público
que las sociedades deben tener–, a favor de una persona o de un grupo de
personas. En democracia, el Estado no debe ni puede ser propiedad privada de
ninguna persona, grupo o partido. El Estado, en democracia, no puede ni debe
ser objeto de una apropiación privatista de sus estructuras y aparatos a favor
de ningún particular. Nadie tiene, en democracia, derecho a capturar para sí
los aparatos del Estado. Los gobiernos, en democracia, deben cambiar
periódicamente. Pretender adueñarse para siempre del aparato de gobierno, como
por ejemplo en Bolivia lo va intentando el MAS desde 2007, es reaccionario,
antisocialista, antidemocrático.
Da vergüenza declararse uno de izquierda ante tanto socialista en el mundo que
ni objeta ni se opone a que los Estados se vuelvan, una y otra vez, propiedad
privada de abusivos y curiosos tiranos que medran de y acumulan y agrandan su
poder desde una confusión conceptual que contrapone con vulgar simplismo
democracia y socialismo, cuando este último ni siquiera puede pensarse
coherentemente si no es en ligazón con el concepto y la práctica de la
democracia.
También da vergüenza ratificarse uno como izquierdista ante la asombrosa ingenuidad y candor de vastos sectores de la izquierda intelectual y/o activista democrática y decente a nivel planetario que se creen a menudo y en diversas circunstancias el cuento y la falsedad del progresismo e izquierdismo de diversos regímenes de gobierno por el solo hecho de autoproclamarse y declarase ellos mismos de izquierda y en contra del capitalismo. A pesar de tratarse, en varios casos, de regímenes que en los hechos contribuyen en sus países a la reproducción, penetración y la ampliación de los capitalismos más depredadores y de las oligarquías ricas más funestas, para innumerables izquierdistas a nivel mundial basta que uno de esos regímenes se autoproclame de izquierda con una retórica discursiva anticapitalista suficientemente altisonante para que se lo crean y pasen a apoyarlo. Enorme parte de la izquierda internacional muestra con ello una carencia en verdad sorprendente de aprehensión crítica y/o seriamente analítica de los datos específicos que cada compleja circunstancia nacional o local diferenciada presenta.
Pienso, por ejemplo aquí en Bolivia, en el gobierno del MAS que ha abierto desde 2006 de par en par la economía del país al crudo y ambientalmente depredador capitalismo asiático y que ha venido galvanizando estructuralmente el empoderamiento y el enriquecimiento crecientes de las mafiosas oligarquías de la cocaína en ese abierto negocio capitalista ilegal que es el tráfico de drogas. Ha bastado, siguiendo recetas de Cuba, que el MAS proclame a diestra y siniestra y por todos los medios de propaganda posibles su pretendido izquierdismo anticapitalista para que gruesos sectores de la izquierda mundial crean que efectivamente estamos aquí en Bolivia en el paraíso de los progresismos anticapitalistas, cuando en realidad Bolivia es solamente un paraíso para el capital chino, coreano, japonés y de a poco ruso y para el negocio capitalista de la cocaína y de la corrupción. Ante semejante ingenuidad y candor de buena parte de la izquierda internacional, que raya a veces, incluso, en colmos de parálisis intelectual, da vergüenza ratificar que uno es de izquierda
Peor todavía. Dado el abierto autoritarismo físico y simbólicamente violento de diversos izquierdismos en el mundo que no titubean un ápice, incluso a estas alturas del siglo XXI, en desconocer en nombre de la justicia social y la igualdad los derechos humanos y políticos de las personas y de sus contrincantes –llegando incluso a asumir el encarcelamiento, la tortura y el asesinato políticos como permisibles y hasta necesarios–, da sin duda ya mucha vergüenza tener que declarar uno su izquierdismo. Quienes encarcelan, torturan o asesinan políticamente a sus contrincantes para saciar apetitos de poder encubiertos por fraseología, retórica y políticas económicas pro pobres –como en el caso de diversos regímenes dictatoriales y sus encendidos o pretendidos anticapitalismos–, llevan a quienes nos declaramos de izquierda a los umbrales de la desesperanza ante la realidad del género humano.
Pero actuamos y escribimos desde la izquierda. Sin desconocer las crudas realidades en la historia moderna de diversos izquierdismos despóticos y antidemocráticos, vamos a seguir luchando por la justicia social, la igualdad económica y por los pobres. La defensa del medioambiente es también nuestra agenda. La lucha por los derechos de los pueblos indígenas es nuestra lucha. Y muchos seguiremos enarbolando nuestra más profunda convicción por un socialismo que, eso sí, debe declarar sin un ápice de vergüenza su convicción democrática más plena y su adhesión total al Estado de Derecho.
Desde una izquierda que cree en los
derechos humanos y políticos de las personas y de cualquier contrincante
político debemos entonces reclamar aquí y ahora, demandando y exigiendo, la
libertad procesal de Jeanine Añez y un juicio justo y el proceso debido para
ella. Desde la izquierda sabemos que nadie tiene el derecho de cebar su misoginia
con una mujer que está siendo, aparte de otros abusos, víctima del machismo
estructural de una sociedad cada vez más violenta contra las mujeres.
Jeanine Añez es, de modo evidente, el objeto expiatorio del exacerbado ultraje machista
de nuestra sociedad canalizado en este caso por un gobierno ya vergonzosamente
indecente. Convocamos a las mujeres de Bolivia a exigir un juicio justo y el
proceso debido para todas y cada una de las mujeres en Bolivia, lo que ahora incluye
a Añez. Instamos al gobierno a tener un mínimo de decoro y vergüenza
permitiendo a los fiscales y jueces que controla y manipula que permitan que Añez
sea juzgada y se defienda en libertad. Que quede claro, no proclamamos la
inocencia de Jeanine Añez, pero desde la izquierda, desde un apego verdadero a
la democracia y a la vigencia plena del Estado de Derecho, demandamos y
exigimos que se respeten sus derechos.
Ricardo Calla Ortega es sociólogo.