Después de revisar los grandes números del Presupuesto General del Estado, donde se niega –testarudamente–, la evidente crisis económica; y de leer una nota, donde la ASFI señala que “los depósitos bancarios de los ahorristas –en dólares–, podrían ser devueltos en bolivianos”, se me vino a la cabeza la “desdolarización” del nefasto gobierno de la UDP (1982-1985). Un desdichado período de nuestra historia que los jóvenes de este siglo tuvieron la suerte de no vivir.
El gobierno de Siles intentó implementar la desdolarización como una política para recuperar el control monetario y restaurar la confianza en la moneda nacional. Se establecieron restricciones al uso del dólar en transacciones internas, obligando a la población y a las empresas a usar el peso. Se centralizó el acceso de la divisa estadounidense mediante controles cambiarios, lo que activó un agitado mercado negro paralelo.
La fijación del tipo de cambio –lejos del mercado real–, provocó especulación y fuga de capitales. La población siguió utilizando el dólar como refugio frente a la depreciación de la moneda local. En un intento de cubrir el déficit fiscal se recurrió a la emisión descontrolada de pesos, lo que agravó la hiperinflación, una de las más agudas de la historia mundial. El débil gobierno de Siles terminó acortando su mandato y llamando a elecciones anticipadas.
Aunque en diferentes contextos y escalas, existen ciertas similitudes –significativas–, entre la crisis económica de la época de la UDP y la situación de este fin de ciclo del MAS en el gobierno.
A principios de los 80, la economía nacional enfrentaba un déficit fiscal descontrolado que se intentó financiar a través de la emisión inorgánica de dinero, lo que condujo a esa hiperinflación sin precedentes. Los ingresos fiscales eran insuficientes debido al colapso de los precios de las materias primas y a una débil administración tributaria. En la actualidad, Bolivia enfrenta un persistente déficit fiscal, debido a elevados gastos públicos (empresas estatales deficitarias, supernumerarios, subsidios, subvenciones). Y, al mismo tiempo, se tienen menores ingresos debido a los precios volátiles en el mercado internacional del gas natural –nuestro principal producto de exportación–, que disminuyó su producción porque no se hicieron las inversiones que hacían falta.
Durante la UDP las reservas internacionales netas (RIN) se desplomaron, lo que limitó la capacidad del gobierno para respaldar al peso y garantizar la disponibilidad de divisas en el comercio exterior. Hoy, las RIN han caído a niveles críticos. Según el Banco Central las reservas están en uno de sus puntos más bajos en décadas, lo que imposibilitará la sostenibilidad del régimen cambiario fijo y la capacidad del país para cumplir con sus obligaciones externas y garantizar la importación de bienes esenciales.
La hiperinflación devastó el valor del peso y la población buscó refugio en el dólar para proteger sus ahorros y realizar transacciones. En estos tiempos, la inflación sigue siendo baja en comparación con la UDP, pero existe una creciente desconfianza en el boliviano, motivada por la escasez de dólares y las dudas sobre la estabilidad del régimen cambiario fijo, lo que nos recuerda los temores de principios de los 80.
La incertidumbre económica y las políticas de control cambiario llevaron a una expansión del mercado negro, especialmente en el comercio de divisas y productos básicos. Esto erosionó aún más la capacidad del Estado para regular y recaudar ingresos. En este final del período de Arce, la informalidad sigue siendo una característica dominante de la economía boliviana, agravada por la presión sobre el sistema financiero formal debido a la falta de divisas.
Las similitudes entre la crisis de la UDP y la situación actual giran en torno a desequilibrios fiscales, caída de reservas, presión sobre el tipo de cambio y pérdida de confianza en la moneda nacional. Aunque la magnitud de los problemas actuales no ha alcanzado el nivel crítico de los 80, si no se toman medidas estructurales para reducir el déficit fiscal, diversificar la economía y estabilizar las reservas, Bolivia corre el riesgo de repetir situaciones dramáticas que marcaron su historia y que nadie quisiera volver a vivir.
Alfonso Cortez es comunicador social.