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Cara o Cruz | 09/09/2019

El desprecio del Presidente por los enfermos de cáncer

Raúl Peñaranda U.
Raúl Peñaranda U.

Los lectores de esta columna han visto al presidente Evo Morales cientos (o quizás miles) de veces en la televisión realizando diferentes actividades. Ha jugado fútbol, bailado, discurseado, cantado coplas machistas, subido a helicópteros y aviones, asistido a encuentros internacionales, etc. Pero casi nunca se lo ha visto visitando hospitales para acercarse a conocer cuál es la realidad de la salud en Bolivia, lo que implicaría conocer las condiciones del trabajo del personal de salud y la situación de los pacientes. Casi nunca.

Hagamos un cálculo. Morales ha participado, en promedio, en cuatro eventos por día durante 13 años y medio. Eso da la enorme suma de más de 19.000 apariciones públicas. Haber asistido a hospitales para enterarse de la realidad en la que trabajan médicos y enfermeras ha debido ser menos del 0,1%. Cuando a un boliviano se le pregunta cómo imagina una jornada típica del Presidente, se le ocurre de inmediato jugando fútbol o lleno de guirnaldas en eventos con sus adherentes. No intentando mejorar la situación de la salud. El tema no le interesa, no lo encuentra importante, no lo valora.

Después de casi 14 años y 60.000 millones de dólares obtenidos por el Estado, no se ha inaugurado todavía un solo acelerador lineal para uso de la salud pública nacional, cuyo costo es de unos tres millones de dólares. Los enfermos enfrentan las peores condiciones en su tratamiento, por ejemplo, usando todavía una bomba de cobalto que Argentina donó hace medio siglo y que, obviamente, se descompone cada dos meses. Morales llegó a decir, en 2018, que “no sabía” que los pacientes con cáncer viven un drama, aunque ya estaba 13 años en el poder y se habían registrado decenas de protestas de ese sector. O el Presidente no escucha, no lee los periódicos o se va directamente a la sección deportiva y por ello “no sabía” de ese drama.

Este año, que es electoral, y que por primera vez Morales no tiene asegurada la victoria, sus asesores le demandaron mostrar más apertura en ese tema. Mostrarse más humano. Eso sí le convino escuchar. Por eso, primero aprobó el SUS, un sistema de seguro universal sin recursos suficientes para financiar al personal médico, los materiales necesarios ni los estudios de laboratorio. Pero como propaganda ha servido. Segundo, decidió impulsar, finalmente, tras una nueva dramática huelga de hambre de los enfermos y casi 14 años en el poder, la ley del cáncer. Ésta les dará progresivamente tratamiento gratuito a esos enfermos. Si se usaran racionalmente los recursos (cosa que este gobierno no sabe hacer), con 150 millones de dólares al año se resolvería ese problema. Una reducción en el presupuesto para canchas de fútbol, para propaganda y para la gasolina de su helicóptero, y fácilmente se obtendría ese monto. Pudo haberlo hecho hace una década y así miles se habrían salvado la vida.  

Pero Morales no lo hizo porque no cree importante apoyar a ese sector que, vale la pena decirlo, es crucial para el desarrollo de un país: la gente saludable es más productiva y feliz. En una de sus famosas frases, Morales expresó algo así como “para qué quieren hospitales si hay canchas. Los que hacen deporte no se enferman”. Uf.

A Morales tampoco le gusta ser presionado. Lo demostró en sus confrontaciones con los discapacitados, los indígenas del Tipnis, el comité cívico potosinista, los ambientalistas, etc. Y por eso, tercamente, se negó a intentar una solución para los enfermos de cáncer, y en general para todo el sector de la salud. Finalmente lo hizo la semana pasada, pero en el acto de la firma de la ley estaba con la cara larga, enojado, según se observó en las transmisiones de la televisión. ¡Unos cuantos enfermos habían logrado doblarle el brazo! Si por él hubiera sido, no firmaba nada y se iba a inaugurar alguna obra, como él mismo admitió que hace cuando está de mal humor.

Por eso, en el evento, dijo lo que dijo: que se sentía “abandonado” por los enfermos de cáncer porque éstos no lo apoyan en su actual batalla contra los médicos y porque, hace dos años, cuando se hizo la primera vacunación contra el papiloma humano, los enfermos no lo respaldaron. ¿Podemos imaginarnos un grado más alto de megalomanía? Realmente Morales cree ya que está por encima de todo y de todos, que hasta los enfermos moribundos deben rendirle pleitesías. Lo que ha hecho es ratificar su profundo desprecio por esas personas.

El mandatario que juega fútbol cada dos días, que baila con colegialas, que usa su helicóptero como si fuera radiotaxi, que farrea “ocultadito” con whisky Etiqueta Azul, que se hizo un Palacio de 42 millones de dólares, que tiene una suite en la que entrarían 15 familias, que cuando se resfría viaja a Cuba a hacerse tratar, ese mandatario ¡“se siente abandonado” por las personas que sufren cáncer! No se puede caer más bajo, señor presidente Morales.

Raúl Peñaranda U. es periodista.



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