¿Qué sería de Cochabamba sin el Parque Tunari? ¿Qué de Santa Cruz,
sin el Cordón Ecológico? ¿O de La Paz sin el bosque de Pura Pura? ¿Serían las
mismas ciudades que son? Sólo quien ha sentido la densidad de ese hálito frío y
húmedo que emana tan claramente del bosque de Pura Pura al pasar por su vera se
da cuenta de la importancia de su impacto en el clima y la calidad del aire de
la hoyada paceña.
Pero, ¿de dónde salió el bosque de Pura Pura? ¿Cuál es su origen? Hay escenas de ferrocarriles en la década de 1930 bajando desde lo que hoy es El Alto, por la ladera oeste de La Paz, que muestran una pendiente pelada de vegetación donde hoy está ese bosque de eucaliptos. ¿De quién fue la iniciativa de poblar con esos árboles de origen australiano esa ladera paceña?
Cuando investigaba para mi libro Dos disparos al amanecer – Vida y muerte de Germán Busch (Plural, 2017), Pablo Estefanoni me guió hacia el inédito Diario íntimo, de Alcides Arguedas, a una de cuyas tres o cuatro copias existentes tuve acceso.
El Diario de Arguedas sigue un pulcro orden cronológico y pinta un detallado contexto de su época. De hecho, los dos tomos de su obra La danza de las sombras son una fracción, muy pequeña, se de su Diario íntimo. Me fue indispensable leer varios tomos, correspondientes a los años previos al ascenso de Busch al poder, culminando con el famoso puñetazo (que no bofetada) del joven dictador de 34 años al consagrado y sedentario autor de 58.
Es difícil empatizar con Arguedas, a quien su propio cuñado, el gran Gustavo Adolfo Otero, calificaba como parco, altanero y falto de sentido del humor. Pero en la fracción de su Diario íntimo que leí, hubo dos cosas que me lo hicieron entrañable: una, su arduamente buscado encuentro con su hija inglesa en París y su última y definitiva despedida. Allí, Arguedas, se muestra dolido, íntimo, humano.
Y la segunda, sus problemas económicos para mantener dos propiedades rurales: una en Caracato y la otra en La Portada, entonces en las afueras de La Paz, la cual buscaba vender. Sobre esta última, son frecuentes sus anotaciones en las que relata cómo él, con la ayuda de ocasionales colaboradores, plantaban eucaliptos.
En determinadas fechas, espaciadas por un par de años, hace un recuento de cuántas decenas de miles de árboles de eucalipto plantó él personalmente (se supone que con ayuda) en su propiedad en La Portada, y probablemente más alá de los límites de su propiedad.
Tuve que interrumpir mi lectura del Diario de Arguedas en 1939, tras la muerte de Germán Busch. Me hubiera encantado seguir leyendo, pero era una terea titánica: volúmenes y volúmenes de detalladas relaciones interpersonales hasta la muerte del autor, a los 67 años, en 1946. No llegué a saber si vendió, o a quién, su propiedad, ya arbolada, de La Portada: el actual bosque de Pura Pura.
Más allá de revelar el origen de este importantísimo rasgo de La Paz, el Diario de Arguedas, amplio, agudo, inteligente, brinda un contexto inigualable de la realidad social y política boliviana de las décadas que cubre, así como interesantes revelaciones personales: fue un joven inmigrante judío, Juan Conitzer, el encargado de transcribir y/o tomar dictado. Ello sumado al hecho de que “Juan Pancho”, Juan Francisco Bedregal, fuera el mejor amigo de Arguedas, desvela que probablemente esta conexión fue el inicio del matrimonio entre Conitzer y Yolanda Bedregal.
Tal como habría sido el deseo del propio Arguedas (que se publicara a los 40 años de su muerte), sería necesaria una edición condensada de su Diario íntimo, podando a los personajes que no trascendieron a su época y preservando a aquellos y sus hechos que sí tuvieron impacto sobre la nuestra.
Robert Brockmann es docente universitario.