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El Compás | 01/11/2019

La “crisis de octubre”: analogías históricas

Fernando Molina
Fernando Molina

Ciertas configuraciones de hechos constituyen formas históricas que se reiteran a lo largo del tiempo. Son tropos, combinaciones que hablan de algo más que de sí mismas. Por ejemplo, las acciones de mineros, choferes y campesinos en contra de los bloqueos de la clase media urbana durante esta segunda “crisis de octubre” —que tiene simetría inversa con la de 2003— evocan las de las milicias obreras y campesinas del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que estuvieron activas entre 1952 y 1964, y que también cumplieron, aunque de una forma más sistemática, las funciones represivas convencionalmente reservadas a la Policía y al Ejército.

Una analogía más profunda la proporciona el enfrentamiento del MNR, formado por una combinación de trabajadores, campesinos y clase media emergente –en distintas dosis, la misma composición del Movimiento al Socialismo (MAS)–, con la clase media tradicional: empleados y burócratas acomodados, y profesionales liberales. Una clase arrinconada, apaleada, menospreciada y, en suma, vencida durante los primeros cuatro años de la Revolución.

El MNR intentó superar esta oposición, pero lo que finalmente hizo fue contenerla dentro de él mismo, en dos etapas: primero, se puso del lado de los sectores populares y, luego, se alió a la clase media semiseñorial y la convirtió de nuevo en parte de las clases dominantes. 1956, año del pacto Paz-Siles-Guevara con EEUU y en contra de Lechín, constituyó el momento de inflexión entre ambas etapas emenerristas.

Pese al giro hacia la derecha que dio de 1956 en adelante, y de la paralela derrota de su ala izquierda (obrero-campesina), el MNR nunca pudo librarse completamente del encono de la clase media tradicional, algo que probablemente también ocurrirá con el MAS después de esta experiencia. Dicho odio, que era cerril porque se trataba, justamente, de un odio de clase, explicó la resistencia urbana al continuismo reeleccionista de Víctor Paz, en 1964, y alimentó el apoyo entusiasta al golpista René Barrientos, al menos durante un tiempo, antes de que la clase media se radicalizara hacia la izquierda, en 1969-1970. Para formar, eso sí, una izquierda que, por lo menos hasta 1977, se preciaba de ser antimovimientista más que de ninguna otra cosa. Lo mismo pasó con la derecha, que primero fue falangista, capaz de inmolarse si eso le permitía dañar al MNR, luego barrientista y, desde 1971, banzerista, siendo el banzerismo contrario al MNR hasta su desaparición… Analogías…

Tenemos, entonces, de un lado, la irrupción miliciana, caudillista y autoritaria de ciertas clases sociales en la política nacional. Y, del otro, la reacción frente a las alteraciones al orden introducidas por esta oleada barbárica.

Ahora bien, la analogía puede perder su potencia: lo que pasa una vez como tragedia se repite después, como farsa. Los movimientos sociales convertidos en grupos de choque de hoy carecen del aura romántica y emancipadora que adornaba a las milicias del MNR, “semillas de un nuevo poder revolucionario”, elementos constitutivos del “poder dual” de la COB, ejército paralelo que, si todo lo otro fuera exagerado, contaban al menos con el mérito y el orgullo de haber vencido al Ejército rosquero con sus propias manos, prácticamente desnudas, en las jornadas de Abril. Tampoco el MAS, pese a todas sus similitudes, es el MNR, pues éste no solo nacionalizó la industria extractiva, como él, sino que, además, fue responsable de la reforma agraria, impuso el voto universal, “inventó” Santa Cruz, etc.

Claro que también tendemos a mitificar los hechos relacionados con 1952. Cierta historiografía vulgar, fuertemente nacionalista, ha tenido este efecto sobre nuestras reminiscencias de la Revolución Nacional. Complementariamente, hace mucho que dejamos de leer a los intelectuales que criticaron la violencia y el autoritarismo del MNR (por cierto, uno de ellos fue Julio Alvarado, antecesor del dirigente del Consejo Nacional de Defensa de la Democracia del mismo nombre… Analogías…).

La clase media tradicional se enfrentó a la Revolución en defensa del viejo orden, pero luego se fue adaptando, trabajosamente, al nuevo estado de cosas, infiltrándose en el proceso revolucionario y obligando al MNR a cambiar también. Pese a ello, las milicias, las “barzolas”, el “control político”, estos y otros mecanismos de represión “revolucionaria”, que actuaban en paralelo agonista con la institucionalidad legal y democrática, marcaron a sangre y fuego el imaginario de los sectores más acomodados de la sociedad. Y esas marcas no se borraron fácilmente. Por esta razón, las clases dominantes y blancas que vieron al MNR revolucionario en acción, una vez liberadas de la hegemonía de éste, buscaron una dirección alternativa: barrientismo, primero, y banzerismo, después; incluso gonismo, si lo consideramos un rebrote rosquero (semiseñorial) dentro del partido de la Revolución Nacional.

