En artículos anteriores escribí que la volatilidad de la política boliviana es tan grande, que los analistas se la pasan cambiando sus predicciones cada semana, modificando “la papeleta” electoral posible, aunque todavía falta bastante para las elecciones (una eternidad), y aunque las candidaturas se inscriban hasta el 19 de mayo en cumplimiento del calendario del Tribunal Supremo Electoral (TSE), es todavía posible que algunos partidos se bajen del tren para no perder su sigla con menos del 3% de votación.
De aquí al domingo 17 de agosto faltan larguísimos 90 días… Si recordamos todo lo que ha pasado en los 90 días anteriores, nos daremos cuenta de que nada está escrito sobre el papel y menos sobre piedra.
El panorama es cada vez más confuso, a pesar de que parece aclararse. Me explico: cada día se producen nuevos “reacomodos” de quienes pretenden aparecer en las listas de senadores y diputados. Cuando no les dan gusto, algunos arman berrinche y se van a otra tienda política sin el menor empacho, como si fuera lo mismo estar con una sigla que con otra. La coreografía del oportunismo no deja de sorprenderme porque la ideología brilla por su ausencia.
Hay jóvenes que creen que, con diez días de “pititas” en 2019 y cinco años de curul, ya son dirigentes políticos importantes. En lugar de seguir aprendiendo y construyéndose como figuras con futuro potencial político, hacen gala de inmediatismo y de soberbia. Siempre hubo transfugio en el país, pero nunca tan veloz y extendido. Por eso respeto a quienes mantienen sus posiciones sin pretender cargos en un eventual próximo gobierno.
Comencé con estas reflexiones hace un par de meses y no quise publicarlas hasta que la confusión fuera más clara. Parece una contradicción de términos, un oxímoron como “inteligencia militar” pero no lo es: la confusión creciente es política e ideológica, y lo que se aclara cada día es el oportunismo voraz de quienes no se guían por la ideología sino por apetitos personales, escudándose a veces detrás de acusaciones de una gran pobreza ética contra líderes políticos con más experiencia. Quienes se consideran en una “lista negra” son tan arrogantes que no se dan cuenta de que no han hecho los méritos suficientes para estar en ninguna lista. “La culpa la tiene Carlos Mesa”, “la culpa es de Camacho”, “el culpable es Tuto”… o lo que fuera, son coartadas pueriles que sólo subrayan el carácter débil y adolescente de la nueva camada de políticos bolivianos, con honrosas excepciones que señalaré, y espero no morderme la lengua en los siguientes días o semanas.
Me encantó la reacción de la diputada Andrea Barrientos hacia quienes lloriquean porque temen perder el tren electoral: “En la única lista negra que estoy es en la de mi ex, todo lo demás tiene puertas abiertas”, escribió con humor en Twitter. Claro que yo votaría por una mujer como ella. Otra valiente es la diputada Samantha Nogales, que dijo sin pelos en la lengua: “No busco una candidatura parlamentaria porque tengo otros planes, políticos y personales, y así se lo dije a Samuel: mi apoyo es total y sin condiciones. Los berrinches por no figurar en listas no deberían salpicar a quienes no tienen nada que ver”. También votaría por ella si queda en la misma lista que Andrea Barrientos, Cecilia Requena y otras que se han hecho conocer por su trabajo y no por sus berrinches. Vicente Cuellar también se manifestó con desprendimiento y consecuencia política: no quiere ningún puesto, pero mantiene su postura invariable. Mis respetos.
En cambio, me apena que se cobijen bajo otras tiendas políticas (por las que no votaré ni muerto), personas que me parecían prometedoras como Luisa Nayar, Beto Astorga, José Manuel Ormachea, Luciana Campero y otras que llegaron donde llegaron gracias a Comunidad Ciudadana (y no gracias a Tuto Quiroga o algún otro veleta como él).
A medida que se publicaban las encuestas truchas (incluidas las del empresario Claure), se produjo una coreografía pancista deplorable. Los que ya no tienen “palo donde arrimarse” (como dicen en Nicaragua), aparecen declarando que apoyarán a tal o cual candidato, como si a alguien le importara lo que puedan hacer los que siempre fueron satélites de otros. En el momento en que parecía que Reyes Villa o Chi tenían mayor intención de voto, en febrero, se apresuraban los otros candidatos a cerrar alianzas con grupos que ya no representan a nadie. Todos tratando de asegurarse una sigla, cualquiera que esta sea, porque ya no se trata de ideología, sino de oportunismo indecoroso.
Tal como dije en el artículo “Pelotón de cantidatos” publicado el 1º de marzo del 2025, los espontáneos que se lanzaron al ruedo electoral autoproclamándose, lograron su objetivo principal: aparecer un día en los titulares. Otros se autoproclamaron para arrimarse a quienes les darán algún cargo (si ganan) o los protegerán de juicios que tienen pendientes. Branko Marinkovic, Rubén Costas y una fracción de Condepa se fueron a la botica de Tuto Quiroga (FRI), que terminará representando, en paralelo con Jaime Dunn, la posición populista extrema en la derecha del espectro, mientras que Carlos Bohrt, Toribia Lero o Amparo Ballivián (que ya se salió de la foto en la que aparecía sentada e incómoda), le ofrecieron su mínimo balance a Samuel Doria Medina. En cuanto a Manfred Reyes Villa, además de recibir inicialmente flores verbales del millonario dueño del Club Bolívar, recibió el beso envenenado del evangélico coreano Chi Hyun Chung (pero pronto se dio cuenta de la metida de pata y se distanció de él) y de diputados tránsfugas de Comunidad Ciudadana y de Creemos cuyos nombres ni siquiera habían trascendido antes, que no vale la pena mencionar (además ni me acuerdo).
En el grupo de perdedores (losers en inglés, para que se den por aludidos) que lanzaron sus candidaturas como quien lanza un anzuelo en una poza de agua estancada con la ilusión de pescar aunque sea un zapato viejo: Antonio Saravia, de un partido “liberal” inexistente que “le quita su apoyo” al candidato Dunn, como si eso le hiciera cosquillas; un sobrino (¿?) del exministro Carlos Sánchez Berzaín, José Carlos Sánchez Verazaín (que prometió extraditar a su tío); Carol Blenda Ilievski, que sacó a relucir sus estudios en “Jarvard” (pero no se acordaba de su campo de especialidad); Manuel Morales Álvarez, que renunció a su consecuente activismo en Conade y nunca más se supo de él; y el periodista Andrés “Chino” Gómez, que pisó el mismo palito de la ambición (o de la desesperación) con la ilusión de entrar en alguna lista. ¿Por qué las ambiciones de todos son tan cortoplacistas? ¿Por qué esa angurria de poder? ¿No podían trabajar 5 añitos más para construir su plataforma política? Lo cierto es que dan lástima. Eran perdedores desde que abrieron la boca para autoproclamarse, y desde que lo hicieron me pareció que sus actos eran ridículos, no exentos de soberbia, pero sobre todo desubicados políticamente.
Nos aproximamos a paso de tortuga a las elecciones generales, descorazonados porque las opciones presidenciales dan pena. No hay un solo candidato que convoque nuestro voto entusiasta. Todos son una manga de oportunistas que prometen el cielo y la luna y que a lo largo de los primeros meses de 2025 han lanzado sus candidaturas con la misma consigna: “Yo soy el que puede salvar a Bolivia”, en cien días (Samuel), en un día (Quiroga) o en una hora (Dunn). La ciudadanía está desmoralizada frente a ese panorama desolador. Cuando algunos amigos que me leen me preguntan por quién voy a votar, ya no sé qué decir.
