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07/08/2024
De media cancha

La agonía de nuestro presidente y el futuro promisorio

Diego Ayo
Diego Ayo

Parecería que cumplimos religiosamente ciertos ciclos políticos. Nuestra política es como una guagua que se torna fuerte en su juventud y adultez y decrece y se extingue al soplar las velas en su ancianidad. El nacionalismo revolucionario nació el 52 se volvió un chico malo más nacionalista que revolucionario en los años del militarismo y se hundió lentamente de 1978 a 1985. Sucedió lo propio con el neoliberalismo, alzado en brazos en 1985 y fenecido 20 años después. ¿No ocurre lo propio con el modelo comunitario iniciado con la victoria electoral de diciembre de 2005? Sí. El crío ya no despierta entusiasmo, por una simple razón: ya no es crío. Sería absurdo andar coqueteando al crío de 98 años: “nanaaay, tan lindito este chico”. Algo así viene haciendo Luis Arce. Ya lo veremos.

Creo que el nacionalismo revolucionario ya estaba muerto en 1978 y quizás un poco más a principios de los 80: políticamente ya no daba seguir con las loas al estatismo recalcitrante erigido algunas décadas antes y económicamente los militares se habían encargado de echar al río el auge económico banzerista. ¿Qué significa eso? Pues que don Hernán tan sólo fue la prolongación de esa vejez, negándose a partir. Constituyó el primer gobierno de prolongación absolutamente innecesario, pero aupado por una ola de recuperación de la fe. Una recuperación corta, muy corta, que sólo alargó el imprescindible cambio que vendría en el 85. ¿Cómo podemos entender este acto cargado de re-ilusionamiento? Como darle una inyección al individuo agónico para proseguir con la mentira que regenera las esperanzas: “ay, mirá, creo que ha dicho alguito”, “seguro, ya va a decir algo, ¡van a ver!”. Pues no: ya no dijo nada. Eso fue Siles: el final alargado ilusoriamente de un final ya claramente visibilizado por la historia.

Lo propio sucedió con Mesa de 2003 a 2005: se regeneró la ilusión en 2003 con su subida al cargo máximo, aunque el paciente ya estaba tieso ni bien partió Gonzalo Sánchez de Lozada. La crisis económica de 1999 y la crisis política de 2000 a 2003 marcaron ya el derrotero final del modelo neoliberal. Mesa tan sólo se aferró cándidamente al cadáver insepulto: “creo que lo hemos revivido, ¡está respirando!”, anunció, pero no, no estaba respirando. Tan sólo nos ocupamos de prolongar el agotamiento de un modelo que se entercaba en subsistir. Una nueva ilusión.

Empero, seamos sinceros: esas prolongaciones presagiaban los respectivos cambios de modelo. ¿Qué quiero decir con esta idea del cambio de modelo? En estas coyunturas de declive-chicle, estirando el sabor de la goma de mascar por minúsculos instantes, se perfilaron nuevas eras: el modelo de democracia pactada de mercado nació promisoriamente en 1985 y el modelo de “estatismo democrático” liderado por Evo Morales vino al mundo en 2005 renovando ambos nuestras esperanzas. Esos inicios fueron grandiosos: el olor a deceso que impregnó las gestiones de Siles y Mesa venía aparejado de este perfume de novedad plena. Estos gobiernos de prolongación, por ende, tan sólo fueron puentes de transición a mundos mejores en 1985 y 2005.  

¿Por qué hago este recuento? Porque Arce es sólo eso: un caprichoso Gobierno de prolongación. Los anuncios grandilocuentes del señor sobre el (re-trucho) golpe, el ingreso al mundo mercosuriano alentado por Lula, la convocatoria a una elección judicial como resultado de un diálogo partidario, y, ahora último, el mentiroso anuncio hidrocarburífero de Mayaya (ni siquiera mostró algún estudio sobre su viabilidad) sólo buscan oxigenar al occiso machacando toscamente en la fe provisional que los bolivianos tuvieron en este gobierno en 2020. ¿Se imaginan que Siles nos hubiera prometido el año 84 que “ya todo está por arreglarse gracias a que hemos encontrado una nueva veta minera que nos dará recursos por 20 años”? O, ¿se imaginan que Mesa nos hubiera jurado que no había de qué preocuparse ya que el auge económico estaba por llegar: “esperen nomás tranquilitos”? No. A lo sumo, hubiesen alargado más el derrumbe, exactamente como lo viene haciendo con enervante soberbia nuestro primer mandatario.

Queda un punto que es casi como el pitazo final de alerta: la minoría en el legislativo. Siles y Mesa tuvieron similar percance y, Arce, es sólo un destacado continuador de este desequilibrio. Ese parecería ser el rasgo final, algo así como el árbitro pitando en el minuto 90 la conclusión del partido. Ante eso, ¿qué hace Arce? Busca llegar al 2025 ¡como sea! Sabe que no hacerlo significa una sola cosa: reconocer que su modelo económico vendido con jolgorio mediático desde el 2005 es y fue siempre un embuste. ¡Nunca va a reconocerlo! Sería admitir no sólo que su modelo de regalos y malgastos fue un error histórico, sino que el mismo ha sido y es un sonoro fracaso político.

Diego Ayo, PhD, es cientista político.



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