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Mirada pública | 15/06/2024

El fantasma del Fondo y el sombrero a la salida de la iglesia

Javier Viscarra
Javier Viscarra

Sería fácil y tal vez injusto criticar el reciente viaje del presidente Luis Arce Catacora y su nutrida comitiva a Rusia. A primera vista, el viaje parece haber logrado el enigmático mérito de participar en eventos internacionales y obtener valiosas fotografías con Vladímir Putin, el presidente del país más grande del mundo. Un líder controvertido, con un aire de nuevo zar que evoca inevitablemente la sombra de la dinastía Romanov, cuyo complejo legado de Gobierno autocrático y políticas expansionistas dejó huellas profundas en la historia rusa.

La caída de Nicolás II Romanov y, un poco más adelante, la llegada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) inauguraron una era de cambio radical. El Gobierno de la URSS entre 1922 y 1991 fue marcado por un férreo control estatal en todos los ámbitos de la vida, desde la política hasta la economía, la ideología y las relaciones internacionales. Durante su existencia, la URSS vivió periodos de represión, industrialización, expansión, estancamiento y, finalmente, reformas que condujeron a su colapso.

Hoy, el gobierno de Putin es criticado por sus prácticas autoritarias, corrupción sistémica, represión de la oposición, control del proceso electoral y políticas económicas que favorecen a una pequeña élite en detrimento de la mayoría. Frente a este panorama, resulta difícil entender la supuesta afinidad política de nuestro Gobierno con el régimen de Putin. ¿O quizás sí es comprensible?

Arce Catacora viajó a Rusia con su canciller, figura casi ornamental en la delegación, que incluía a su viceministro y otros acompañantes, hasta el edecán naval, impecablemente uniformado para llevar el maletín de documentos.

Normalmente, estos viajes oficiales buscan sellar acuerdos políticos y económicos. Dada la situación crítica del país, con una economía en ruinas, es plausible que se haya recurrido a la buena amistad con Putin para obtener algún tipo de apoyo. Resta esperar que la dignidad de nuestro país haya permanecido impoluta en este probable acto de súplica. En este punto, no podemos permitirnos estar bajo la sombría metáfora del sombrero a la salida de la iglesia.

Hace unos días, el Banco Mundial informó que el crecimiento económico del país este año y el próximo no superará el 1,5%. Esta cifra contrasta de manera alarmante con las previsiones cada vez menos creíbles del Gobierno, que aspira a un crecimiento del 3,71%. La inflación acumulada, según las autoridades, es baja, con apenas un 2% hasta mayo de 2024. Sin embargo, este índice incluye más de 300 productos, muchos de los cuales no son esenciales. Si nos enfocáramos solo en los productos de primera necesidad, la inflación nos dejaría boquiabiertos.

Es urgente un baño de realidad para nuestras autoridades. Estamos recorriendo un camino de profunda crisis y no sorprendería que el Estado se vea obligado a recurrir a instituciones que ofrecen asistencia financiera y técnica para estabilizar economías y promover el desarrollo económico: el Fondo Monetario Internacional.

Recurrir al FMI es una perspectiva impensable para el perfil del Gobierno que administra Bolivia; no obstante, los miles de millones de dólares necesarios para un presumible proceso de estabilización y desarrollo hacen percibir cada vez más al fantasma del Fondo.

Esto implicaría, sin duda, cumplir numerosas condiciones impuestas por el organismo internacional, como el aumento del precio de los combustibles tras eliminar la subvención; el despido masivo de empleados públicos debido al inmisericorde y desmesurado crecimiento del aparato estatal y la nivelación del tipo de cambio del dólar. En otras palabras, la debacle política para el MAS.

Recurrir al FMI no es un recurso ajeno en la región, incluso para Gobierno del socialismo del siglo XXI: México, entre 2009 y 2021, obtuvo una línea de crédito flexible acumulada de 224.000 millones de dólares; Argentina, bajo la administración de Macri, en 2018, alcanzó un acuerdo Stand-By de 56.000 millones de dólares, y con el kirchnerismo de Alberto y Cristina, en 2022, un acuerdo de facilidades extendidas por 44.000 millones de dólares.

Con tono poco convincente, el pasado martes Arce Catacora aseguró que la provisión de gas para consumo interno y exportación está garantizada y atribuyó la caída de las reservas a la falta de previsión del Gobierno de Evo Morales, del cual él formó parte como todopoderoso ministro de Economía.

Este panorama, cada vez más sombrío, sugiere que estamos al borde de necesitar financiamiento externo para resolver problemas de balanza de pagos, lo que traerá consigo condiciones inevitables.

De los viajes como el de Rusia sólo vuelven promesas que abultan el equipaje de retorno, además de un par de amistosas palmadas en el hombro. Qué oscuro desenlace nos aguarda con el experimento masista iniciado hace casi dos décadas.

Javier Viscarra es periodista, abogado y diplomático.



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