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Sin embargo | 04/10/2024

El retorno del matriarcado

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

Los avances de la mujer en el siglo pasado para alcanzar una igualdad de derechos y oportunidades han sido enormes. Ya nos cuesta imaginar que hace menos de cien años en muchos países las mujeres no tenían derecho a votar, a ser propietarias sin permiso, a la paridad salarial, su acceso a la educación superior era limitado, entre otras trabas. Del papel a la práctica queda todavía mucho por igualar y hay grandes diferencias en logros entre un país y otro, pero el cambio es innegable. 

Lo dramático es que la mujer no está todavía libre del acoso y la violencia -dentro y fuera del hogar- y del asesinato, demasiadas veces en manos de quien un día le dijo que la amaría hasta que la muerte los separase. Nadie esperaba que la causaría él.

En este panorama, hay una evolución significativa en una lectura de largo plazo. El patriarcado está dando manotazos de ahogado. Una de las señales que pone esto en evidencia es la brecha en las preferencias electorales entre partidos de izquierda y de derecha entre mujeres y hombres, en las que los hombres votan más por partidos conservadores o de derecha radical y las mujeres se inclinan por partidos de izquierda, progresistas o liberales. La correlación no es perfecta, pero la tendencia es general en los países donde se supone que la mujer ha logrado los mayores avances: en Europa y Estados Unidos.

Mientras que en Francia la brecha es moderada, en el nuevo movimiento español del ultraderechista Alvise Pérez, 70% son hombres de menos de 44 años y el 60% de los votantes de derecha son hombres (El País, 9.7). En Alemania, “Tenemos una crisis de masculinidad en el Este que está alimentando a la extrema derecha” y “La ira de los hombres del Este tiene algo que ver con el éxito de las mujeres del Este”, afirman dos observadores. (NYT, 5.11.2018). Las recientes victorias del AfD sugieren que las cosas no han cambiado. 

En Estados Unidos “las mujeres de 18 a 29 años se volvieron significativamente más liberales que las de la anterior generación. Hoy, alrededor del 40% se identifican como liberales, frente a 19% que se declaran conservadoras. Los hombres jóvenes son en promedio más conservadores que liberales y han cambiado poco”. (NYT, 19.9). A esto se suma una diferencia con respecto a la religión - en la Gen Z más mujeres que hombres se dicen sin una afiliación religiosa- para configurar evolución en contramano. 

Hay que ser cautelosos antes de sacar conclusiones sociológicas de tendencias políticas, pero es válido concluir que los hombres, sintiéndose perdedores en esta evolución del papel de la mujer, quieren detener la ola con las manos, hacer que el tiempo retroceda y las recientes victorias electorales de la derecha pueden ser leídas como los últimos pataleos del patriarcado. Falta todavía mucho para que este pase a la historia, pero ya se atisba la luz. 

En la lectura que sugiero, tan relevante como el pasado reciente es el pasado remoto. Hay personas para quienes las estructuras patriarcales -la pareja tradicional y sus roles diferenciados, por ejemplo- no solo están consagrados en la Biblia, sino que están en nuestros códigos genéticos. Por eso es importante recordar lo que un día fuimos; no para idealizar ese pasado, sino para convencernos de que las estructuras patriarcales no son obvias ni naturales, y quizá sean pasajeras en una escala histórica. 

Hace miles de años, en parte de la humanidad de la que descendemos regía el matriarcado. Sobre este periodo hay más mitos que datos históricos, pero hay un núcleo de información que nos permite referirnos a ese periodo y sus estructuras sociales con alguna certeza. Véase, por ejemplo, Phillippe Camby, ‘El erotismo y lo sagrado’.

Las civilizaciones más antiguas no relacionaban el acto sexual con la reproducción. El niño era visto como el resultado de un contacto entre la mujer y la divinidad, y era fruto solo de la madre, como los de la tierra. No existía la idea de paternidad biológica. Como resultado sobre todo de este papel privilegiado de ser fuente de vida y continuidad, las mujeres reinaban. 

Su dominación no se limitaba al poder político. Como ejemplos dispersos, las mujeres luchaban en los ejércitos y aunque los héroes eran venerados, más lo eran sus madres. En el Egipto antiguo, el hombre firmaba un contrato de sumisión en el que transfería a la mujer todos sus bienes como garantía de fidelidad. Los cretenses llamaban a su isla matria, no patria. Según el mito, Heracles sirvió de esclavo a Onfalia, reina de las Amazonas. La alegoría que lo muestra junto a la rueca de la reina, donde él viste de mujer, mientras ella la piel del León de Nemea, ha sido utilizada como imagen mitológica de la inversión de los papeles tradicionales. 

Cuando finalmente se reconoce el papel masculino en la reproducción, el hombre pasa a dominar y el falo adquiere tal importancia, que se hacían faloforías, procesiones en las que se paseaban por las calles falos gigantescos. Se tiene registro de una en que el objeto medía 52 metros y era rojo encendido. El falo aparece como ornamento en templos y todavía quedan ejemplos en India. 

El proceso tiene un quiebre con la llegada del cristianismo cuando se dan tres evoluciones: la concentración del poder en manos masculinas, la condena del erotismo con la glorificación de la castidad, y la denigración de la mujer. 

“Todas las mujeres deberían avergonzarse de ser mujeres”, dijo Clemente de Alejandría y no era el único en ver la muerte del placer pecaminoso en la virtud conyugal. “Hay dos remedios para la lujuria: la castidad y el matrimonio”, escribe Lanza del Vasto. “El cristianismo ha dado de beber un veneno a Eros”, sentencia Nietzsche. 

Este es un resumen muy apretado. Lo importante para llegar a la pregunta que planteo abajo es recordar que la humanidad ha vivido durante miles de años en régimen de matriarcado y que el patriarcado en que hoy vivimos tiene solo dos mil años en su variante católica –más en la falocrática–, pero no ha existido siempre. 

Volvamos al presente. Ya hay actividades y lugares donde la mujer está de a poco adquiriendo mayores protagonismo e independencia. En China, por ejemplo, ya se discute simplificar los exámenes de ingreso a la universidad para detener el rezago masculino frente a las mujeres. En el mercado laboral, las mujeres todavía no han alcanzado la paridad en los niveles gerenciales más altos, pero ya no llaman la atención las líderes de grandes empresas, países y partidos. Hay profesiones donde las mujeres son preferidas y superan a los hombres. En esta evolución, gana la mujer y, si fuera un juego de suma cero, como lo ven muchos, el perdedor es el hombre. Este no está sabiendo adaptarse a los cambios, es más difícil asimilar las derrotas que aprovechar las victorias; y de ahí surgen los pataleos y la violencia. 

Las mujeres rechazan cada vez más su papel de reproductoras y pelean por integrarse al mercado laboral sin el peso de los embarazos. Esta es la principal causa de la implosión demográfica. Sin embargo, al hacer proyecciones hay que cuidarse de no meter demasiado presente en el futuro. Quizá las mujeres de hoy, al ser más progresistas, sean más pacifistas y más cuidadoras del planeta, pero todavía no podemos decir que, como género, vayan a ser inmunes a la corrupción del poder. 

El avance es imparable y la pregunta es: ¿vamos hacia un nuevo matriarcado? El mundo del futuro será menos poblado y más femenino que el de hoy; esto es evidente. Si además es mejor, lo definirán las bisnietas de nuestras bisnietas.



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