Para comprender el momento que vivimos hoy
en nuestra democracia es necesario ir más atrás y comprender cómo iniciamos
este proceso y, por ende, cuál fue la “señal de parto”. La “señal de parto” del
modelo de democracia de mercado de 1985 a 2005 nació gracias al pacto
establecido en 1985 entre MNR y ADN para dar estabilidad a las reformas
establecidas en el DS 21060. Fue un nacimiento de pacto.
La “señal de parto” del modelo de democracia de mayoría del masismo, de 2006 a 2023 (excepto el Gobierno de transición) se dio en 2009 gracias a las acciones en el Hotel las Américas, donde el gobierno ordenó “dispersar” a los terroristas y, generando un remarcable temor, terminó por descabezar a la oposición cruceña, encarcelando a algunos de sus dirigentes, desterrando a otros y sometiendo al silencio cómplice a la mayoría. Vale decir, los nacimientos fueron notoriamente divergentes: uno vino al mundo pactando, el otro lo hizo acallando.
¿Cómo vivimos hoy con este modelo de victoria “genética”? Esa es la pregunta que cabe contestar. Antes de hacerlo me remito al marco teórico fundamental para comprender esta reflexión: el libro del profesor Dan Reiter, ¿Cómo terminan las guerras?, propone dos diversos resultados para finalizar una guerra. Primer tipo de finalización de guerra: la de Finlandia contra la URSS terminó en un pacto. Los soviéticos no destruyeron Finlandia apropiándose del país por una sencilla razón: temían el involucramiento salvador de Francia e Inglaterra si decidían acabar con Finlandia de forma absoluta. Mejor era contentarse con tener presencia en este territorio sin tomarlo del todo.
¿Otro ejemplo? Sí, el de segundo tipo de finalización de la guerra: durante la guerra de 1973 de Israel contra Egipto y Siria, este primer país alcanzó a tener 30.000 detenidos egipcios y sirios y prometió matarlos si estos países no se rendían. Se rindieron y la guerra se ganó por goleada.
Antes de esta finalización, el mismo Henry Kissinger le pidió a la premier israelí Golda Meir que pactara y la líder judía dijo que no: “si pactamos, cada dos o tres años nos van a atacar. Hay que destruirlos. Sólo así tendremos la garantía de que no volverán a molestarnos”. ¿Síntesis? El derrotero final de aquel momento marcó a fuego los siguientes años de vida de estas naciones. La forma de vencer determinó el curso de la historia. He ahí el secreto. No es casual, pues, que esta victoria a medias de los soviéticos çontra Finlandia haya dado a luz poderosas naciones al margen de esta injerencia externa y tampoco es casual que Hamas ataque hoy a Israel.
¿Por qué hago esta comparación? Para dejar en claro el meollo del asunto: el MAS no pacta, “quiebra”. Lleva inscrito ese código político de “guerra total” en su momento constitutivo. Nacieron con este sello genético al desbrozar militarmente a la oposición. ¿Cómo entendemos, pues, al MAS actual? Es un MAS de minoría con necesidad de pactar. Es otro bicho. Ese es el asunto. ¿Se acuerdan lo que sucedió en 2019-2020 con la Iglesia, la Unión Europea y líderes de oposición? Claro, el Gobierno retornó a su momento constitutivo y negó ese momento de pacto democrático. Arce dio gusto a este nacimiento con una votación del 55% en 2020. ¡Volvieron el redil! Pero, ¿cuál es el destino hoy, en una época de fragmentación? La historia es clara: o el MAS se vuelve democrático en serio o reza por una victoria total en 2025. Mientras tanto, ¿se puede negociar con este partido gubernamental? No. A lo sumo, se pueden obtener ventajas temporales en las zanjas del combate: leyes aprobadas hoy, mañana ya no; acuerdos de un día, mañana no te conozco; besitos en la mañana, en la noche navajazos. Ese es su chip.
Es la política del one night stand: tenemos sexo y nos mandamos a rajar. ¿Qué hacemos en esta precariedad? Esperar a 2025 y rogar porque nadie saque más del 20, 30 o 40% y ¡deba pactar! Sólo un pacto puede salvarnos. ¿Pactar con el MAS? No tengo dudas. Será otro MAS. Un MAS con un nuevo momento constitutivo: uno democrático.
Diego Ayo es cientista político.