La semana pasada, una nota promovida por el grupo
ambientalista Greenpeace, pretendió sacudir el tablero en Europa, sobre la
edición genética empleada para la mejora de plantas de cultivo. No era de
esperar lo contrario, ya que EU-SAGE, la Red Europea de Agricultura
Sostenible a través de la Edición del Genoma, viene haciendo declaraciones para
que el Consejo Europeo deje las discusiones ideológicas y tome en cuenta el
desarrollo científico para la producción de alimentos.
Los artífices, de generar campañas que garanticen donaciones constantes, publicaron un papercientífico y lanzaron una campaña en prensa, asegurando que habían desarrollado el primer método de detección pública para un cultivo editado genéticamente y publicado con éxito. Para alguien que no está al tanto sobre los avances en cuanto a edición genética, claro que puede sonar como novedoso.
El consorcio de investigadores, liderado por el Dr. John Fagan, del Instituto en Investigación Sanitaria en Iowa en Estados Unidos, afirmó que con su estudio, pueden refutar, que las plantas producidas mediante ingeniería genética son indistinguibles de las plantas cultivadas convencionalmente. El estudio fue financiado por varias ONG anti-OGM y por lo cual, el trabajo ya presenta un grave conflicto de intereses.
Euroseeds, publicó una aclaración sobre este "nuevo" estudio, en el que se pretende presentar el uso de PCR cuantitativo, como novedad para el reconocimiento de mutaciones puntuales conocidas, como por ejemplo en algunas variedades de colza Cibus. Para los científicos en biotecnología agrícola, esto no es algo nuevo ni ha existido nunca ninguna duda científica al respecto. Euroseeds es contundente: “Contrariamente a lo que afirma Greenpeace, el estudio y el método que en él se presentan no pueden aclarar, ni aclaran si la mutación de la colza Cibus, es una variación somaclonal aleatoria (como se indica en las citas de la publicación), o si es una mutación que se origina en la técnica de edición del genoma”. Al no poder aclarar qué originó la mutación, se concluye que todavía no es posible determinar cómo se generó la mutación puntual y, por lo mismo, si la planta resultante se considera un OGM que debería ser regulado en la Unión Europea.
El 2019, la Red Europea de Laboratorios de OGM (ENGL por sus siglas en inglés), publicó un informe muy completo, titulado: Detección de productos vegetales para alimentos y piensos obtenido por nuevas técnicas de mutagénesis, en el cual se concluye: “las alteraciones editadas del genoma en una planta, su detección e identificación por parte de los laboratorios de aplicación, no parece ser factible mediante el uso de métodos de detección aplicados de manera rutinaria e instrumentación analítica establecida”.
De igual forma, la Oficina Federal para la Protección del Consumidor y la Seguridad Alimentaria de Alemania (BVL), como autoridad que otorga las licencias, tiene una aclaración más al respecto de esta novedad. La BVL concluye que “la mutación puntual en la colza Cibus no se creó mediante la edición del genoma”. Esto en vista que Cibus, el que desarrolló esta colza con resistencia a herbicida, declaró que las respectivas variedades analizadas en la publicación, se obtuvieron a partir de la variación somaclonal espontánea, es decir, no fueron hechas con herramientas de edición genómica.
El desafío, radica en identificar claramente los organismos que se han desarrollado utilizando nuevas técnicas genómicas y en poder probar analíticamente que los cambios se produjeron mediante la edición del genoma. Debido a que la edición genética, imita muy bien las mutaciones espontáneas que se dan en la naturaleza, es que los científicos, abogan para que en la Unión Europea, no se catalogue a estos productos como OGM.
Países como Japón, Australia, Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Canadá, con el apoyo de comités científicos, han optado por desarrollar mejoras en cultivos, con edición genética, de manera que puedan afrontar distintos retos que ya son una realidad, tanto del productor como del consumidor.
Resulta irónico. Mientras la ciencia busca cómo hacer frente a las necesidades para producir mejor con menos, y cuidando que los precios no se eleven, existen otros que trabajan para sembrar duda, temor y empujarnos a un sistema productivo que encarece los alimentos y no es garantía de reducir los impactos adversos de la agricultura.
Se torna necesario, formar profesionales con este conocimiento, de manera que organizaciones como las que publicaron el estudio, no confundan ni vendan espejitos de fantasías.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología