“Tenga miedo. Tenga mucho miedo”, era la
frase publicitaria de la película “La mosca” (1986). Como si no tuviéramos
suficiente con el futuro incierto que nos provee el COVID-19, los bolivianos
enfrentamos la posibilidad real del retorno del MAS al poder. Ya sea por los
errores del gobierno, por la falta de unidad del resto de los partidos o por lo
que fuere, el MAS es el más serio contendiente en esta lid. ¿Ud. puede dormir?
Yo, anoche, no.
Recordemos. El primer acto de Evo Morales como ganador de las elecciones de 2005, en su discurso de victoria esa misma noche, fue atacar al presidente de la entonces Corte Nacional Electoral, Salvador Romero, en los términos más duros e inmerecidos. Y su primer acto con la banda presidencial acabada de colocar en el mero acto de posesión, en enero de 2006, fue humillar al expresidente Jaime Paz Zamora, ante todos los mandatarios asistentes y las cámaras del mundo.
Ya sabemos lo que siguió. Cortó a cuchillo el pasado “malo” y declaró a todos sus actores “vendepatrias”, a la democracia pactada (que tanto había costado recuperar y construir) la calificó como un “pasanaku” y a la racionalización económica que había puesto fin a la mortífera hiperinflación en 1986, de “neoliberalismo”, término que convirtió en el insulto más podrido. Hacer política volvió a ser peligroso.
Todo lo logrado hasta entonces, el pluralismo democrático, la alternabilidad, la separación de poderes, los morosos pero necesarios procedimientos para la adquisición de bienes y servicios, los propios partidos políticos o, en una palabra, la institucionalidad, se convirtieron en una nadería, una insignificancia incluso indeseable.
Evo Morales y Álvaro García Linera se ocuparon, en todos y cada uno de sus discursos, sin excepción, de convertir a los bolivianos en enemigos, según su proveniencia étnica, social, política o geográfica. Toda persona e institución era el enemigo mientras no probara su adscripción total e incondicional al modelo político del MAS. No hay una sola intervención de ambos en la cual no hicieran comparaciones siempre odiosas entre el pasado y ese presente, siempre señalando al culpable de algún mal, donde el opositor era un traidor a la patria, una amenaza, un peligro que había que mantener apartado, controlado, enjuiciado o, mejor aún, encerrado. Y cada uno daba tres o cuatro de esos discursos al día, cada día del año. Todos esos discursos eran transmitidos por los medios estatales, muchos trascendían al resto de los medios y por ello era imposible escapar a la omnipresencia del discurso tóxico del Jefazo o de su Número Dos. Ese fue el ambiente que vivimos durante 13 años, 10 meses y 19 días. Casi una generación.
El MAS es tóxico y es antidemocrático. En las redes se pide su proscripción, igual que se hizo con los partidos nazi-fascistas tras la Segunda Guerra Mundial y, tras la caída del Muro de Berlín, con los partidos comunistas que gobernaron en varios países de Europa central y oriental. Pero, ¿qué pasaría con su significativo electorado? Cerrar esa válvula sería abrir la puerta a la insurrección armada, con una excusa perfecta.
Tal como es, el MAS es el enemigo de la sociedad boliviana y un peligro público. En el dudoso caso de que le sobreviva a Morales, quizás el MAS evolucione, como evolucionó el MNR, que en su auge despreciaba explícitamente la democracia. Hace ¡tan poco! parecía que Eva Copa sería la nueva generación que llevaría al MAS a esa evolución. Pero ni Copa estuvo a la altura ni Morales soltó las riendas. Mientras sea el Jefazo, el MAS no será respetuoso de las reglas democráticas, y si vuelve a tomar el poder…
Robert Brockmann es historiador.