Las reuniones en el poblado suizo de Davos del Foro Económico Mundial (WEF) son justo las que nos quieren ajustar hasta las costumbres que tenemos, muy a pesar que cada una es un derroche de energía y demás recursos.
Por este motivo llamó mi atención una publicación reciente del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), ya que algo que quizás era evidente para muchos pasaba desapercibido para instancias de la ONU y más para los señores que cada año vuelan a Davos y hacen un despliegue masivo que genera un alto impacto climático.
En el artículo de la UNEP se destaca que los países con niveles de ingresos más altos consumen significativamente más recursos y generan muchos más impactos climáticos en comparación con los países de bajos ingresos. Específicamente los países de bajos ingresos consumen seis veces menos materiales y producen 10 veces menos impactos climáticos que las naciones de altos ingresos.
Además, los países de ingresos medios o altos han duplicado su uso de recursos en los últimos 50 años debido al crecimiento de la infraestructura y la transferencia de procesos intensivos en recursos desde países de altos ingresos. Se enfatiza las disparidades en el consumo global de recursos e impacto climático entre países de diferentes niveles de ingresos.
Mientras que en Europa se cuenta con acceso a energía eléctrica o nuclear, ya que su estilo de vida demanda este recurso de manera constante y que va en crecimiento, a países en vías de desarrollo se les exige que utilicen energías renovables, que en la mayor parte de casos no son sostenibles y apenas alcanzan para generar luz en un aula.
La tan alabada energía verde, con la que Alemania intentó suplir toda su demanda, se quedó corta. Dado que Alemania está cerrando la energía nuclear y recurriendo a las energías “renovables”, necesita quemar más carbón para hacer frente a los picos de demanda, lo que altera un bosque que se halla en esa región.
Suecia pensó en sustituir su energía nuclear por la eólica. Descubrió que cada gigavatio de energía nuclear reemplazada por eólica requeriría un gigavatio adicional de electricidad basada en gas. No sólo eso, se debe considerar que las turbinas de acero inoxidable son aleaciones a base de hierro, carbono, cromo, níquel y molibdeno, entre otros elementos, que le confieren al material una excelente resistencia a la corrosión. Ya conocemos el impacto de la actividad minera para extraer varios de estos elementos.
Una turbina eólica tiene un tiempo de vida de entre 20 y 25 años. ¿Luego qué? Si bien alrededor del 90% de las turbinas son fácilmente reciclables, sus aspas no lo son. Están hechas de fibra de vidrio unida con resina epoxi, un material tan resistente que es increíblemente difícil y costoso de descomponer. La mayoría de las aspas termina su vida en vertederos o son incineradas. Solo en este punto de demanda de energía, aún las “alternativas” que plantean los países del primer mundo para satisfacer su estilo de vida, ya nos muestran el alto impacto que generan en varios aspectos.
Si algo deberíamos hacer las naciones en desarrollo es realmente utilizar más creatividad y mejores tecnologías para no copiar una receta que no es eficiente. Todo esto, mientras no hagamos del acceso a ciertos recursos, como el energético, un lujo solo para unos cuantos.