Incapaces de saber qué hacer con él, los sacerdotes judíos llevaron a Jesús ante el prefecto Poncio Pilatos. En Juan 18:37, Pilatos le pregunta a Jesús si es rey y él responde que vino al mundo para dar testimonio de la verdad. Enseguida, el prefecto lanza una pregunta clave:
—Et quid est veritas? (¿Y qué es la verdad?)
Se supone que transcurrieron 2000 años de aquellos hechos y hasta ahora no encontramos una respuesta convincente a esa pregunta.
Para Iudin y Rosental, la verdad es el “reflejo fiel, acertado, de la realidad en el pensamiento” mientras que el Diccionario de la Lengua Española dice que es la “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”. En ambos conceptos, la verdad está vinculada con el yo interno, “el pensamiento” o “la mente”, así que no es la misma para todos. Cada uno de los seres humanos vemos las cosas de una forma que para nosotros es la verdad, aunque esta sea distinta para los demás.
Esta complejidad hace todavía más difícil el periodismo que, entre sus objetivos, está el de acercarse lo más posible a la verdad porque, parafraseando a Pilatos, habría que preguntarse “¿a cuál verdad?”.
Lo que yo aprendí en 37 años de periodismo es que la verdad puede ser molesta, incómoda y, en ocasiones, insoportable. Y no hablo de las “grandes verdades”, esas que suelen revelarse mediante investigaciones periodísticas, sino de las verdades cotidianas, de las de todos los días, como que hay gente que no es feliz con sus propios logros, sino con los fracasos de los demás, o que fulano es hijo de mengano.
Tan fastidiosa es la verdad que mucha gente prefiere vivir en la mentira. Si te contaron que la historia fue de una forma y alguien viene a decirte que fue distinta, preferirás quedarte con la versión anterior, porque ya estabas acostumbrado a ella.
En los últimos días, estuve soltando algunas verdades, obviamente las mías, y nadie me contradijo. No hubo una sola persona que me dijera que estaba mintiendo porque mi verdad no era la verdad. En cambio, esperaron a pillarme algún error, o un tropiezo, para echármelo en cara. Me acusaron de buscar protagonismo, cuando lo que hacía era cumplir con mi trabajo y mi compromiso de publicar mis verdades. Eso no es todo. Llegaron a pedirme que me disculpara, no por haber mentido, sino por todo lo contrario: por haber dicho una verdad.
Jesús no le dijo a Pilatos cuál era la verdad, aunque lo más probable es que él la conocía y yo, en Semana Santa, creo que el prefecto también lo sabía: habían traído a su presencia al ser que cambiaría el mundo. “Yo no encuentro delito en este hombre”, les dijo a los judíos, pero esa no era la verdad que ellos querían. Habían ido hasta allá, convocados por los sacerdotes, para escarmentar al hombre que los puso en ridículo, así que su pedido fue multitudinario:
—¡Crucifícalo!, ¡crucifícalo!
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.