En un guion digno del realismo mágico, Bolivia y Chile han reanudado conversaciones después de seis años de silencio tras el fallo de La Haya; un silencio que, dicho sea de paso, podría calificarse como el mayor logro de nuestra diplomacia reciente. Desde agosto de este año, los viceministros de ambos países han reanudado un diálogo al más alto nivel, con Bolivia representada por Elmer Catarina y Chile por Gloria de la Fuente.
El gobierno de Gabriel Boric, con la astucia que caracteriza a quien lleva las riendas de un Estado serio, puso sobre la mesa una “agenda positiva”. Bolivia, fiel a su tradición de asentir antes de pensar, se sumó sin chistar. Entre los temas urgentes figuran aduanas, migración y delincuencia transnacional, además de la integración fronteriza y la complementación energética. Todo muy decoroso, aunque lo que verdaderamente brilla por su ausencia son los grandes temas nacionales, cuidadosamente ignorados para “no incomodar a la contraparte”. Al menos eso se dice por lo bajo, con esa mezcla de ingenuidad y desidia tan propias de nuestra actual diplomacia.
Pero lo que realmente provoca asombro (y un poco de risa amarga) es cómo Bolivia sigue negociando asuntos ya acordados hace décadas, como el uso del oleoducto Sica Sica-Arica. En un contexto de crisis energética, resulta comprensible que se priorice este proyecto, rebautizado ahora como el “oleoducto en reversa”. Sin embargo, cuesta entender cómo algo tan básico no ha avanzado. Tal vez porque, como dicen, “el diablo está en los detalles”. Pero ¿qué detalles, si este asunto ya estaba definido desde mediados del siglo pasado?
En efecto, entre 1955 y 1957, Bolivia y Chile acordaron facilidades para que YPFB operara el oleoducto hasta Arica. Décadas después, en 1992, se añadió la posibilidad de uso bidireccional, un detalle que hace que el término “en reversa” sea no solo innecesario, sino francamente ridículo. Más aún, en 2022, la concesión fue renovada por otros 20 años. Entonces, ¿qué se está negociando ahora? ¿Acaso el tamaño de las letras del contrato? Parece ser que los chilenos ponen frenos a este acuerdo (repito, de hace medio siglo), como una forma de forzar a Bolivia a que controle el paso de venezolanos por la frontera.
Y como si eso no bastara, el manejo de otros temas no deja de sorprender. En la mesa de Recursos Hídricos Compartidos, creada para abordar todos los cursos de aguas compartidas, como el Silala y el río Lauca, Bolivia pidió suspender ambos temas, aparentemente por “falta de preparación”. Del río Lauca hablaremos en otra ocasión, pero sobre el Silala, es irónico cómo Bolivia se ha convertido en el mejor guardián de un flujo de agua que, en última instancia, beneficia exclusivamente a Chile. Ahora, el esfuerzo de Diremar se concentra en evitar que los pobladores locales hagan algo que afecte el caudal… no sea que la contraparte chilena se moleste.
El desastre diplomático no es casualidad. Es la consecuencia directa de decisiones erradas desde la cúspide del poder. Luis Arce, con admirable precisión para los desatinos, puso al frente de la Cancillería a Celinda Sosa Lunda, ahora más entusiasmada por su afición al turismo oficial que por su dominio de la política internacional. En reuniones de alta especialización, se limita a leer discursos que probablemente no entiende. Eso sí, con un récord envidiable de millas acumuladas: Asia, Europa, América… ¿quién sabe si África y Oceanía sean sus próximas paradas?
Sería interesante saber si la ministra aceptaría un debate público. Aunque, pensándolo bien, tal vez no deberíamos esperar tanto. La política exterior boliviana ya es, en sí misma, un espectáculo tragicómico.
Javier Viscarra es periodista y diplomático.