Un libro con este título tenía las reglas básicas de cómo deben comportarse las personas en lugares públicos y privados, tales como el hogar, la familia, la escuela y el trabajo. Es un tipo de libro que en las últimas ferias del libro ha sido un gran ausente. Irónicamente hallé copias de libros socialistas ¡Vaya prioridades!
En casa, era mi mamá la que nos daba las lecciones de urbanidad. Estas normas no están escritas en un documento concreto, a pesar de que hubo manuales muy conocidos como el de Manuel Carreño, sino que son costumbres y pautas de comportamiento consideradas razonables para el conjunto de la sociedad.
En breve consiste en aprender buena educación que es lo mismo que tener una actitud considerada hacia los demás. Mi padre no se quedaba de brazos cruzados y reforzaba estas lecciones de educación en el hogar al ponernos un horario para desayunar todos juntos aún en vacaciones. Nada de dormir hasta tarde o ser haraganes durante los descansos en los años de colegio.
Ambos siempre promovieron que cada uno de sus hijos manifieste sus opiniones o quejas, sujetos a tener que obedecer las decisiones de ambos por encima de nuestros caprichos. Así lograron que una hija mujer pueda estudiar la carrera que escogí, además de siempre apoyarme en cuanto a mis opiniones, siempre que tengan claridad y estén fundamentadas en la verdad.
Quizás por ello, no ha sido sorpresa que algunos jefes se hayan molestado de que a diferencia de un trabajador normal, yo nunca me quedé callada ante la falta de ética profesional o injusticia en el ámbito de trabajo. Todo sin faltar el respeto ni utilizar expresiones vulgares. Esto en una sociedad que se ha quedado estancada en el siglo 18, es extraño, osado y hasta repudiable.
Se preguntaba hace poco una de mis ahijadas cómo es posible que hayan tantos feminicidios en pocos días de un nuevo año. ¿Acaso es una epidemia como el coronavirus?
Ojalá fuera el efecto de un virus, que luego podría hallarse la manera de eliminarlo a través de una herramienta de la biotecnología.
Sin embargo, estos hechos no son casualidad y muchos hallan su origen en la ruptura familiar que se ha vuelto una realidad en todo el mundo. Cabalmente, en mi cuenta de Facebook me salió una propaganda de divorcios “express” por una módica suma. Así de fácil ahora es huir de la responsabilidad.
Si un varón o mujer, salen a la vida real sin una buena educación de hogar, no debe sorprendernos que los jóvenes ya no cedan el asiento a los abuelitos, que los cieguitos se queden largo tiempo en las esquinas esperando un alma caritativa que los ayude a cruzar, que haya basura en la calle, que se destrocen árboles en las calles, que los conductores de vehículos se crucen cuando el semáforo está en rojo, que los alumnos hagan trampa en los exámenes, que el insulto reine y por lo mismo, que la violencia sea el lenguaje que hoy impera en nuestra sociedad.
Violencia contra otro ser humano, contra animales -domésticos o silvestres-, contra plantas y en general contra todo nuestro entorno. Esa es la realidad que nos toca vivir y que con un par de “marchas” o frases nobles no se corregirá como por arte de magia.
Hace un par de semanas escuchaba a la invitada de un programa de televisión mañanero sugerir que en los colegios en vez de aprender cosas que luego “se olvidan” como química o física, debería enseñarse “la no violencia”. ¡Qué bonito! Dejemos la responsabilidad de los padres de familia a maestros, mismos que en muchos casos tampoco traen la materia del manual de urbanidad en su bagaje de conocimientos.
Las sugerencias de cambios progresistas, como la inclusión de la educación sexual inclusiva no son más que extensiones de las ideologías que más allá de construir, solo están trayendo mayor destrucción. El que enseñen a su niño de ocho o 12 a usar un anticonceptivo o simplemente que le digan “no debes golpear a una mujer”, no es el tipo de educación que se necesita para ver verdaderamente un cambio. Y, tener bachilleres sin educación formal, solo nos generará una masa mediocre de profesionales.
El cambio llegará cuando dejemos de fracturar el núcleo de la sociedad que es la familia, cuando los padres dejen de pensar que los hijos son plantas autónomas que no requieren guía, disciplina, lecciones de urbanidad, tiempo y mucho amor. En un mundo que prefiere olvidarse de Dios, yo solo puedo dar gracias al Dios Uno y Trino por haberme regalado una familia que dio la importancia primero a sus hijos y no al tener o aparentar.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología