Quizás el aspecto que más concentrará la
atención de la población boliviana en 2024 serán las elecciones nacionales de 2025.
Y no es que otros aspectos –el económico, en primer lugar– no tendrán trascendencia, sino que el boliviano es un ciudadano altamente politizado y, por ello, presume que las otras realidades de la vida se subordinan a lo político.
En esta atmosfera que satura el ambiente nacional se entiende a “lo político” no tanto como ideas, programas y proyectos, sino como caudillos que tienen incidencia en la vida cotidiana al posibilitar empleo en la función pública a sus seguidores, o como Gobierno que hará la vista gorda a las pretensiones y exacciones que puede cometer un gremio si este antes le brindó el voto de sus afiliados.
Desenvolverse en este panorama ha convertido a los sectores populares en verdaderos y exitosos vaticinadores de sobre quién tiene mayores posibilidades en ser nuevo gobernante. Es cierto que esa habilidad es producto histórico de la sobrevivencia de ese sector a la sombra de un poder hegemonizado por sectores dispares en lo cultural y económico.
Lo popular ha sido, de esta manera, hacedor de gobiernos que no regenta ni administra. Esta situación no ha cambiado en los últimos años de cacareada “descolonización” e inclusión indígena. El mínimo, pero poderoso mundillo criollo, heredero del altoperuanismo, ha tenido estos últimos años sus mejores momentos de supremacía bajo un supuesto Gobierno de los “otros”, de los indígenas: Un éxito político de añagaza, que podría tener como símbolo el matrimonio en noviembre de 2017 del entonces vicepresidente Álvaro García Linera con la periodista Claudia Fernández en la localidad de Tiwanaku. Lo comentado de esa ceremonia no fue que el novio duplicaba en edad a la novia y otras futilidades semejantes, sino que por primera vez un q’ara y una q’ara se casaban usando supuestas ceremonias tradicionales.
En realidad, ningún indígena se casó antes de esa manera ni lo hizo tampoco después. Así, el show de unos blanquiñosos que para mayor relevancia usurpan legitimidad indígena, se dio no solo en fiestas y ceremonias sino sobre todo en el ámbito de la legitimidad política.
No hubo Gobierno popular, salvo el lamentable espectáculo del Fondo Indígena en 2015. Pero, eso sí, los sectores indígenas y populares aguzaron aún más su capacidad de conjetura política para asegurarse la descolonización a su manera. Y es que son sectores proclives a descifrar el aire de los tiempos políticos, para asegurar su lento e irresistible ascenso. Así como el agricultor tradicional interpreta señales del ambiente para saber si el año agrícola será o no ventajosos, el político de base, la mayoría del país, descifra las señales sociales, económicas y políticas.
Hasta hace poco era tarea fácil pues parecería haber heredado cierta memoria colectiva que le señala cuando un ciclo político se inicia y cuando se acerca a su fin. En 2019 las señales indicaban que el ciclo del MAS había terminado. Por ello, pese a las proclamas y llamados de auxilio de parte del poder, nadie salió a las calles para ofrendar su vida para que Evo Morales permaneciese en el Gobierno. Era claro, su ciclo había terminado.
Sin embargo, ¡gran contrariedad!: El nuevo ciclo nació malogrado. El gobierno de Añez fue un fiasco y en las elecciones de 2020 volvió a ganar el MAS.
Para confundir aún más a los especuladores populares de la política, el MAS se presenta ahora fraccionado entre quienes están en funciones de Gobierno y quienes estuvieron en esa ubicación hasta hace poco. Es un ingrediente más para aumentar el desconcierto: la oposición institucionalizada hace de todo, hasta colaborar con el Gobierno al que, por definición, debería oponerse. Nadie le da serias posibilidades de tomar el poder.
¿Encontrarán los sectores populares más ventajoso hacer lo que siempre hicieron, es decir acogerse a la oportunidad de quien maneja el Estado –por ejemplo apoyar la prórroga del actual Presidente–, o atender los gemidos vindicativos del expresidente? Quizás un factor externo saque al sector popular de ese dilema, con una mezcla de Melgarejo y Belzu, es decir una fusión de Milei y de Bukele. Quién sabe…