El tema del mestizaje fue siempre corriente en Bolivia, aunque generalmente con evocaciones de discriminación y menosprecio. Recientemente su uso cobró nuevo significado, en tanto recurso ideológico para oponerse a la plurinacionalidad del MAS y a las famosas treinta y tantas naciones indígenas que tendrían derechos en ese nuevo Estado. Los sectores que no se identifican con ningún grupo indígena, al sentirse así impugnados y discriminados se definieron como mestizos, contradiciendo la lógica histórica del país, según la cual los sectores privilegiados aborrecieron siempre esa caracterización.
La gestión del MAS, al haber manipulado el antagonismo racial en Bolivia sin haber dado real solución al mismo, pone en trascendencia estos aspectos. De ahí el reclamo de algunos sectores para incluir la categoría “mestizo” en los censos nacionales de población y vivienda. No se trata de cuantificar la auto identificación racial en Bolivia, sino de reivindicar el rol de sujeto histórico en las venideras transformaciones políticas en el país.
En esta situación, resulta aleccionador valorar las ideas de Franz Tamayo Solares, el insigne poeta, político e intelectual boliviano, sobre mestizaje y componentes raciales en Bolivia. Tamayo no tenía tapujos en reflexionar el asunto en términos raciales, algo que la mojigatería posmoderna inhibe al cantonar esa y otras categorías en el rubro de lo “políticamente incorrecto”. En su obra “Creación de la Pedagogía Nacional”, Tamayo ubica al mestizaje como “…una forma destinada un día a realizar una síntesis biológica de nuestra nacionalidad…”.
En tanto, el mestizaje es un conflicto social, fruto del antagonismo histórico originado en la colonización europea: “Hay dos fuerzas que la historia ha puesto en América una frente de otra: el blanco puro y el indio puro…”. El blanco habría encontrado en estas tierras “un dilema sin salida para continuar evoluyendo étnicamente y para continuar guardando algo de su primitiva hegemonía racial –en América– le es fuerza renunciar a su personalidad de raza y aceptar en sus venas la energía extraña, ausente de ellas. Para el blanco, cruzarse o perecer: tal es el dilema. Estas son las revanchas –subterráneas, diríase– de la historia” (capítulo XXVII).
El mestizaje: un producto compulsivo e indeseado. ¿Cuáles las características de los patrones de esa amalgama?: “El blanco sabía más por viejo que por sabio y prevalía más por astuto que por fuerte. En tanto el indio poseía, como posee, la fuerza –primitiva material y estofa de toda cultura posible…” (capítulo XVIII). El mestizo, para Tamayo, adquiere virtudes de ambos progenitores. Para Tamayo, el mestizo es indudablemente inteligente, pero –se pregunta– “¿tiene carácter?”: “El mestizo nace poseyendo una inteligencia como prestada e inútil; posee una especie de espejo brillante que puede reflejarlo todo, pero del que no quiere o no sabe servirse. Es un cristal desordenado cuyas luces y fuegos dispersos acaban por anularse y esterilizarse, por falta de lazo coherente y conectar que es la voluntad orgánica, régimen y dirección” (capítulo XXVIII). El prototipo del mestizo es el pedagogo boliviano: seguidor de modas ajenas, reproductor mecánico de pensamientos intrusos. Nada creador (capítulo XII).
En contraste, para Tamayo el indio tiene una inteligencia creadora y organizadora, cuyo exponente ejemplar es Tiwanaku (capítulo XXXI). Sus cualidades intelectuales son: “…la simplicidad, La rectitud, la exactitud y la medida” (capítulo XXXIV), cualidades eminentemente racionalistas. Esta valoración va contracorriente de la actual moda culturalista pachamamista, que atribuye al indio pensamiento mágico, cosmovisionista y estrafalario.
Tamayo tiene una visión histórica descolonizadora para resolver “el problema del indio”. La descolonización que razona no es de “epistemes” o cosmovisionista, es banalmente política: "Eliminar la opresión de un grupo sobre otro: ¿La conquista salvaje y la colonia insensata han desaparecido de America? Ostensiblemente sí; pero se han quedado en nuestras venas, y de allí nos las han sacado todavía los Murillo y los Sucre. Allí están palpitando con todo sus vicios e interioridades” (capítulo XXXIX). “Por lo demás, la ceguera en que respecto de nosotros mismos hemos vivido durante tanto tiempo, e una ceguera española. Es herencia del colono español, el cual jamás ha debido querer ni podido penetrar en el alma india en la que nunca ha visto sino algo que explotar o aniquilar” (capítulo XXXII).
El mestizaje es pues meta ineludible, no un inicio idílico. Mestizaje hubo en cierto momento de la Colonia cuando el hispano necesitaba del indio poderoso, rico, noble. Mestizaje habrá cuando el indio vuelva a ser pujante, prospero, augusto. Detrás del mito del mestizaje pueden esconderse los privilegios e ineptitudes de siempre. Si el sujeto histórico no es el blanco colonial, solo le queda esa tarea al indio descolonizado.