En este momento el poder populista ostenta dos cabezas. Una mitad de su cuerpo acata la línea que le impone desde el Chapare su jefe Evo Morales. La otra recibe las ventajas que le ofrece el gobierno del Presidente Luis Arce Catacora para recibir su apoyo.
El asedio cocalero interpelatorio al Ministro de Gobierno ha puesto en escena este choque frontal. La división del MAS ha llegado a los asambleístas, a los dirigentes de los movimientos sociales y a las bases. La oposición aplaude alborozadamente los detalles de esta pugna.
No se da cuenta que el MAS se ha multiplicado al dividirse. Ya no depende de un caudillo irremplazable. Ha sobrevivido la estrepitosa caída de su líder. El poder populista se ha convertido en una hidra de dos cabezas. Le cortas una y le sale otra.
La división del MAS responde en parte al hecho de que la única manera de la cual Evo Morales podría ganar una próxima elección presidencial sería repitiendo el fraude electoral de 2019. Todas las encuestas muestran que Luis Arce Catacora goza de mayor preferencia entre los votantes y sería un mejor candidato.
El Presidente Arce no es un populista. Es un tecnócrata que se viste con los tres disfraces del populismo: el falso indigenismo, el falso socialismo y la falsa democracia. Ninguno le queda bien. Anda disfrazado y repite un libreto radical para retener el apoyo del aparato del socialismo del siglo 21. Conoce desde el interior la enorme fuerza del equipo internacional que catapultó el éxito de Evo Morales.
Antes de recibir ese apoyo Evo no era más que un rudimentario dirigente sindical. Operaba casi únicamente dentro el ámbito cocalero. Los eficientes equipos político-mediáticos de la red del socialismo del siglo 21 lo sacaron de ese ámbito y lo convirtieron en lo que es. Por muchos años le brindaron capacitación, asistencia técnica y todo tipo de apoyo para que asimile y ejecute el guión que lo llevó al estrellato.
Una vez convertido en Presidente, Evo creyó que la consigna “Evo es pueblo” era una gran verdad. Cuando un solo hombre se arroga la soberanía de un pueblo, mata a la democracia. El sometimiento de la democracia fue disfrazado como un gran triunfo democrático bajo la justificación de que el pueblo es Evo. Evo aprendió a disfrazar su autocracia con un ropaje democrático.
La cultura o falta de cultura política y la debilidad de las instituciones bolivianas conformaron un terreno fértil para esparcir estas argucias. Más que eso. La estrategia de capturar la democracia mediante el arrojo de un caudillo ha reforzado los peores y más dañinos rasgos de la cultura política boliviana.
Hoy cualquier dirigente del MAS, incluso si es del más bajo nivel, imita a Evo. Ya sabe cómo se acusa a otros de las propias faltas, cómo se avanza con las herramientas de la mentira y de la guerra sucia y cómo se usan las instituciones democráticas para sacar ventaja. La cúpula del MAS domina el arte de acusar a la oposición de sus propias faltas.
Hasta los más ingenuos masistas saben que mienten entre dientes cuando repiten que fue un golpe y no un bien documentado fraude lo que provocó la renuncia y fuga de Evo Morales en noviembre de 2019. Saben perfectamente que el juicio contra Jeanine Añez no es para hacer justicia sino para sentar un ejemplo que asuste a los opositores y aplaque la sed de venganza de Evo Morales.
Álvaro García Linera sostuvo como Vicepresidente en 2013 que la independencia del Poder Judicial es una ilusión neoliberal. Esa directiva cundió entre los masistas de base. Hoy están listos para exigir que se acuse y encarcele a cualquier inocente por cualquier cosa. Solo falta que acusen a alguna humilde costurera de haber planchado mal la banda presidencial con la que juró Jeanine Añez.
En su célebre ensayo “Las masas en noviembre” René Zavaleta Mercado anticipó que uno de los resultados del ascenso de las masas sería lo que llamó la mediación prebendal. La mejor prueba de la degeneración de la cultura política boliviana es que los dirigentes del MAS se están aplicando estos trucos y trampas los unos a los otros. Es una guerra por quien saca la mejor tajada de la narrativa oficial.
Luis Arce se estornuda en el hecho de que si no se hubiera dado la exitosa rebelión contra Evo y la sucesión constitucional de Añez jamás hubiera sido Presidente. Sabe perfectamente que si hubiera habido un golpe tendría que devolver el poder a Evo. No es un prisionero de palacio. Es el prisionero de una narrativa.
Sabe que si se aparta del libreto del golpe pone en riesgo la prosperidad de miles de dirigentes de los movimientos sociales que repiten este cuento. También sabe que la red del socialismo del siglo 21 le cobraría caro si optara por la moderación y la reconciliación. Se hace al radical para curarse en salud.
Por su parte Evo necesita unir las dos mitades del MAS para retornar a la Presidencia cuanto antes. En su cabeza la unidad del MAS pasa por la derrota total y absoluta de cualquiera que le haga sombra. Exagera sus gestos populistas para generar titulares, para neutralizar la campaña presidencial de Luis Arce y para cortejar el apoyo de la red del socialismo del siglo 21. No se da cuenta que cuando se sale del libreto causa consternación entre los guionistas.
Esta red está tratando de re-escribir la narrativa para que la división del poder populista en Bolivia se convierta en una suma y no en una resta. De momento tiene dos caballos en carrera. No parece tan fácil que ganen los dos. Lo más probable es que la red termine apostando al caballo ganador, que será el que mejor repita el guión oficial.
A la oposición le toca entender lo que pasa. Solo así podrá ver qué es lo que puede hacer además de festejar esta división. Hace bien en denunciar los múltiples abusos de los gobiernos masistas. En algún momento deberá darse cuenta que no basta con eso para derrotar a un monstruo de dos cabezas tan bien apadrinado.
Walter Guevara Anaya es escritor