Esta serie empezó con el artículo Los pilares del poder populista. Caracterizó al populismo como un movimiento de masas dirigido por un caudillo cautivante. En futuros artículos se evaluarán los enormes daños y los evidentes logros de este movimiento en Bolivia.
Esta entrega se limita a esbozar las etapas de su progresiva radicalización. Son tres modalidades de captura y consolidación del poder político populista.
La etapa artesanal se instala sin mayores planes ni organización, de una manera difusa y voluntarista. Depende casi exclusivamente de la capacidad de seducción del caudillo y de la aceptación popular de sus ofrecimientos.
Cuando el caudillo consigue suficiente apoyo organiza un partido político. Esto le permite obtener un número de diputados o incluso senadores. Con ellos puede negociar cuotas de poder en el gobierno.
Carlos Palenque levantó su movimiento mediante su dominio de la radio y la televisión popular. Max Fernández lo hizo mediante su éxito empresarial a partir de orígenes humildes y la aplicación monetaria de ese éxito a la política.
Ninguno de los dos se postuló a un curul parlamentario. Sus partidos los obtuvieron y los negociaron con varios gobiernos. Sus electorados eran regionales y sectoriales. Sus tempranas y accidentadas muertes dejaron el campo del populismo libre para Evo Morales.
Evo creció en el interior del sindicalismo cocalero. Lo dominó como ningún otro actor de ese entorno. Vendió a los cocaleros la idea de que eran un poder político capaz de tomar el gobierno para defender sus intereses. El MAS IPSP se fundó en 1997 sobre los cimientos de la informalidad cocalera.
Por unos años fue un movimiento contestatario, en busca de legitimación y cuotas de poder. Aglutinó a sectores que se sentían afectados por las privatizaciones del neo-liberalismo y las exclusiones de la democracia pactada. Empezó a tejer una red de apoyo fuera del Chapare.
Evo Morales ganó un curul como Diputado por Cochabamba en 1997. Se midió con el entorno parlamentario y partidista. Sobrevivió a la persecución y al marginamiento que le impusieron los partidos tradicionales. Se dio cuenta que su ambición, su excepcional olfato político y su formación en el sindicalismo cocalero le permitían traspasar cualquier techo.
Presentó su candidatura a la Presidencia de la República en 2002 y salió segundo. Triunfó de lejos en las elecciones de 2005.
Su Vicepresidente fue Álvaro García Linera, un intelectual que había superado la violencia revolucionaria de su juventud. En sus amplias lecturas de madurez recogió una teoría de cómo se “profundiza” la democracia mediante un caudillo populista. Se la expondrá en otra entrega.
Reconfigurado y potenciado por Álvaro García Linera, el populismo artesanal de Evo se transformó en otro bicho. Se convirtió en lo que podemos llamar un neo-populismo autocrático. Evo estrenó esta segunda etapa del populismo al mando del país.
El nuevo organismo se dotó de un estado mayor competente. Montó una narrativa convincente. Diseñó una estrategia despiadada. Pasó a hacer política de una manera mucho más eficaz que la de cualquier partido convencional. La basó en falsedades y guerra sucia.
Tomó control de los aparatos de gobierno. Accedió a excedentes económicos fabulosos. Sus militantes ocuparon puestos sin mayor conocimiento ni preparación. Sus cuadros se formaron en el ejercicio de cargos públicos. Con esos cuadros montó una organización política de alcance nacional. La basó en un sistema de premios y castigos.
Conquistó con prebendas a las dirigencias de casi todos los movimientos sociales. Compró medios de comunicación social para ponerlos a su servicio. Quitó publicidad a los que no pudo comprar. Redujo las autonomías de las gobernaciones y alcaldías. Puso trancas a la gestión de los opositores que las lideraban. Les lanzó procesos judiciales.
Centralizó la economía. Creó docenas de empresas estatales. No le importó si trabajaban a pérdida. Bastó con que miles de empleados sobrantes le dieran apoyo político. Atoró al sector privado con esa competencia. Anuló la oposición regional a punta de dulces y garrotes.
Tomó el Poder Legislativo con una mayoría de 2/3. Cuando la perdió dispuso que una mayoría simple fuera suficiente. Anuló la independencia del Poder Judicial. Reclutó a jueces y fiscales para que intimiden y persigan a sus enemigos políticos.
Los artífices de una constitución ampulosa y llena de ambigüedades identificaron al estado con el pueblo y al pueblo con la voluntad del caudillo. Empoderaron a un tirano en nombre de un supuesto pluralismo democrático. “Evo es pueblo” fue su consigna.
Los triunfos electorales le sirvieron a Evo Morales para darse un falso baño de legitimidad democrática. No le importó si fueron legítimos o adulterados. Se aseguró que una mayoría de los vocales y funcionarios del organismo electoral estuvieran a sus órdenes.
Sus juristas se dieron modos de establecer un derecho a la re-elección indefinida. Al forzar sucesivas re-elecciones ignorando los resultados desfavorables de un referéndum y torciendo la normativa, el Presidente Morales gatilló una imparable resistencia popular urbana.
Su subsecuente renuncia y fuga en noviembre de 2019 quebró el poder populista. La segunda etapa se dividió en dos, dando a luz una nueva variedad de poder dual.
Una mitad la ejerce un nuevo Presidente, que dista mucho de ser un caudillo. Por eso mismo profundiza el carácter autocrático de esta segunda etapa. La otra mitad la ejerce el verdadero caudillo. Pelea desde el llano por evitar la fragmentación de su coalición. La necesita unida para retornar a la Presidencia cuanto antes.
Esta fractura frenó el tránsito del poder populista hacia la tercera etapa de una dictadura pura y dura, que hubiera sido copia fiel de las que oprimen a Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Wálter Guevara Anaya es escritor