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Más allá del simulacro | 02/03/2024

Llegar al poder pisoteando una lucha histórica

Sofía Cordero Ponce
Sofía Cordero Ponce

Dentro de los múltiples nexos que pueden existir entre los países de la región, Bolivia y Ecuador comparten uno en especial: las luchas de los pueblos indígenas que a pulso se han abierto espacios en el escenario político de ambas sociedades andinas. Durante los primeros años de la década de 2000, recorrieron vientos de optimismo por lo que se entendía como la llegada al poder de gobiernos progresistas que se identificaban con las causas populares. Sin embargo, los primeros meses de Gobierno de la Revolución Ciudadana en Ecuador dejaron claro que la gestión no sería con, ni por, el movimiento indígena. Hoy sabemos que 10 años de hostilidad, humillaciones y violencia estatal dejaron sus huellas en un movimiento indígena dividido y sin proyecto político. Bolivia, por su parte, se vio inmersa en un giro que marcaría su historia con la entrada de los sectores indígenas y campesinos a la burocracia estatal y al manejo de lo público. Los errores saldrían a relucir más tarde, cuando las exigencias del sistema democrático pusieron en jaque la permanencia en el poder de Evo Morales.

La transformación y crisis del movimiento indígena en Ecuador no se puede explicar en pocas líneas, sin embargo, comparar dos candidaturas distantes en tiempo y forma, plantea algunas claves. En 2006, durante la campaña electoral para la presidencia, Luis Macas, candidato por Pachakutik, el brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) recordó reiteradas veces la importancia de las marchas y levantamientos. “Venimos desde los páramos, y venimos desde la selva, y desde las playas caminando porque queremos forjar un Ecuador distinto”. Esas largas travesías caminando por el país eran actos heroicos cargados de significado y dignidad. Más de 18 años después, Leónidas Iza, el actual presidente de la Conaie, anunció su candidatura a la presidencia por Pachakutik para las elecciones de febrero de 2025. En su discurso no dejó de señalar a la “burguesía” como la peor enemiga, la que divide a los pueblos y estigmatiza la lucha social: “Ahora la burguesía ha instalado un discurso de “los terroristas” “los vandálicos” afirmó. Leónidas Iza, en octubre de 2019 y en junio de 2022, destruyó la memoria y el simbolismo de la lucha indígena y la reemplazó con violencia y acciones que se parecen más a las del terrorismo y los grupos de crimen organizado.

En Bolivia, el Gobierno de Evo Morales permitió la ocupación del Estado por sectores campesinos e indígenas organizados, pasando por primera vez de ser oposición a ser gobierno. Lamentablemente, las cúpulas dirigenciales, y el mismo Evo Morales, no fueron capaces de comprender que la alternabilidad en el poder es parte fundamental del juego democrático del que ellos mismos aceptaron ser parte. Hoy, 18 años después, la división de las organizaciones campesinas e indígenas es una realidad que pone en riesgo la supervivencia misma del instrumento político. La candidatura de Morales consolida ese rompimiento: “Valoro la opinión de las y los ciudadanos que, en una encuesta, en un 88%, votaron ratificando que Lucho traicionó a Evo y al MAS-IPSP”; “vamos a seguir luchando por nuestra amada Bolivia, a pesar de todo lo que intentan hacer conmigo”. El discurso de la victimización encubre la ausencia total de autocrítica respecto al fracaso político del MAS para renovar sus filas y dar paso a nuevas generaciones de dirigentes hombres y mujeres.

El desafío para el movimiento indígena en Ecuador es muy grande. Desvincularse de grupos violentos que traicionan su legado de lucha es una tarea urgente y la cúpula actual de la Conaie, con Leónidas Iza a la cabeza, no apunta en esa dirección. Pachakutik esta vez competirá por la presidencia sin una propuesta capaz de articular a sectores de la izquierda cansados de la política de la violencia heredada de los años del correísmo. El MAS, por su parte, parece encaminarse a una división en donde una de las partes tampoco fortalece la lucha de los sectores indígenas y campesinos, sino que la reduce a una disputa entre viejos líderes que se reúsan a aceptar su fracaso.



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