En octubre del año pasado se presentó el libro Elecciones peligrosas, escrito por el expresidente del Tribunal Supremo Electoral, Salvador Romero Ballivián. A medida que se va acercando la fecha de las próximas elecciones, este texto cobra actualidad. A fin de cuentas, pocas veces en la historia hay un testimonio de primera mano del proceso electoral anterior, algo que ayuda sin duda a entender ciertas dinámicas políticas.
Lo interesante del libro de Romero es que no fue escrito para la coyuntura. El autor dejó sus funciones en mayo de 2021, luego de un período muy difícil (rara vez un funcionario público-no político fue tan vapuleado desde distintos flancos como él), y el tiempo le está empezando a dar la razón. Si bien el libro tiene algo de catarsis, no fue elaborado con la urgencia de pretender poner los puntos sobre las íes inmediatamente a los sucesos, sino dar un testimonio sincero sobre lo sucedido.
Es un libro escrito desde la reflexión, con calma, a fuego lento, se diría en gastronomía, y eso es parte de lo que lo hace tan agradable de degustar, digo, leer. Pero hay algo más, los ingredientes ligados a la personalidad y a la amplia cultura general del autor hacen de este un texto salpicado de fina ironía y refrescante humor, finamente dosificados, y con referencias académicas, pero evitando toda exageración y pedantería.
El libro de Salvador Romero no solo es fácil de leer, es un placer hacerlo. La forma pulida ayuda mucho, obviamente, pero por supuesto hay algo más, o mejor dicho, mucho más, lo sustancial: es un interesantísimo testimonio de uno de los años más complejos que vivió la humanidad, el de la pandemia, y, en el plano nacional, la difícil organización de las elecciones generales.
Se trata de un testimonio muy importante para documentar un momento histórico muy particular. Este libro no podrá ser soslayado por ningún historiador del futuro que se dedique a estudiar lo que pasó entre los años 19 y 22 de nuestro siglo. Es obvio que también es casi un manual para entender en forma inequívoca el verdadero rol de una corte electoral, vale decir, garantizar ante todo que unas elecciones reflejen la voluntad del soberano, de los electores, más allá de que estos elijan de la manera equivocada (como lo ha demostrado el apabullante triunfo de Luis Arce en las elecciones de marras y el pésimo resultado).
Personalmente, siempre deseé un castigo para el partido de Evo Morales, que había manoseado de manera grosera la reelección de su líder ya desde la vez en que se presentó para un tercer período, siguiendo el ejemplo fujimoriano, y que para la cuarta opción llegó al colmo del cinismo aduciendo el “derecho humano” de eternizarse en el poder, además del fraude cometido. Sin embargo, entendí tempranamente que eso no era posible, o por lo menos que esa no era la función de un tribunal electoral. El triunfo del MAS en 2020 lo demostró claramente. Unas elecciones sin esa fuerza política en ese momento hubieran sido sin lugar a dudas una parodia y su exclusión pude tener consecuencias funestas.
Los bolivianos podemos estar felices con el hecho de ser uno de los países menos violentos de la región. Eso puede deberse a ciertas características generales de nuestra población y cultura, pero también, o precisamente debido a eso, a comportamientos como los de personas como Salvador Romero. La mesura, eso que los trogloditas llaman tibieza o cosas peores, es uno de los secretos de la convivencia y del progreso en el verdadero sentido de la palabra.
Si Ud. no ha leído el texto todavía, estimado lector, hágase el favor y procesa a su lectura. Y si tiene hijos en edad de merecer, vale decir de obedecer, hágales leerlo también. Es una gran lección, cívica y ética.
Gracias Salvador Romero por el libro y por los servicios prestados a nuestro triste país.