En el habitual carnaval de polarización que estamos viviendo antes de las elecciones del 17 de agosto de 2025, se usan con ligereza los términos “izquierda” y “derecha”, ya sea para denigrar a otros o como autoelogio. Sin embargo, parece que nadie se ha puesto a reflexionar sobre qué caracteriza a esas etiquetas en su ideología, y sobre todo en su praxis.
Desde fines del siglo XX ya no hay “derecha” ni “izquierda”. Unos y otros se extinguieron como los dinosaurios y dejaron en el limbo a mi generación, no solamente en Bolivia, sino en todo el mundo. Me hace gracia cuando algunos califican de “comunistas” o “socialistas” — ya sea para denostar o para elogiar— a regímenes dictatoriales y populistas conservadores como los que gobiernan Nicaragua o Venezuela.
Del mismo modo, decir que Evo Morales, Luis Arce Catacora o Andrónico Rodríguez representan en Bolivia a la “izquierda” es un despropósito monumental y un insulto a quienes estuvimos alineados con la izquierda del siglo pasado. Nunca ha habido gobiernos más enemigos de los principios que defendíamos entonces: derechos humanos, medio ambiente o culturas indígenas. La dificultad de encontrar nuevos términos para calificar a quienes se ubican en el campo progresista y en el campo conservador hace que sigamos utilizando indiscriminadamente las etiquetas de “izquierda” y “derecha”.
Los imitadores del discurso de Milei han puesto de moda la palabra “zurdos” para calificar despectivamente a los sectores progresistas y autodefinirse como conservadores ultraliberales (peor aún: “libertarios”). Falta contenido histórico en esos discursos furibundos donde se califica a unos de “zurdos” y a otros de “fascistas”. Lo malo es que opinadores improvisados y poco conocedores de la historia, tienen algo de influencia sobre el discurso de la gente de a pie (o más bien la gente adicta a las redes virtuales), que suele copiar ese lenguaje fútil para calificar a las tendencias políticas o a los candidatos.
¿Qué definía a la izquierda y a la derecha cuando existían todavía en las décadas finales del siglo y milenio pasado? ¿Quiénes eran los líderes de izquierda o de derecha? ¿Cuál era el contenido de sus propuestas, más allá de los discursos?
Cuando mi generación militaba o se identificaba con la “izquierda”, defendía valores progresistas genuinos, más allá de los discursos. O para decirlo de otra manera, los discursos eran coherentes con las prácticas, algo que ya no existe. Por ejemplo, militábamos en favor de la causa palestina, que buscaba y sigue buscando ser libre de la opresión de Israel. Militábamos en favor del reconocimiento del aborto libre y gratuito por ser un problema social que debía ser parte de las políticas de Estado, según la noción de que cada mujer debe decidir sobre su cuerpo y sobre su salud. Militábamos en favor del reconocimiento de las diversidades sexuales y en favor de la igualdad de género de manera que todos y todas tuvieran los mismos derechos y fueran incluidas con los mismos privilegios (gracias a esos movimientos masivos se dieron los avances de la Conferencia Mundial sobre la Mujer en México en 1975, y en Pekín en 1995).
Militábamos en contra de la guerra de Vietnam —convencidos de que Estados Unidos no tiene ningún derecho para invadir a otros países cuando le da la gana— y de todas las guerras. Militábamos en favor de los pueblos indígenas de todo el mundo, para que su plena ciudadanía fuera reconocida, para que sus territorios fueran respetados, al igual que sus culturas. Militábamos en favor del medio ambiente, y nuestra presión colectiva global permitió acuerdos internacionales fundamentales como los de Estocolmo en 1972, Rio de Janeiro en 1992 y Johannesburgo en 2002.
Si no hubiese existido esa militancia de izquierda, probablemente los gobiernos no hubieran sido signatarios de los acuerdos internacionales. Nada se consigue sin presión social (aunque las agendas de cambio avanzan lentamente o se estancan).
En general, militábamos en favor de los derechos humanos, que no solamente incluyen el reconocimiento de los derechos mencionados arriba, sino también el derecho a la salud y a la educación de calidad, los derechos del niño, y el derecho al desarrollo. No sólo reivindicábamos luchas anteriores que fueron plasmadas en los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), muchos hasta hoy ignorados y violados de manera persistente, sino que ejercíamos presión colectiva para que los gobiernos asumieran sus responsabilidades en las nuevas propuestas de desarrollo adoptadas en las Naciones Unidas: primero los ocho Objetivos del Milenio (ODM) y luego de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que abarcan todo aquello que debería mejorar en el mundo.