¿Con que físico van a “salvar a Bolivia”, esos necios volátiles, esa manga de tarados? ¿Cómo es posible que no tengamos un candidato presidencial, aunque sea uno solo, por quien valga la pena votar, alguien que inspire admiración y respeto como los viejos líderes de hace cuatro o cinco décadas? Si ponemos en fila a los candidatos, ninguno merece mi confianza, y voy a decir detalladamente por qué en un próximo artículo que ya tengo escrito (porque si no lo hago público, mi hígado sufrirá severas consecuencias). Espero tener donde publicarlos, porque misteriosamente se siguen cerrando puertas cuando expreso lo que pienso. Parece que los medios “independientes” lo son cada vez menos.
Es un tremendo fallo de nuestro sistema democrático, que el calendario del sistema electoral no contemple las elecciones de diputados y senadores en otro momento que las presidenciales. Resulta una perversidad que uno tenga que votar por una “plancha” casada a un candidato. En otros países que han aprendido la lección, las elecciones parlamentarias se celebran en dos ocasiones durante un periodo presidencial, para renovar la mitad de los curules, lo que permite tomar el pulso a los cambios de percepción en la población.
“Si las elecciones fueran ayer…” (pregunta absolutamente retórica) yo votaría por una lista ideal de potenciales diputados y senadores donde figuren Cecilia Requena, Luciana Campero, Toribia Lero, Andrea Barrientos, Luisa Nayar, Samantha Nogales, Alberto Astorga, José Manuel Ormachea, Janira Román, Carlos Alarcón, Lissa Claros, María René Álvarez, Alejandro Reyes, Mayra Zalles (y otras y otros, pero no “otres”) que representan a varios departamentos y varias áreas de debate público (medio ambiente, justicia, corrupción, indígenas, violencia, trata y tráfico, etc.) que tienen en común juventud y compromiso con el país. Pero como esa plancha ideal ya se ha dispersado, hasta las ganas de votar se me quitan. Más aún cuando el Bloque de Unidad (que ya no lo es) elige como candidato a la vicepresidencia a alguien que no va a aportar ni un solo voto, ni uno. Un funcionario internacional que ha vivido fuera de Bolivia muchos años, cuyo perfil técnico podría ser ideal para dirigir como ministro la economía del país, pero no el poder legislativo. Parece confirmarse que Doria Medina es “q’encha” y que su olfato político sigue atrofiado.
Tuto Quiroga como Rodrigo Paz hacen algo parecido: eligen de acompañantes de fórmula a empresarios sin trayectoria política, que (quizás) aportan votos de sectores jóvenes. Clarito será. ¿Será que esa estrategia les servirá para ganar la elección equilibrando la juventud (pero no la habilidad política) de Andrónico? Yo lo dudo.
Otros dirigentes políticos hicieron esfuerzos para vender al mejor precio el capital social que les queda. Eva Copa no tuvo mejor idea que plagiar para su nuevo partido político el nombre de Morena, que logró la certificación del Tribunal Supremo Electoral con la misma facilidad que Manfred Reyes Villa, y le dará a la alcaldesa de El Alto una buena posición negociadora: una sigla que se suma al hecho de ser mujer y líder de la segunda ciudad del país. Su decisión de no participar en las elecciones generales es sensata: perdería la sigla recién adquirida.
Patzi, que se hizo proclamar el 4 de febrero por su partido MTS, tiene una sigla que venderá al mejor postor (si su exesposa se lo permite). El MNR hizo bien en congelar su sigla con dignidad, en lugar de buscar la sobrevivencia a cualquier precio.
Estos meses pre electorales también permiten que salgan de las catacumbas algunos zombis como el “Tata” Quispe (que ha pasado por varios partidos), quien decidió arrimarse a Reyes Villa porque cree que es el caballo ganador. El oportunismo tiene una larga escuela en Bolivia.
@AlfonsoGumucio es un ciudadano que ha perdido la esperanza