Todos los presidentes suelen tener lo que se llama “luna de
miel”, un período de popularidad y calma inmediatamente después de la posesión del
nuevo gobierno. Eso ocurre en todo el mundo y también, por supuesto, ha
sucedido en Bolivia. Con el paso de los meses, los gobiernos enfrentan
obstáculos y problemas y deben empezar a administrar la crisis, no la gestión.
Así funciona la política en regímenes democráticos.
En Bolivia Luis Arce no tendrá esa “luna de miel”. Antes aún de ser posesionado, su gobierno enfrenta una dura oposición y masivas movilizaciones en varias ciudades, especialmente en Cochabamba y Santa Cruz, aunque también se han registrado protestas en La Paz y otras urbes. Se trata de personas que aspiraban a que, finalmente, tras 14 años en el poder, el MAS saliera del gobierno por lo menos por un período completo. Esas esperanzas saltaron por los aires tras las recientes elecciones, que le dieron al partido de Evo Morales, sin fraude, el 55% de los votos.
¿Cómo entonces, ante un resultado tan holgado, se producen estas protestas? Ello se debe, a mi entender, a que junto al amplio triunfo a nivel nacional del MAS se registra un amplio rechazo contra ese partido en casi todas las ciudades capitales de departamento. Bolivia es, finalmente, un país dividido, con 45% de los votos emitidos contra el MAS.
Además de ello, en diversos sectores persiste el ánimo de protesta tan fuertemente avivado contra Evo Morales y su partido a fines del año pasado. Esa energía sigue viva y, según parece, no amainará con facilidad. Como decimos, es raro ver que un mandatario electo enfrente problemas antes aún de ser posesionado. Es posible prever que estas protestas, sobre todo las que se realizan en Santa Cruz, se mantengan de manera más o menos indefinida, como parte de la “nueva normalidad”. Una situación similar se dio en 2008, pero entonces el MAS recién estaba empezando su ciclo electoral y tenía más popularidad y legitimidad que ahora y por ello pudo aplacarlas por más de una década. Luego, la componenda del Hotel Las Américas terminó por desarticular a la dirigencia cruceña. No parece posible que el MAS saque de la manga otra vez algo equivalente a esa tramoya.
Esa ciudadanía antimasista que se moviliza en las calles representa un fenómeno nuevo. Antes “la calle”, es decir la capacidad de movilización ciudadana, estaba exclusivamente en manos del MAS. Ahora existe “otra calle”, la de las clases medias urbanas, que busca ponerle límites a la capacidad de maniobra de ese partido. La decisión de cambiar la norma en el Legislativo para que las decisiones ya no se tomen por dos tercios ha ayudado a activar las protestas. El MAS demostró con esa acción que sigue siendo la fuerza política proclive al engaño, a la acción artera, a hacer trampa. Su propio jefe, el líder cocalero, lo admitió así cuando anunció que postularía a un tercer mandato cuando legalmente no podía y porque, además, había dado su palabra de que no lo haría. Bueno, Morales no tiene palabra.
Esa “nueva calle”, como decimos, es un factor que se inició, primero tímidamente, tras la negativa de Morales de aceptar el resultado del 21 de febrero de 2016. Y se consolidó en las tres semanas posteriores a las elecciones de octubre de 2019, produciéndose manifestaciones de tal magnitud e importancia que forzaron al expresidente primero a renunciar y luego a fugar al exterior.
Esa presencia tal vez sea parte de la nueva normalidad, que podría ser masificada con cada intento del futuro gobierno de Luis Arce de violentar los derechos democráticos del país (como el que terminó con el requisito de los dos tercios en el Legislativo). El inminente retorno de Morales, por ejemplo, será otro momento de tensionamiento y protestas, a favor y en contra. El expresidente podría verse en la mala situación de tener que enfrentar abucheos y problemas cada vez que salga de la zona de confort que le da el Chapare y algunos otros enclaves masistas. Nada halagador para alguien que cree que Bolivia es su chacra.
Raúl Peñaranda U. es periodista.