Esa militancia comprometida de la izquierda del siglo pasado hizo posible que los Estados admitieran responsabilidades que de otra manera no hubieran asumido. Cada convención internacional fue resultado de una lucha ardua de quienes éramos parte de una izquierda progresista y no necesariamente partidista, aunque marchábamos codo a codo con comunistas, trotskistas, maoístas, anarquistas, feministas, etc. La derecha nunca apoyó esas reivindicaciones.
Lo que he resumido en los párrafos anteriores es lo que definía a nuestra izquierda. No eran sólo discursos furibundos (que también había), sino posiciones en favor de cambios sociales profundos y en contra de regímenes autoritarios civiles y militares. La que ahora se autodenomina “izquierda” ha conservado solamente los eslóganes vaciados de contenido: dicen una cosa y hacen exactamente lo contrario. Quienes se autocalifican de “izquierda”, en realidad representan posiciones ajenas al pensamiento que podía considerarse de izquierda en las décadas de 1960 a 1990.
Frente a ellos están en este siglo los mal llamados “libertarios”, que pretenden robarle el rótulo al movimiento anarquista, sin representarlo de ninguna manera. La ideología de estos grupos los coloca en el extremo reaccionario del espectro político, porque en realidad son populistas ultraliberales y conservadores. Los ideólogos del anarquismo, desde Proudhon hasta Malatesta, pasando Bakunin hasta Kropotkin (y mi querido Liber Forti), deben estar sacudiendo sus cenizas en sus tumbas, de pura rabia.
Si la sociedad hubiera estado, en el siglo pasado, en manos de los que ahora se reclaman “de derecha”, no se habría avanzado en las grandes reivindicaciones, porque el pensamiento ultraliberal deriva en el abandono de toda política social y en una sacralización del lucro y del individualismo, sin respeto por la naturaleza ni por los derechos humanos. Prueba de ello es que el país supuestamente más “liberal” del planeta ni siquiera ha querido ratificar la mayor parte de las convenciones de la ONU que buscan equilibrios políticos y la paz global. Estados Unidos no se ha adherido siquiera a la Convención Internacional para los Derechos de la Infancia, y le ha dado la espalda a todos los tratados internacionales que buscan proteger al planeta de un cataclismo ambiental. Ahora, por segunda vez, anuncia que abandonará la Unesco, después de haber hecho lo propio con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Lo reitero, la izquierda y la derecha ya no existen, son cosa del pasado. Lo que tenemos en los nuevos polos opuestos es el populismo corrupto y una corriente progresista disminuida. Son tan populistas, conservadores y reaccionarios Javier Milei como Nicolás Maduro, Nayib Bukele como Daniel Ortega, Rafael Correa como Jair Bolsonaro (para citar algunos ejemplos en nuestra región).
Frente al populismo autoritario que desprecia los derechos fundamentales, está el progresismo pragmático y moderado, respetuoso de las libertades, en el que destaca el chileno Gabriel Boric, el uruguayo Orsí, y el brasileño Lula da Silva (en su última oportunidad).
En el paisaje político boliviano, la tendencia social demócrata que representa Samuel Doria Medina, ubicado en el centro del espectro ideológico, es más progresista que la oferta demagógica y mentirosa de las tres variantes del MAS, muy conservadoras a pesar de que mantienen una palabrería izquierdista que ni siquiera entienden. Quienes siguen calificándolos de “zurdos” o “socialistas” por su retórica sin contenido, cometen un tremendo error porque en realidad son depredadores de los derechos fundamentales y del medio ambiente.
Qué bueno que algunos de mi generación, que apoyaron de manera oportunista o demasiado ingenua al masismo, finalmente (un poco tarde a mi parecer), reconozcan que sus gobiernos han sido los más nefastos para Bolivia en los últimos 75 años de historia (o más), y que Evo Morales y sus secuaces nunca tuvieron la menor inclinación progresista. Los que votaron por el MAS tres veces son cómplices, dos veces son oportunistas y una sola vez son ingenuos que se merecen por lo menos un buen cocacho.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta