El debate sobre el machismo en Bolivia ha estado intenso en las últimas semanas. Parece que hubiera una competencia entre líderes opositores y oficialistas en quién es más craso, más primitivo y más insensible.
En esta reciente andanada, primero fue el fugaz exembajador en Brasil, Jerjes Justiniano, quien hizo una penosa declaración (junto con señalar que el alcalde cruceño Percy Fernández “es un ingeniero de gran formación”). En un acto reciente en el que fue galardonado Jerjes Justiniano, se mandó una pachotada inconmensurable. Dijo que Percy, al meter mano a mujeres sin su consentimiento, hace lo que “todos los hombres” quisieran hacer. Luego la cosa fue peor: expresó que un joven debería poder manosear a una chica, aunque ésta “quiera o no”. Es una invitación a la violencia sexual y ello es un delito.
Inmediatamente después vino el desaguisado de Leonardo Loza, el jefe de los cocaleros del Chapare, que ofreció dos mujeres jóvenes a un ministro que estaba de visita en una comunidad. Se las ofrecía, dijo Loza, con tal de que el ministro se quedara unas horas más allí. Al generarse la polémica, con arrogancia y sin mostrar ningún genuino arrepentimiento, Loza pidió disculpas a medias, contó que había dicho una broma y acusó de amplificar el hecho a los “medios de comunicación derechosos”. O sea que en machismo, además del servilismo (“por favor ministro, quédese unas horas más”) existe una lucha a brazo partido entre cambas y collas.
El cherry de la torta lo puso el presidente Evo Morales, de reconocido sexismo. En la mismísima celebración del día internacional de la mujer relató lo siguiente: “Mi mamá me decía: ‘Evito, no se pega a la mujer, quizá tu papá tiene su chola, no vendrá a comer, reniega, pero nunca me ha tocado’”.
Existen “por lo menos dos problemas en esa apreciación: uno, que es sorprendente que el Presidente autocalificado como indígena utilice la palabra “chola” de manera despectiva y racista, asociándola al hecho de ser una amante. La madre de Morales era una chola, pero ni eso le hace reflexionar sobre el lenguaje que elige.
Sigamos: por lo visto, lo que el Presidente aprendió de niño es que un varón puede tener amantes, salir de la casa sin dar explicaciones y estar de mal humor, siempre que no golpee a su pareja. Ese es el único requisito para que un hombre sea valorado.
Los padres de Morales nacieron en las primeras décadas del siglo y se entiende que no hayan tenido la oportunidad de debatir estos temas con mayor profundidad. Pero Morales es un líder sindical desde hace mucho tiempo, y Mandatario desde hace 13 años, y hablar con esa vulgaridad ya no debería ser tolerable.
El nivel primitivo de Morales en lo que respecta a la sexualidad y la relación entre hombres y mujeres debería preocupar a la sociedad en general y sobre todo a su entorno. Hace poco dijo que prefiere a cholitas sin calzas. A una exministra le espetó que esperaba “que no fuera lesbiana” porque no le estaba prestando atención. En varias ocasiones ha dicho que un dirigente del MAS tiene relaciones como cututu (conejo). Una vez le sugirió a otra ministra que “ayudara a poblar” El Alto y le dijo que debería hacerlo con un diputado que estaba cerca de ella.
Todo esto demuestra lo difícil que es para las mujeres la lucha por sus derechos, porque son los representantes de las élites del país, las que levantan el estandarte del machismo y misoginia, además de la homofobia. Esas mujeres no tienen que enfrentar solamente las muchas veces llana y básica mentalidad de segmentos sociales menos educados, sino a la de quienes detentan el poder político y económico del país.
Con todos estos ejemplos, ¿debería sorprendernos el alto índice de feminicidios en el país? ¿Debería llamarnos la atención la violencia contra la mujer? ¿Debería impresionarnos que Bolivia tenga uno de los índices de violencia sexual más altos del mundo? La respuesta es, claramente, “no”.
Raúl Peñaranda U. es periodista.