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La aguja digital | 28/07/2025

El peso político de los titulares

Patricia Flores
Patricia Flores

En un proceso electoral marcado por la polarización y el creciente tensionamiento político en Bolivia, los medios de comunicación, y en particular los titulares periodísticos –televisivos– desempeñan un papel fundamental en la construcción de la realidad social y política. 

Más que informar, los titulares, como remarcan expertos en la materia, definen la agenda pública, moldean percepciones y pueden fomentar tanto la cohesión como la división social. Lejos de ser neutrales, son herramientas simbólicas que reflejan y en ocasiones refuerzan desigualdades estructurales.

Este panorama se complica aún más con la irrupción vertiginosa de las redes sociales, donde la viralización inmediata redefine el alcance y la velocidad del impacto informativo. En estas plataformas, los –influencers–, mayoritariamente jóvenes que imprimen a sus mensajes de belleza, desenfado, sensualidad, sexualidad y cercanía con sus audiencias, disputan la atención pública con un estilo que privilegia la espectacularidad y la emotividad.

Según el filósofo y sociólogo español Amador Fernández–Savater, este fenómeno forma parte del “capitalismo libidinal”, concepto que define como un sistema que no solo explota la acumulación económica tradicional, sino que también capitaliza sobre las emociones, deseos y energías libidinales humanas: "La economía libidinal es en primer lugar una pregunta por la relación entre capitalismo y deseo. El deseo es el motor de lo humano, más allá de la sexualidad, y el capitalismo extrae su fuerza de que logra enganchar con él. No hay por tanto cambio posible sin desengancharlo".

Fernández Savater remarca que: "El capitalismo libidinal funciona gestionando la vida afectiva y erótica, la pasión y el entusiasmo, convirtiendo estas fuerzas en recursos explotables para el consumo, la producción y la circulación mediática “y que sin duda permean la comunicación masiva.

En el caso específico de la televisión boliviana, esta superposición entre el trabajo periodístico tradicional y el rol de los influencers es evidente: presentadores, que mezclan información con elementos propios de la farándula y el lenguaje de redes sociales, tienden a borrar la complejidad y el rigor que deben caracterizar a los noticieros.

Esta hibridación comunicativa, que podría denominarse un “periodismo casi libidinal”, corre el riesgo de frivolizar problemáticas que ponen en riesgo la vida de la gente como la crisis económica, la inflación, la corrupción, la pobreza y las desigualdades. Y lo que es aún más grave: convierte la violencia contra las mujeres y el feminicidio en un espectáculo de crónica roja, banalizando tragedias humanas y perpetuando la desinformación.

La mezcla de entretenimiento e información, lejos de enriquecer el debate público, tensiona el rol clásico del periodista y plantea importantes desafíos éticos y sociales.

Titulares como "Hallan muerta a una mujer en alojamiento de la12 de octubre", borran al agresor y deshumanizan a la víctima. Desde un periodismo ético urgente nombrar la violencia con claridad: las mujeres no mueren por azar, son asesinadas. La narrativa debe denunciar al agresor y visibilizar el patrón machista, utilizando un lenguaje interpelador, por ejemplo: “Asesinan a una mujer en…”, para evitar banalizar el feminicidio y exigir justicia.

"Sigue subiendo el precio del pollo", este título, aparentemente sencillo, reduce las causas de una crisis multifactorial de inflación, especulación, políticas económicas fallidas, a un síntoma aislado. Este tipo de simplificación oculta responsabilidades políticas y normaliza la precariedad, tendiendo a naturalizar el encarecimiento de productos básicos, sin señalar a los actores detrás del fenómeno. Así, se despolitiza un problema estructural que afecta directamente la seguridad alimentaria y la calidad de vida de amplios sectores populares.

O “Largas colas en surtidores por gasolina", suelen espectacularizar un caos aparente, pero omiten analizar las causas profundas: las políticas hidrocarburíferas fallidas, el contrabando, la corrupción enquistada en entidades estatales y las redes de poder que lucran desde las altas esferas, incluso con vínculos familiares en el gobierno. Este tratamiento superficial privilegia imágenes inmediatas que apelan a la conmoción, pero no ofrece el contexto político–económico necesario para comprender la crisis.

De forma similar, "Huevo boliviano, el más barato de la región, rompe fronteras por vías clandestinas" corre el riesgo de romantizar el contrabando y esconder las condiciones laborales precarias y la explotación que sostienen esta dinámica ilegal. Ignora la cadena de vulnerabilidad que va desde las “hormigas” que arriesgan sus vidas cruzando fronteras, bandeando una serie de riesgos y precariedad, hasta los grandes contrabandistas que sobornan autoridades, evaden impuestos y levantan emporios comerciales e, incluso, se articulan a redes mayores, como el de lavado de dinero, tráfico de mercurio o narcotráfico.

Estos ejemplos muestran cómo los medios trivializan crisis y violencias al omitir causas, responsables y perspectivas interseccionales, contribuyendo a la espectacularización y vaciando de profundidad la información. El proceso informativo se centra en lo inmediato y lo obvio, sin indagar en las raíces políticas y sociales, repitiendo las mismas fuentes oficiales, y reduciendo la diversidad de voces necesarias para entender la complejidad del país. Esta práctica tiene implicancias políticas que van más allá de lo partidario y afectan la calidad de nuestra democracia.

Como señalan los teóricos de la comunicación y la “Teoría del establecimiento de la agenda”, los medios son un “cuarto de poder” que construye la realidad social, define la agenda pública e influye en el debate político y educativo. Pero cuando se ejerce con superficialidad o falta de ética, este poder debilita la democracia y socaba los derechos humanos.

Por ello, un periodismo riguroso, ético y comprometido es indispensable. La Ley de Imprenta, el Código Nacional de Ética Periodística boliviano y la Declaración Universal de Derechos Humanos apelan por información veraz, inclusiva y contextualizada que promueva análisis críticos y fortalezca una ciudadanía activa y plural. Porque el poder político de las palabras no solo moldea percepciones, construye mundos. Elegir cómo narrar es, en definitiva, elegir qué sociedad queremos legar. 

Patricia Flores Palacios es magister en ciencias sociales y feminista queer.



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