La dictadura de Nicolás Maduro, cuestionada por el mundo entero, debido a las sistemáticas violaciones a los derechos humanos y los daños irreparables ocasionados al Estado venezolano, en los últimos años ha experimentado el desarrollo y consolidación de grupos de poder paralelos al régimen de gobierno. Éstos comparten soberanía fáctica con el dictador y convierten a este último en prisionero de los propios acuerdos pactados con grupos irregulares que operan y se desenvuelven en ese territorio, con objetivos absolutamente ajenos y contrarios a las legítimas aspiraciones del pueblo venezolano. Este panorama te muestra un Estado con varias cabezas, cada uno motivado por su propio objetivo, divorciado del interés nacional.
Una de las cabezas está integrada por los hermanos Rodríguez Jorge y Delcy. El primero fue Canciller, la segunda es la Vicepresidenta del país. Ambos acuden a las reuniones internacionales, venden la narrativa del diálogo y la paz. Manejan las negociaciones turbias, contratos petroleros, acuerdos secretos con China, Turquía y blanqueadores del dinero sucio. Intercambian sangre por billetes verdes.
La segunda cabeza es Diosdado Cabello, violencia pura con credencial gubernamental, presidente de la Asamblea Nacional. Es el jefe del terror, controla los órganos de represión y promueve las acciones de terrorismo de Estado. Es el archivero del horror, autor intelectual de los crímenes de lesa humanidad en Venezuela.
Diosdado sabe que si Maduro negocia una salida, él se queda solo, sin protección, expuesto a ser ajusticiado por los asesinatos y demás atropellos cometidos. Se trata de un narco sin complejos que opera en completa impunidad.
La tercera cabeza está integrada por los generales del oro y la coca, el Cartel de los Soles, militares que trabajan con mano de obra esclava, fabricando y exportando cocaína del Caribe hacia Estados Unidos. Son empresarios disfrazados de patriotas, controlan las rutas del narco hacia el norte, los puertos claves de la costa, las zonas donde el Tren de Aragua opera libremente. A estos tipos no les importa la ideología, no son socialistas ni capitalistas, solo les interesa proteger su negocio.
El cuarto grupo de poder es un ejército fantasma, que es el que manda en el terreno. Me refiero a los colectivos de “revolucionarios”, originalmente creados por Chávez, como Poder Popular Armado, que hoy son carteles con discurso político, bandas armadas que controlan territorios como señores feudales.
Son estructuras paramilitares. Controlan el microtráfico de la droga, reciben reportes sobre quién entra o sale; deciden quiénes deben vivir o morir. Extorsionan a la gente bajo el eufemismo de “impuestos revolucionarios”. Tienen armamento de guerra, granadas, fusiles de asalto, lanza cuetes. Estos grupos operan en barrios populosos controlando los comités que distribuyen alimentos subsidiados. Ellos deciden quiénes reciben alimentos o quiénes no tienen derecho a la alimentación. Ostentan poder absoluto sobre la supervivencia. Se estima que tienen células operando en varios estados, no solo dominan los barrios de Caracas.
Se reportan casos de enfrentamiento de estos grupos armados con el Ejército venezolano, ellos no obedecen a nadie, son autónomos. Algunos le deben favores a Diosdado. Se estima que podría haber entre 10.000 y 30.000 individuos armados en estos colectivos, desperdigados, con agendas propias. Maduro dice que tiene 4 millones de milicianos expertos en defensa, empero otra información menciona que la cifra real ronda entre 400 mil y 500 mil con algún tipo de entrenamiento.
Un quinto grupo, uno de los más tenebrosos, es el Tren de Aragua. No son chavistas, no tienen una ideología. Se trata de una multinacional del crimen que es usado por el régimen de gobierno de Venezuela. Su conformación original proviene de la cárcel de Tocorón, precisamente en el Estado de Aragua. Ahora operan en gran parte de los países de Latinoamérica y del territorio norteamericano.
Incursionan en el tráfico de personas, extorsión masiva, explotación de minería ilegal, en contubernio con militares corruptos, y promueve asesinatos por encargo. Se trata de una organización criminal con tendencia a la expansión. El régimen de Maduro les dio territorio para preservar sus intereses políticos. Pero como se trata de un grupo de poder delictivo que no tiene motivaciones ideológicas, sino de enriquecimiento ilícito, no les interesa los paradigmas políticos, ellos preservan lo suyo. En la hipótesis de una caída de Maduro buscarán cómo mantener su acción expansiva para su negocio, el caos se constituye en su mejor socio comercial.
Lo descrito hasta ahora nos hace concluir que Venezuela dejó de ser un país unificado, que se está desintegrando cada vez más; es tierra de nadie o de los grupos de poder, escenario en el que conviven generales corruptos pretendiendo acumular riqueza hasta su cuarta generación a través de la explotación del oro.
Por otro lado, el Tren de Aragua controlando minas. También se advierte la concurrencia de grupos irregulares, como el ELN, de bandas armadas de diversas procedencias.
Lo grave de todo esto es que los que sufren las consecuencias de esta cruda realidad son los sectores más vulnerables de la sociedad, como los niños sometidos a regímenes de semi esclavitud que pican piedra 12 horas al día.
El problema es la afectación del medioambiente a través de la contaminación de los ríos, por el uso indiscriminado del mercurio. En este escenario, el Estado venezolano es un gran ausente, porque el que controla la explotación de minerales es el mismo que controla la ley y ejerce poder fáctico.
En el centro de Caracas, la Policía no controla a plenitud el orden público; ello debido a que el poder y la soberanía están esparcidos o distribuidos entre grupos de poder fáctico que no permiten el ingreso de la referida entidad estatal a diversos barrios.
Todo esto nos lleva a concluir que si bien la imagen difundida hacia la comunidad internacional muestra como si el dictador Maduro concentrara en su gobierno todo el poder; en la realidad el citado gobernante se ha convertido en rehén de la propia estructura de soberanía compartida vigente a la represión directa de los poderosos. Esa es la razón por la que la estrategia militar del gobierno de Donald Trump apunta carteles del crimen internacional, antes que al gobernante que sobrevive en el Palacio de Miraflores, sin saber cuál será su destino final.
Todo ello en un contexto en el que el “Estado socialista” sólo subsiste en el discurso de Maduro, mientras los demás grupos de poder acumulan riqueza a costa del pueblo venezolano.
Waldo Albarracín fue Defensor del Pueblo, presidente de la APDHB y rector de la Universidad Mayor del San Andrés.