Hace algún tiempo, mucho antes de
que un virus nos tuviera con nuevos hábitos, recuerdo que leí un grafiti en la
calle que fue dejado luego de un 8M. “Mata a tu padre y hermano”. Frases ya normales, luego de que estas pobres
salen a armar su show. La más reciente, fue dejada en la plaza Abaroa,
exigiendo el “infanticidio libre, gratuito y legal”. La verdad es que uno solo
puede cuestionarse, cuánto daño tienen en la cabeza y cuánta falta de amor habrá
reinado en sus vidas.
Más allá de estas manifestaciones dementes, en muchos casos hay una cierta conexión a una mala imagen que acarrean del padre que les tocó. En muchas familias, los varones se excusan y se libran de cualquier responsabilidad que tienen con la esposa y los hijos. La pandemia, justamente ha revelado muchos casos de madres abandonadas, que intentan sacar adelante a sus tres o cuatro hijos.
Lamentablemente, las que marchan, gritan y expresan sus traumas, nunca proponen un mecanismo para que estos “perlas”, no se libren tan fácil de la crianza de sus hijos. Así, es muy fácil encontrar la historia de que el susodicho ni trabaja, para no tener que pasar pensión. No falta quien lanza la ironía, de que muchos de estos irresponsables, están felices, bien acomodados en un cargo público.
Con este panorama tan desalentador, es quizás fácil no sentir pena ni que llame la atención la leyenda de los grafitis que mencioné. En un mundo lleno de pensamiento progresista, se considerará normal que podamos llegar a esos extremos, donde el asesinato e infanticidio, sean tomados como salidas legales.
Es así, que no pude menos que sentirme enormemente bendecida por Dios, de haber nacido en una familia donde padre y madre, responden a su vocación matrimonial. Si bien en los primeros años, el padre en casa era más un proveedor material, guiado por la madre, aprendió a priorizar los tiempos con los hijos. Renunció a un mejor trabajo y sueldo, pero le quitaría mucho tiempo para su familia.
De aquellos años, guardo infinidad de recuerdos. Desde aprender a tener afecto a las libretas que me dejaba rayar y expresar mi “arte”, hasta mi primer acercamiento al microscopio y el gustito de ver las muestras que guardó de sus clases de histología. El gusto por la ópera y música clásica, también se remonta a escuchar los discos de vinilo que compró, justamente buscando apreciar más ese tipo de música que las modas pasajeras.
Pero fue en mi vida de adulto joven, donde terminé de comprender todo lo que un padre debería ser para una hija, principalmente. Gracias a sus consejos, me alejé a tiempo de sujetos que solo hubieran marcado dolor en mi vida. Su apoyo ha sido firme en mis decisiones y no faltan las recomendaciones, para guiarme siempre a un mejor resultado.
Toda esta presencia, constante preocupación, búsqueda de espacios para hablar y comprenderme, lograron que mi retorno a Dios, fuera más sencillo. Así es, la figura paterna que tenemos en esta vida, es un símbolo que nos recuerda el infinito amor de un Dios Padre. De esto surge, que al contrario de muchos, me molestan las medias tintas, las “verdades” personalizadas sobre la Verdad. Porque tanto mi padre en esta vida, como Dios, repudian las mentiras, los engaños, la mediocridad.
Hoy predomina el destrozar la imagen paterna, muchos varones no tienen el coraje de varios padres, que en peores situaciones económicas, decidieron amar, comprometerse, renunciar a muchos caprichos y formar familia, donde no se quedaron como simples proveedores, pero también aprendieron a acompañar en las labores del hogar y a compartir los momentos para amar a los hijos.
Quizás este sea el motivo principal, por el que tanta rabia de las de pañuelito morado/verde, no me llega. Porque en casa, más que equidad, hubo compromiso por ambas partes y sobre todo entrega desinteresada. Mucha diferencia marca, el que un padre en familia, realmente tome toda esa responsabilidad y saque adelante una familia. Dios bendiga a los padres que dejan todo por amor a su familia y ponen empeño en amar a sus hijos.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología