Es muy fuerte el ruido
que hace Evo Morales en Argentina. Toma chocolate con unos niños aquí, se saca
fotos con las Madres de la Plaza de Mayo acá y juega fútbol acullá. Amenaza con
que se irá a Orán, cerca de la frontera con Bolivia, pero no termina de trasladarse
allí. Y todos los días hace política, violando su condición de asilado.
Mientras su amigo Alberto Fernández se lo permita, seguirá procediendo de esa
forma.
Sin embargo, la preponderancia de Morales está claramente en caída. Logró que un grupo de legisladores y dirigentes políticos fuera a verlo a Buenos Aires, para sacarse una foto con el puño en alto, pero su partido en Bolivia está claramente alejado de él. Los presidentes de las dos cámaras, Eva Copa y Sergio Choque, no asistieron a la cita y han mantenido a sus bancadas fuera del alcance del todavía jefe cocalero.
Ambos ayudaron a aprobar, por ejemplo, la ley para llamar a elecciones, en las que eliminaron a Morales como candidato, de un plumazo y sin mayores remordimientos, y no insistieron en la aprobación de la de garantías, que buscaba darle una cierta protección. Tampoco obstaculizaron la elección de nuevos vocales del TSE, como podrían haber hecho, considerando que el MAS sigue teniendo dos tercios de los votos en el Parlamento. El gran jefe, conocido por sus arranques de ira, no ha debido tomar esas decisiones de muy buen talante que digamos. El país está pacificado y tendremos elecciones, esta vez limpias, en breve.
Los “movimientos sociales” afines al MAS tampoco le están dando mucho respaldo a su exlíder. La vida sigue, como se suele decir. Nadie parece jugarse mucho por él y menos por unos k’aras que están asilados en una embajada y que son bastante similares a cualquier dirigente neoliberal, en aspecto e ideas.
Si no fuera por el azar, es decir porque gobiernos progresistas se instalaron en Argentina y México, Morales estaría refunfuñando, sin muchas alternativas, en La Habana. El próximo gobierno sin duda intentará normalizar las relaciones con esos países, y si ello tuviera éxito serán malas noticias para Morales, que se beneficia de la polarización y del cruce de acusaciones.
El MAS puede aspirar a tener un tercio de los votos en las próximas elecciones, como propuse en un artículo anterior. Sin embargo, ese caudal electoral será insuficiente para gobernar, obviamente, porque habrá una segunda vuelta en la que ese partido no tendrá mayores chances. Y la futura mayoría congresal contraria a Morales tendrá mucho tiempo y opciones para hacerle la vida muy difícil, con acusaciones más sonoras y dañinas que las actuales. El lector puede imaginar de qué tipo podrían ser esas denuncias.
No será fácil el próximo gobierno, pero intuyo que Morales, que cada vez estará más extenuado de gritar desde Argentina sin lograr mucho, tendrá una influencia decreciente en los próximos años. Obviamente intentará volver para los comicios de 2025, no obstante, en Bolivia cinco años son una eternidad en la que cualquier cosa puede suceder.
Los partidos contrarios al MAS y que ingresen al próximo Parlamento, que entre otras cosas se espera de ellos defiendan genuinamente la democracia y el Estado de Derecho, deberían hacer una alianza, como la que significó “El pacto por la democracia”, que le dio estabilidad al país cuando más se necesitaba. O la “Concertación por la Democracia” en Chile, con la cual la centroizquierda gobernó cuatro períodos seguidos, completando 20 años. Obviamente que lo más posible será que después de las elecciones, e instalado el nuevo gobierno, los partidos opositores a Morales ingresen en una fase de agria confrontación, lo cual beneficiará al MAS, aunque no se puede descartar que la clase política que estuvo 14 años fuera del poder se comporte con un mínimo de madurez ahora que lo ha recuperado.
El respaldo acrítico que le dan los mandatarios de Argentina y México al expresidente, pese a que violó el voto popular del 21F, montó un fraude evidente en las elecciones del 20 de octubre y quiso eternizarse en el poder, es irritante para Bolivia. Como también lo es que éste siga creyendo que es Presidente, incluso inaugurando obras por teléfono. Pero es más irritante para Morales haber perdido el poder, quizás definitivamente.
Raúl Peñaranda U. es periodista.