cerrarBrujula-Bicentenario La CascadaBrujula-Bicentenario La Cascada
Brújula-Digital-1000x155
Brújula-Digital-1000x155
Brújula digital EQUIPO 1000x155px_
Brújula digital EQUIPO 1000x155px_
De media cancha | 11/08/2025

Los diseñadores de Evo Morales

Diego Ayo
Diego Ayo

¿Es Evo Morales un peligro para la democracia? No parece sensata la pregunta si nos situamos en el año 2005. En aquella coyuntura Morales posibilitó una incuestionable ampliación de la democracia. Y no sólo como un asunto numérico, sino como la transformación de un sistema político decadente en su reverso: una democracia repleta de aimaras y quechuas urbanos y rurales, renovada y altiva.

¿Por qué, pues, pensaríamos que dos décadas más tarde, deberíamos hablar de su líder, don Evo Morales, como un peligro para la democracia? Algo tuvo que haber ocurrido. ¿Qué fue? El caudillo ya no tiene a su camada de leales que construyó, por más de una veintena de años, la imagen de líder extraordinario. ¿Qué estoy tratando de decir? Lo que afirma Frank Dikotter en su libro Cómo ser un dictador, el culto a la personalidad en el siglo XX.

Dikotter ofrece una tesis de partida: el culto a la personalidad no es un mero capricho megalómano del líder para hacerse idolatrar, sino una herramienta política privilegiada para construir el poder. El autor se explaya en las vidas de Hitler, Stalin, Mao y Kim II-sung, quienes construyeron, junto a sus equipos políticos, una imagen idealizada de sí mismos con un objetivo nítido: neutralizar rivales, forzar la conformidad gozosa del círculo íntimo y, sobre todo, generar la ilusión de un apoyo popular inagotable. ¿Qué significa todo esto? Qué el líder no nace, se construye.

La magia del caudillo omnipresente es un constructo detalladamente trabajado. Por ende, Morales no nació santo, ni divino y mucho menos talentoso: estos rasgos fueron sumándose a los pisos de su edificio prolijamente construido. A alguien se le ocurrió no sólo reconvertirlo en indígena sino elevar ese término a la condición de “primer líder indígena en ser presidente”. Inmediatamente se lo presentó como el arquitecto del “Estado Plurinacional”, algo así como la “tierra prometida” de Moisés. Aquello era un guiño fabuloso a su nueva posición política: la de padre de la patria en ciernes. ¿Algo más? La yapa infaltable: el señor Morales no era un ser humano normal, era un estratega político. Era el propulsor del “proceso de cambio” y el defensor de los pobres ante el “golpe orquestado por el Imperio y la derecha”.

La construcción racional, pues, fue un hecho. El líder magnánimo existió porque un ejército de talladores quiso que exista. ¿Qué más se lograba con el líder debidamente diseñado como figura divina? Lealtad absoluta y, en su antípoda, atreverse a criticar el “proceso de cambio” era una osadía, ¡un pecado! que sólo la derecha podía animarse a plantear. Ese estatus mítico pulcramente erigido neutralizaba a figuras políticas competitivas. Ergo: se iba aupando una realidad a imagen y semejanza de la figura andino-bíblica tallado como un ser magnánimo e invencible.

He ahí, pues, el quid en la fabricación divinizada del caudillo: lograr que los rivales no compitan contra un candidato, sino compitan, o se atrevan a hacerlo, contra una deidad. Sutilmente gritaban sin hacerlo “¿cómo se atreven a competir contra el mito? Ustedes sólo son humanos, ¿cómo osan?”. Por ende, el caudillo no tuvo nunca vida por sí solo. El caudillo, en suma, sólo existió en tanto existieron los constructores del caudillo. ¿Qué significa esta última frase? Que los caudillos, aunque aparentemente omnipotentes, son paradójicamente débiles. Son fuertes en tanto el estereotipo creado sea fuerte. ¿El estereotipo? Claro, lo que se fabrica es precisamente eso: un estereotipo trabajosamente edificado por sus creadores: los “constructores” del culto. Y es aquí donde debemos morder el hueso: el culto es sagrado mientras el líder sea útil. Si deja de ser útil, los que los adulaban incansablemente desaparecen. No es casual que Linera afirme hoy, sin rubores y ataviado de una sonrisita autosuficiente, que Evo “lo aburre”.

Por tanto, Dikotter muestra que el caudillismo no es un fenómeno irracional o puramente emotivo, sino una estrategia profundamente racional para concentrar el poder, asegurar el voto leal, atemorizar a los “enemigos” y eliminar cualquier atisbo de amenaza, aunque todo ello signifique el desmoronamiento democrático.

Hoy, cuando ya los talladores racionales del líder se han marchado, sabemos que al viejo caudillo le rebrotan aquellas heridas, granos, manchas que siempre existieron, pero habían sido ocultados. Y es que el maquillaje político fue la regla. Hoy Evo ya no tiene a sus artesanos y vuelve a ser el aniquilador de los Andrade allá a principios de los 2000. Tras un cuarto de siglo de hipnosis –de 2000 a 2025–, quien ordenaba la muerte de la pareja, vuelve a ser ese hombre: atolondrado, violento y receloso. ¿Vuelve a ser ese hombre? Siempre lo fue, aunque él mismo no lo sabía gracias a la esmerada labor de sus talladores… 

Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.




BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
BANER-PRINCIPAL-LATERAL-300x300px
BANER-PRINCIPAL-LATERAL-300x300px
200
200