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De media cancha | 23/09/2025

La bradipsiquia, el esmog y las eliminatorias

Diego Ayo
Diego Ayo

Una psiquiatra–diputada chilena nos trata de tontorrones. ¿Le acierta la dama del país vecino cuando atestiguamos el descalabro producido en el país por las cabecitas socialistas oprobiosamente desoxigenadas? No tengo dudas: a Arce le faltó oxígeno. Podríamos pensar que alguno de sus pujantes hijos desoxigenó el gabinete para revenderlo en algún rincón de planeta.

Ya vimos que los muchachitos tienen una inquieta vena empresarial. Sin embargo, lo dudo. No dudo de la pujanza de estos jóvenes, claro que no, pero creo que la bronco –respiración de nuestro primer mandatario tiene un origen más recóndito. Se cuenta que, a sus 15 años, descendió del Illimani decidido a vivir en La Paz. No lo sé, pero, coincidiendo con la diputada, me atrevería a confirmarlo.

En todo caso, convengamos en una certeza: los grandes prejuicios vinieron siempre de la mano de fantásticas teorías científicas. Me acuerdo del fabuloso descubrimiento en Inglaterra en 1908 del “Hombre de Piltdown”, quien pretendía ser el ancestro más antiguo de los seres humanos. ¿En qué consistió este fraude? En buscar cientifizar la mentira o, mejor, la vergüenza que despertaba en numerosos científicos la constatación sobre el origen del hombre: ¡veníamos del África! Vale decir, nuestros parientes de hace 300.000 generaciones ¡eran negros! “Uta, no”, se sorprendieron y asquearon, dando rienda al engaño: ¡mejor descender de un fósil europeo! ¿Qué demuestra esta tesis? Pues que el prejuicio no sólo precede a la ciencia, ¡la contornea! No es, pues, la ciencia la actividad que entierra prejuicios como siempre se nos ha enseñado, sino los prejuicios los que dan forma a la ciencia. Sucedió lo propio en Bolivia a principios del siglo veinte: el darwinismo daba aliento a las élites dominantes criollas asegurándoles, ¡científicamente!, que los indios desaparecerían. Las especies inferiores se extinguen, solían afirmar, y los indígenas, como seres inferiores, ¡se irían a extinguir! Esa era el prejuicio cientifizado de aquella era.

¿Qué quiero decir? Pues que la mentada diputada es una “prejuiciosa cientifizada”. Lo lamentable es que esa cientifización del prejucio alienta a sus compatriotas a propagar alegre y masivamente el delirio. Sólo un ingenuo podría pensar que la doñita ha proferido su “tontorroneada” solita. Claro que no. Son miles de chilenos que creen lo mismo (o algo aproximado). La única diferencia está en que esta dama ha envuelto al prejuicio en ropajes finos de “seriedad” académica. Imagínense ustedes que se mandó esa palabreja que yo, tontorrón de altura, no acabo de memorizar: bradipsiquia.

Ni bien se acaba de pronunciar esa belleza fonética, se puede dar rienda suelta a los prejuicios con toda holgura: “¿ves que no soy yo el racista? ¡Si son ellos los que tienen bradipsiquia!” Claro, hermano chileno, juzgá tranquilo, ¡ya tienes el permiso médico para hacerlo a gusto! Los vecinos ya pueden seguir tachándonos de inferiores con el beneplácito del Nobel en medicina de la susodicha.

¿Es cierto? ¿Se acuerdan que se afirmaba que Evo Morales había migrado de joven a Buenos Aíres? ¡Nos mintieron!, como suele ser siempre cuando hablamos de masistas. Evito y su padre, en verdad, partieron hacia Chile. Es probable que nuestro mandatario haya migrado a Santiago y se haya atontado con las partículas del aíre tóxico de este espacio geográfico. Volvió a la patria con millones de partículas pulmonares y cerebrales dañadas. ¿Algo más? Sí, Arce, tras descender del Illimani, migró a Santiago y conoció a Evo en el Palacio de la Moneda allá en el centro de Santiago.

Ambos se zampaban diariamente un tanque de oxígeno contaminado propio del veneno respiratorio de los santiaguinos. ¿Es cierto? No, claro que no, pero da una imagen clara de lo que sucede: “Santiago ocupa el tercer puesto entre las ciudades más contaminadas del mundo. La calidad del aíre en Santiago ha sido reportada como extremadamente mala, llegando a posicionarse como una de las ciudades más contaminadas del mundo en varias ocasiones. Este fenómeno se debe a la concentración de material particulado fino (PM 2.5) y ozono, exacerbado por la ubicación de la ciudad en un valle que atrapa el smog en invierno y es consecuencia de la emisión de fuentes como el transporte y la calefacción residencial”. Caramba, ¡qué peligro!

Un peligro que, afortunadamente, nos regala un sano descubrimiento: la doña viene metiéndose bidones de ese oxígeno santiaguino y el resultado salta a la vista. Por tanto, ¿deberíamos jugar las eliminatorias del mundial en esa contaminada ciudad? Claro, ya ven que en la última eliminatoria los hemos ganado. Y eso puede explicarse por una sola cosa: entre nuestra dosis disminuida de oxígeno y el oxígeno capitalino de nuestros vecinos, ya sabemos cuál es peor. La científica ochentera, respiradora crónica de esa anomalía medioambiental, merece, pues, nuestra solidaridad. ¡Pobrecita!, seguramente se cargó toneladas de ese desperfecto contaminador en su alocada cabecita. 

Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.



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