El país experimenta la
ratificación del fin de ciclo del liderazgo de Evo Morales. Más de 30 años de
carrera política han empezado a mostrar signos evidentes de agotamiento.
Aislado en una casa de Liniers, en Buenos Aires, lejos de los centros de poder
bolivianos, agobiado por las denuncias de estupro y con una incapacidad
creciente de que la dirigencia de su partido lo escuche, Morales vive sus horas
más amargas.
A su partido tampoco le va mucho mejor. Sigue siendo importante, pero ya no es la eficiente maquinaria que hasta hace relativamente poco ganaba elecciones con más del 60% de los votos. Los movimientos sociales que lo impulsaban, ahora que ya son más libres para actuar, no respaldan plenamente al MAS y algunos de sus líderes han llamado “traidor” a Morales tras la reciente fallida oleada de bloqueos carreteros. El MAS, que en determinado momento tenía la posibilidad de ganar los comicios de este año con el 40% de los votos y más de 10 puntos de diferencia con el segundo, ve ahora cómo esa eventualidad se esfuma.
Son varias las razones para ello, pero el más evidente es el daño a su reputación ocasionado por las recientes protestas, que impidieron que el oxígeno llegara a los hospitales del país, y manifestaciones altamente impopulares, como las que sus seguidores realizan en K’ara K’ara y que han dejado a los cochabambinos exhaustos tras meses de bloqueos al botadero de la ciudad. Para no hablar de toma de rehenes, explosiones de cerros y destrucción de carreteras.
A ese mal momento debe sumarse ahora el de las acusaciones de estupro. Era un secreto a voces que Morales tenía inclinación por jóvenes menores de edad, en parte porque él mismo lo dijo, en varias ocasiones, la más famosa de ellas, pero no la única, cuando contó que se iría a vivir con una quinceañera cuando se retirara. También dijo que los sindicatos le proveían de mujeres o que en las fiestas, si querían bailar con él, debía ser sin calzas.
Pero ese secreto a voces ahora ha adquirido un rostro, el de Noemí, con las decenas de fotografías que circulan por las redes sociales. Y un estremecimiento ha recorrido la espina dorsal de millones de bolivianos: ¿qué hacía la casi niña en el gimnasio de Morales? ¿Y de dónde a dónde la llevaba el expresidente en su avión? ¿Para pasar la noche en qué lugar? Y Noemí, como ya indican diversas acusaciones, era solo una de tantas. Es normal para un líder político sacarse fotos con admiradores. ¿Pero llevar chicas en su avión personal?
Es tan estremecedor todo esto que la imagen internacional de Morales ya está empezando a resquebrajarse. Los círculos internacionales le perdonaron sus violaciones a la Constitución, su autoritarismo, su predilección por construir grandes elefantes blancos, la persecución que hizo a sus opositores y a los medios. Pero el estupro es otra cosa.
El fin de ciclo del MAS y de Evo Morales empezó en 2016 cuando la opción “No” ganó en el referéndum del 21F. Ya eran tan obvias para entonces las inclinaciones autoritarias del régimen, y tan indisimuladas los deseos de eternización en el poder, que parte de la ciudadanía boliviana encendió sus alarmas y se inclinó por apoyar la opción que abría la posibilidad de un cambio en el gobierno en el país, eso que la democracia llama “alternancia en el poder”.
Para entonces Morales ya había gobernado 10 años y le quedaban todavía cuatro por delante para terminar adecuadamente su gestión, dejar la presidencia y alistarse para intentar retornar cinco años después. Pero su carácter megalómano se lo impidió y de inmediato, tras el fracaso del 21F, se puso en campaña para poder postular a un prohibido cuarto mandato. Una violación anterior a la Constitución, para que pudiera presentarse a un tercer período, fue perdonada por los bolivianos. El siguiente intento ya no sería permitido.
El final del liderazgo de Morales se aceleró cuando no pudo ganar limpiamente en las elecciones de octubre pasado y tuvo que recurrir al fraude para poder tener más de 10 puntos de diferencia con el segundo en los comicios, Carlos Mesa. Su posterior fuga ante inéditas movilizaciones en su contra demostró que no es tan valiente como decía, después de todo, y ante el solo rumor de un inventado complot para asesinarlo puso pies en polvorosa.
No hay “cadáveres políticos” en ninguna parte del mundo, y tampoco en Bolivia. Pero se ve cuesta arriba hoy por hoy la posibilidad de que Morales recupere en el corto o mediano plazos alguna relevancia política. Como dijo bien el diputado del MAS, Víctor Borda, el partido tiene que empezar a pensar en otros liderazgos.
Raúl Peñaranda es periodista.