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Mirada pública | 19/10/2024

Estremece el sonido del biangu en aguas del Pacífico

Javier Viscarra
Javier Viscarra

En los últimos días, el rugido militar alrededor de Taiwán, una isla de apenas 36 mil kilómetros cuadrados en el sudeste asiático, ha sembrado una inquietud que reverbera a nivel global. No es para menos: un conflicto en este punto estratégico podría atraer a las potencias militares más poderosas del mundo, como piezas imantadas a un tablero de ajedrez en llamas.


El conflicto entre la República Popular China y Taiwán emerge en un momento crítico para las Naciones Unidas, una organización que, entre vetos y promesas incumplidas, parece deslizarse hacia una decadencia que muchos consideran irreversible. ¿Dónde están las respuestas que el mundo solía escuchar desde sus tribunas? La sombra de su inoperancia se proyecta sobre cada crisis que no logra apaciguar, como Ucrania o la Franja de Gaza.


Este enfrentamiento, aunque hoy aún se libra en el terreno político y diplomático, está a punto de cumplir 75 años. Todo comenzó el 10 de diciembre de 1949, cuando Chiang Kai-shek, el líder nacionalista, abandonó China continental para refugiarse en Taiwán (entonces Formosa), tras haber sido derrotado por las fuerzas comunistas de Mao Zedong en la Guerra Civil China. Desde entonces, Taiwán se ha transformado en una potencia económica, un “Tigre del Asia” como se la apodó a fines del siglo pasado, a la par de Hong Kong, Singapur y Corea del Sur, elevándose con sorprendente velocidad en la región.


Mientras tanto, China continental ha roto cualquier expectativa. Su ascenso económico ha sido tan meteórico como imponente, y su ambición de superar a Estados Unidos en la cúspide del poder global no es un secreto. Sin embargo, bajo la fachada de autopistas impecables y rascacielos imponentes, se oculta una nación cargada de tensiones internas: una crisis inmobiliaria que se evidenció y una vasta población atrapada en fábricas que alimentan al mundo con productos de bajo costo. Aun así, Pekín, con su músculo económico y militar, no ha dejado de reclamar a Taiwán su anexión. Lo que antes era un reclamo pacífico, ahora ha dado un giro más amenazante: el uso de la fuerza está sobre la mesa.


La pregunta, sin embargo, es más audaz, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Xi Jinping? Con Estados Unidos absorto en su propia batalla interna, las elecciones a la vuelta de la esquina, ¿sería este el momento ideal para asestar un golpe definitivo a Taiwán? La tentación de ocupar la isla podría verse aumentada por la distracción política en Washington, aunque es poco probable que Tokio, Seúl y otras capitales regionales permitan que el estrecho de Taiwán, una arteria vital para el comercio en el Pacífico, se convierta en el campo de juego de la próxima gran guerra.


Pese a los provocativos movimientos militares chinos, que rodean la isla en un ostentoso despliegue de fuerza, algunos no pueden evitar preguntarse si todo esto es solo otra pulseada diplomática. Pekín, herido en su orgullo por las recientes declaraciones del líder taiwanés que insistió en un discurso altisonante, parece más inclinado a lanzar amenazas, esperando silenciar voces incómodas sin necesidad de disparar un solo cañón.


En Bolivia, nuestra voz en la comunidad internacional sigue tan apagada como siempre, y nuestras alianzas se mueven en el vaivén de la política de una sola China. Hace unos meses, cuando Lee Teng-hui ganó las elecciones en Taiwán, la Cancillería boliviana no tardó en emitir un comunicado de apoyo a Pekín, casi con la premura de quien teme llegar tarde a una cita diplomática crucial. Sin embargo, este tipo de gestos parecen cada vez más pintorescos que serios, como la reciente aparición del vicepresidente David Choquehuanca ataviado con una chalina palestina, leyendo con dificultad un texto escrito frente a él y gritando jallallas en favor de la Franja de Gaza. Los ecos de esas declaraciones resuenan, pero muy lejos de las verdaderas arenas de la diplomacia global.


El biangu, el “tambor plano” chino, símbolo de batallas inminentes, retumba en la distancia, acompañado por el metálico sonido del luó, el gong que en otros tiempos marcaba la pauta para los ejércitos en el campo de batalla. Hoy, estos ecos parecen solo resonar en la oficina privada de Xi Jinping, esperando el momento adecuado para salir a escena en el impredecible teatro del Pacífico.



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