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Este fin de gestión es el momento de los balances. Aunque no quisiéramos que aparezcan, las metas no alcanzadas y los objetivos no cumplidos se ponen de pie para hacerse notar y, quizás, provocarnos estados de frustración, tristeza o depresión. Como compensación, nuestros pequeños o grandes logros, nuestras conquistas y propósitos realizados, levantan la mano y nos deberían llenar de orgullo, satisfacción y optimismo.

Diciembre cierra el ciclo de un calendario. Este fin de temporada es, al mismo tiempo, el principio de algo nuevo. Esta convencional periodización del tiempo genera un clima emocional –personal y colectivo– donde se mezclan algo de ansiedad, angustia e incertidumbre; impregnadas de optimismo, esperanza e ilusión.

Emociones y sentimientos encontrados nos agobian los últimos días del almanaque. Una extraña sensación nos invade en este período entre el cierre y el comienzo de un año. El fin de un ciclo nos invita a reflexionar, a sacar conclusiones y a evaluar nuestra propia vida en sus diversas facetas.

Una de las que ocupa la mía, es esta columna de opinión, que ya tiene más de ocho años de difusión ininterrumpida. La segunda época de, “Desde mi barbecho”, comenzó a publicarse el 23 de septiembre de 2016, y con esta última entrega, serán 327 artículos en total.

Como lo señala la teoría, ejerzo un periodismo de opinión donde expreso puntos de vista personales y subjetivos, respaldados y fundamentados en argumentos, hipótesis y/o evidencias, que recabo a través de investigaciones bibliográficas, entrevistas y trabajo de campo.

En todos estos años, he intentado –de diversas maneras–, romper el molde de la estructura básica del género: una entrada donde se plantea una tesis; luego, argumentaciones respaldatorias; y una o varias conclusiones. Muchas de mis columnas se pueden leer como crónicas, confidencias, relatos breves o artículos de opinión clásicos. Mis editores me han dejado hacer algunas travesuras y experimentos; y han hecho la vista gorda con algunas de mis ocurrencias.

Esta época digital –de mucha competencia, estímulos audiovisuales y escaso tiempo–, exige una entrada lo más atractiva posible y pocas líneas para capturar la atención del lector. Además de esos prerrequisitos, he hecho míos los tres elementos que propone el escritor español, Jorge Carrión, para construir una columna de opinión atractiva: buscar una idea, un tema o una perspectiva novedosa; datos e información que sean útiles; y, en lo posible, que esté bien escrita, con algún adjetivo, imagen o metáfora “memorable”. He fracasado muchas veces; pero, siempre, he intentado que esos elementos estén presentes.

En esta recta final, conversando con mi hijo sobre cómo la disrupción tecnológica ha provocado cambios en la forma de consumir información, me cuestiono también el propio formato y la utilidad del periodismo de opinión que practico. O como lo escribía en la despedida de su columna, uno de los escritores contemporáneos que más admiro, Fernando Aramburu: “Creo sinceramente que no tengo gran cosa que aportar. Incluso abrigo la sospecha de que poco a poco me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época; que he dejado de entenderla y que mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán”.

Por mi parte, yo también creo que mis opiniones son como hojas secas atrapadas en un remolino: ligeras, errantes y a merced del caos. Así que, no sé si “hasta las últimas consecuencias”, pero mi columna periodística entra en “paro indefinido”, hasta nuevo aviso. Desde este espacio, brindo por la oportunidad de un flamante año para cerrar ciclos, para aprender de mis errores, para agradecer por todo lo bueno recibido e intentar ser una mejor persona.

¡Felices Fiestas y “hastaelañocarnaval”!

Alfonso Cortez es comunicador social.



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