Un minuto. Eso le bastó al expresidente Jorge Tuto Quiroga para reducir a polvo los argumentos del gobierno de Luis Arce Catacora sobre la adhesión de Bolivia al Mercado Común del Sur (Mercosur). Un video breve, viralizado en redes, muestra al potencial candidato presidencial exponiendo, con precisión quirúrgica, por qué sacaría a Bolivia de este bloque en caso de volver al Palacio Quemado.
A más de un devoto del Mercosur, esa descripción tan mordaz habrá dejado perplejo. Según Quiroga, unirse al mecanismo significaría colocarle a Bolivia un grillete comercial: cualquier intento de negociar con un país o bloque externo estaría sujeto al escrutinio de los otros cuatro miembros. La experiencia de Uruguay lo ilustra de manera contundente.
El presidente Luis Lacalle Pou avanzó en un acuerdo comercial con China, incluso concluyendo un estudio de factibilidad para un Tratado de Libre Comercio (TLC). Pero la culminación de este proceso quedó paralizada por la regla del “4+1” del MERCOSUR, que obliga a sus miembros a negociar en bloque. Este corsé ha generado agitados debates internos y voces, como la del académico Ignacio Bartesaghi, que piden flexibilizar el modelo de integración para adaptarlo a las realidades nacionales.
Para Bolivia, esta cadena al cuello no es una mera especulación. El país ya experimenta los resultados del ACE 36, el acuerdo comercial firmado con el Mercosur en 1996, que en dos décadas dejó un déficit comercial monumental de 42.000 millones de dólares, reflejan no solo la incapacidad de Bolivia para competir, sino también la inercia de su política industrial y la pésima administración del MAS.
El desmantelamiento institucional, representado emblemáticamente por una Cancillería reducida a su mínima expresión, ha empujado al país a este proceso de adhesión sin análisis ni preparación. La Decisión 32/00 del Mercosur, que obliga a la negociación conjunta con otros bloques o terceros países, parece ser una barrera inamovible para los ingenuos estrategas bolivianos, más preocupados por organizar foros de socialización que por estudiar seriamente las ventajas y desventajas de nuestra participación en el esquema.
Resulta inaceptable que, cinco meses después de la adhesión formal al bloque, el Ministerio de Relaciones Exteriores aún se limite a “socializar” generalidades sobre los objetivos del Mercosur, su estructura administrativa y las funciones de sus oficinas. Esta actitud no solo revela una alarmante falta de seriedad, sino también una peligrosa ausencia de visión estratégica en un contexto de creciente competencia internacional.
El discurso del presidente Luis Arce en la reciente Cumbre de Presidentes, celebrada la semana que termina en Montevideo, Uruguay, confirmó la débil posición boliviana en el bloque. Lejos de presentar análisis profundos o propuestas concretas, el mandatario optó por repetir las mismas generalidades que los expertos y los socios comerciales ya conocen de sobra, desperdiciando una oportunidad crucial para posicionar al país en el debate regional.
Por su parte, el presidente de Argentina, Javier Milei, no se anduvo con rodeos. En su intervención, calificó al Mercosur como una prisión comercial, argumentando que sus normas y acuerdos limitan el aprovechamiento de las ventajas comparativas y el potencial exportador de sus miembros. Con su estilo provocador, Milei instó a los demás mandatarios a abandonar lo que llamó “anteojeras ideológicas” y reemplazar un modelo que, según él, ha quedado obsoleto, en busca de estrategias más adaptadas a las realidades globales actuales.
En este panorama, la opinión de Tuto Quiroga debería servir como un baño de realidad. Bolivia enfrenta un mundo complejo, donde las tensiones geopolíticas y los retos económicos exigen claridad de propósito. Es imperativo repensar nuestro papel en el Mercosur, con una mirada estratégica que no se limite al fervor integracionista.
Tres caminos se abren ante Bolivia: aprovechar el bloque para fortalecer nuestra capacidad negociadora a pesar de las adversidades; optar por una ruta solitaria en el comercio global con una oferta exportable que nadie toma en serio; o emprender una transformación profunda de la política interna y externa del país. El desafío es urgente, pero las respuestas del gobierno siguen siendo insuficientes.