La política cambiaria ha vuelto a adquirir un lugar importante en los programas de gobierno. Tuto, Samuel y Amparo se inclinan por un tipo de cambio flexible. En sus propuestas hay grandes coincidencias de principio, con pequeñas diferencias en cuanto a la instrumentación de la política de cambio flexible. No se conocen todavía las propuestas de los otros candidatos viables.
En extraña casualidad, Luis Arce y algunos connotados liberales se oponen al tipo de cambio flexible. Los ultraliberales proponen una política de tipo de cambio fijo, que se obtendría podando radicalmente el sector público. Arce trata de defender el tipo de cambio fijo con métodos más bien policiales.
En mis artículos en publico.bo del 15|10||21 y del 30|11|21 examino, con algún detenimiento, las ventajas y desventajas de los dos tipos de arreglos cambiarios. No hice notar en esos artículos, pero ahora lo hago, que el gran gurú liberal Milton Friedman, en su “Essay of Positive Economics” (1953) se muestra partidario de los tipos de cambios flexibles (consúltese la posición de Friedman en el Chatgpt).
Un saneamiento fiscal profundo, pero inteligente y no a rajatabla, es una condición necesaria para la sostenibilidad del sistema cambiario, cualquiera sea su modalidad: fijo, flexible o híbrido. Con déficits continuamente por encima de 7,5% del PIB ningún sistema cambiario es sostenible. Pero el saneamiento fiscal no basta. Se tiene que completar con una política monetaria acorde y una unificación cambiaria. Política monetaria quiere decir política de tasas de interés y no solamente de cantidades monetarias. Dada la existencia actual semiclandestina de un mercado cambiario libre, la liberalización total es el mejor medio para lograr la unificación. Regresar al cambio único de 6,96 bolivianos, como proponen algunos liberales, sería casi imposible porque habría que reabsorber mucha liquidez, con efectos recesivos, más allá de lo que el público puede razonablemente aguantar. No se necesita ser un premio Nobel de Economía para sostener esta conjetura.
El tipo de cambio fijo tiene severas vulnerabilidades. Además de los argumentos teóricos, se tiene las constataciones empíricas de que fracasó estrepitosamente en varias ocasiones: Chile en 1982, Argentina en 2001. En nuestro país, la UDP ensayó, por lo menos seis veces, mantener el tipo de cambio fijo, sin éxito. La premisa de que el tipo de cambio fijo disciplina a la política fiscal resultó no verificándose. En cambio, un logro importante del DS 21060, crucial para la desinflación, fue la unificación cambiaria, con dos medidas: la completa libertad cambiaria y el bolsín del BCB, con su mecanismo de subastas, como instrumento de intervención. La inflación se mantuvo controlada a la vez que se mantenía constante el tipo de cambio real. Según el FMI, el bolsín del BCB le prestó grandes servicios al país.
El gran temor que tienen algunos con el tipo de cambio flexible es que tanto la depreciación como la inflación se desboquen. Si se tiene una política monetaria cuidadosa y creíble, eso no sucederá. México, Brasil Colombia, Perú, Chile y Paraguay siguen una política de “metas de inflación”, con tipos de cambio flexibles. Tienen muy controladas sus inflaciones a pesar de los desbordes contagiosos de la inflación internacional de 2021-2023. El caso del Perú es notable, con una inflación anualizada de 2,6%, que muchos países de economía avanzada podrían envidiar. En cambio, es cierto que en las últimas semanas el real brasileño, que flota, se ha depreciado muy fuertemente debido a un descarrilamiento fiscal.
Un prerrequisito para que la flexibilidad cambiaria funcione bien es el de que no haya un déficit fiscal elevado y que la política monetaria no quede subordinada a la política fiscal. Se necesita también un Banco Central independiente, con gran capacidad analítica para juzgar las condiciones del mercado y efectuar buenas proyecciones. La credibilidad del compromiso de las autoridades económicas y monetarias con mantener inflación baja es clave.
Juan Antonio Morales es PhD en economía.