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Desde Afuera | 14/11/2021

La COP 26 y el bla, bla, bla del “vivir bien”

Mauricio Ríos
Mauricio Ríos

Brújula Digital|14|11|21|

Cayó el telón final de las reuniones de la COP 26 sobre cambio climático en Glasgow, Escocia, donde representantes de más de 100 países lograron establecer renovados acuerdos para luchar contra el cambio climático.  

Algunos analistas verán el vaso medio lleno, y otros lo verán medio vacío. Lo fundamental será que los acuerdos obtenidos se traduzcan en acciones urgentes y concretas que ayuden a los países, sobre todo en desarrollo, a mitigar los peores impactos del cambio climático, a tiempo de crear las condiciones necesarias y financieras para que esos países también puedan adaptarse a la nueva realidad de un clima en constante cambio.

Era de esperarse que las reuniones en la COP26 iban a ser difíciles por varias razones.  La primera es que el mundo no está bien encaminado para evitar el cambio climático extremo.  A nivel mundial, el objetivo es limitar el calentamiento a 1,5 grados Celsius, lo que según los científicos hará una enorme diferencia. Pero para lograr esto, las emisiones deben caer alrededor de un 45% para 2030, en comparación con los niveles de 2010. Eso significa que los países deben comprometerse con objetivos mucho más ambiciosos. Todavía está por verse si los compromisos adoptados en Glasgow están alineados con dicha ambición.

La segunda razón por la cual estas negociaciones son complicadas es que los países más ricos son los que más contribuyen al cambio climático, mientras que los países en desarrollo son los que más sufren las peores consecuencias del cambio climático. Las emisiones de gases de efecto invernadero de China, EE. UU. y la Unión Europea son las más altas del mundo. A modo de comparación, cada una de sus emisiones supera las emisiones combinadas de 39 pequeñas naciones insulares amenazadas por el aumento del nivel del mar, así como 48 países subsaharianos en África vulnerables a las sequías. e inundaciones.

Una noticia alentadora es el acuerdo anunciado por China y los Estados Unidos en Glasgow para reducir sus respectivas emisiones, colaborar en áreas de desarrollo de políticas y tecnologías, así como reactivar un grupo de trabajo multilateral enfocado en el cambio climático.

La tercera razón es que los Estados Unidos tienen la mayor responsabilidad histórica por el cambio climático.  El dióxido de carbono puede durar en la atmósfera durante cientos de años, por lo que las emisiones de hace décadas todavía están calentando el planeta. En conjunto, Estados Unidos produjo la mayor cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero desde 1850, tanto por la quema de combustibles fósiles como por cambios en el uso de la tierra como la deforestación.  Una señal esperanzadora es que Estados Unidos se ha comprometido a reducir entre un 50% y un 52% de sus emisiones para 2030, lo que se produciría mediante un cambio significativo hacia las energías renovables y los coches eléctricos.

Otra razón que ha complicado las discusiones en Glasgow es la del financiamiento climático que sigue por debajo del objetivo global de 100.000 millones de dólares al año prometido por los países ricos a los países pobres. Los fondos se destinan a proyectos como transporte sostenible y energía renovable, además de ayudar a las comunidades a prepararse para eventos más extremos. Los países desarrollados aún se encuentran por debajo de esa cifra, y todavía no tienen un plan claro para cumplirla.

En ese contexto, no debemos menospreciar los logros obtenidos en Glasgow. Algunos de los acuerdos logrados, por ejemplo, apuntan a revertir la deforestación hasta el 2030; reducir la emisión de metano, un gas mucho más potente que el dióxido de carbono, en un 30 por ciento hasta el 2030; reducir la utilización de carbón y acelerar la adopción de tecnologías limpias hasta la década del 2030 en el caso de los países ricos, y hasta el 2040 para los países en desarrollo. 

La mayoría de los países de América Latina ya firmaron estos importantes acuerdos, comprometiéndose a poner de su parte para lograr los objetivos mencionados. Bolivia ha sido de los pocos países que no los ha firmado, dando una pésima imagen y peor mensaje a la comunidad internacional sobre la falta de voluntad y sensibilidad política del gobierno para contribuir a estas iniciativas. 

Al no firmar estos acuerdos, Bolivia tampoco podrá acceder a los recursos destinados a atacar estos desafíos, sobre todo en temas relevantes para el país como son la deforestación y la emisión de metano, este último presente en la cadena de valor del petróleo y gas natural.  En el caso de la deforestación son alrededor de 20 mil millones de dólares que están sobre la mesa para ayudar a los países a revertirla.

Lastimosamente para Bolivia la COP26 fue una oportunidad perdida y otro ejemplo más del pésimo manejo de nuestra diplomacia y relaciones internacionales. 

Pregunta lógica

La pregunta lógica entonces que nos debemos hacer es la siguiente: ¿a qué fue el presidente Arce a la COP26 en Escocia?  ¿Cuál fue su verdadero objetivo? Algunos dirán que Arce fue a exponer sobre “el vivir bien” de los bolivianos y cómo protegen y respetan a la madre tierra, bla, bla, bla.  Si realmente ese fue el objetivo, entonces la filosofía del “vivir bien” ahora está más clara y significa lo siguiente: más deforestación, más emisión de metano, y más utilización de carbón.  Y lo que también debe quedarle claro al presidente Arce es que las acciones siempre comunican más y mejor que las palabras.  Así que la enorme contradicción entre lo que Arce dijo e hizo (o no hizo) en Glasgow habla por sí misma.  Y el simple resultado para Bolivia en la COP 26 es un presidente y un país con cero credibilidades y todavía menos capital político, social, y financiero.  ¡Vaya resultado en Glasgow!

Los bolivianos, a través de la prensa o de los partidos representados en el Congreso, están en su pleno derecho de pedirle al presidente Arce o a su Canciller qué rinda cuentas del viaje a Escocia, que además costó miles de dólares, y que explique los supuestos logros o beneficios reales para Bolivia de esa misión oficial. Al final del día, es crucial que el presidente Arce, al igual que sus ministros y colaboradores, entiendan de una vez por todas que simplemente son empleados públicos -nuestros empleados- cuyos salarios y viajes son pagados con los impuestos de todos los bolivianos.

Lo mínimo que esperamos entonces es que Arce de un informe detallado sobre cómo su viaje a la COP26 en Glasgow benefició o beneficiará al país. 

Y por favor que no nos venga con más bla, bla, bla del “vivir bien”.  Ni él mismo se la cree.

*Mauricio O. Ríos es consultor internacional en comunicación estratégica y prevención de conflictos con la firma Conflict Management Consulting.  Fue funcionario del Banco Mundial. Ahora radica en Oxford, UK. Dirige el programa de entrevistas “Desde Afuera”, iniciativa apoyada por Brújula Digital. 



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