Recuerdo que una vez casi le provoqué un soponcio a mi abuelo cuando le pregunté, justo antes de las elecciones de 1985, si iba a votar por Víctor Paz, sin recordar que este había expropiado los bienes de su familia. No, me dijo, él iba a votar por Banzer. Solo los “cholos” votaban por el “Mono”…

Milicias, barzolas, el “control político”, la reelección de Paz, las libras esterlinas. Tales eran los tópicos del desprecio de la clase media tradicional por el MNR. La violencia de este cálido octubre de 2019, el corte de la TREP, los incendios de la Chiquitania, el Fondo Indígena, el caso Zapata, la reelección irrestricta, tales serán, probablemente, los tópicos del desprecio de la clase media tradicional por el MAS. ¿Cuántos lustros o décadas durará este desprecio? No lo sabemos, pero se prolongará durante mucho tiempo.

El MNR terminó siendo, plenamente, un partido de las élites. Para ello tuvieron que morir o envejecer todos aquellos que lo conocieron en su faceta revolucionaria. También tuvieron que madurar las generaciones beneficiadas por la Revolución, que tomaron lo hecho por ésta y lo pusieron en el ápice de la valoración histórica nacional, creando el nuevo sentido común del país, en un proceso que, además, fue estimulado por el diversificado trabajo cultural de los intelectuales y artistas nacionalistas revolucionarios, una pléyade de lumbreras.

 El destino del MAS es impredecible, pero no cabe duda de que, a partir de hoy, tendrá que seguir su andadura llevando el peso de esta carga: estigmatizado como enemigo mortal de la clase media tradicional.

El enfrentamiento entre la gente de las ciudades y los sectores emergentes del campo y de las minas encarna una forma de la lucha social en Bolivia, que no hemos superado y que se reitera. Esta antinomia expresa en clave moderna –es el tropo de– la congénita guerra de blancos contra indios. (Muchas veces, en estos días, se dice “masista” con el significado de “indio” y “ciudadano”, con el de “qhara”).

La grandeza del MNR reside en que estableció las nuevas condiciones, más progresivas y civilizadas, de esta lucha; su fracaso, en que no pudo resolverla del todo, que se limitó a oscilar de un extremo a otro de la polaridad que debía reconducir y reconciliar.

No es seguro, en cambio, que el MAS pretendiera resolverla. A momentos pareció que sí, en torno a la elección de 2014, la exitosa e incluso, podríamos decir, gozosa tercera reelección de Morales, pero no perseveró en ello e, igual que el MNR de 1964, nunca estuvo dispuesto a hacer a la clase media la concesión clave: desistir de la reelección de Evo. (¿Por qué la clase media tradicional ha sido paladina de la alternancia, hoy y en 1964? ¿Se debe esto a una inclinación consustancial suya por los valores democráticoliberales?

No obstante, si hoy hubiese un golpe militar en contra del gobierno, ¿no lo apoyaría esta clase? El lector no debe responder apresuradamente a esta pregunta. En 1964, luego de reclamar airadamente contra la reelección de Paz, ¿no se sumó la clase media, entusiasta, al golpe de Estado de Barrientos? Y pensemos en lo siguiente: Luego del golpe, el dictador se “legitimó” por medio de unas elecciones, en las que participó junto a un partido de clase media, el Social Demócrata de Adolfo Siles Salinas. Muchos años después, a este prohombre, compañero del golpista, se lo recordaría, dentro de su clase, como un “demócrata”).

Una pregunta queda: cómo evolucionará el MAS respecto a la clase media tradicional en el futuro. Parece bastante difícil, por su raigambre social, que imite la trayectoria del MNR, esto es, que pase de continente de los sectores populares indígenas a instrumento estratégico de las élites blancas del país. ¿Quedará entonces, congelado, como el enemigo histórico de la clase media? Y… ¿podrá sobrevivir así caracterizado?

Otra pregunta es si el MAS seguirá representando monopólicamente a las clases populares y, por tanto, seguirá siendo predominante en la correlación general de fuerzas. El MNR contaba con los campesinos, pero, a partir de 1964, estos se fueron pasando al bloque barrientista. Cierto que el MAS tiene una fuerte raigambre campesina y popular, pero ningún monopolio está garantizado para siempre, como hemos comenzado a ver en esta crisis. Quizá el caso de Potosí, en donde fuertes sectores populares se alinean con la oposición, esté mostrando un fenómeno en desarrollo.  

Partido miliciano, política barbárica, derecho de clase, clivaje indios-qharas, reelección-alternancia, Revolución Nacional y contrarrevolución señorial, estos son algunos de los temas y los conceptos que tendrá que manejar un posible análisis fuerte de la crisis de octubre. Análisis que deberá esperar, claro está, a su desenlace.

Fernando Molina es periodista y escritor.



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