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De media cancha | 23/10/2024

El derecho humano al estupro

Diego Ayo
Diego Ayo

Es sobresaliente, tosca y al mismo tiempo absurdamente genial observar la arremetida triunfal del movimiento social más original del mundo: el movimiento social de los estupradores. En aquel lejano 1948 abrimos las compuertas del planeta a una plataforma fascinante de derechos: ¡los derechos humanos! Marcaron una impronta en la historia de la humanidad portentosamente radiante: teníamos el derecho de defender a los marginales. ¿Te perjudicaban? Imagino que sí, pero ya no podías maltratarlos e incluso asesinarlos: eran tus iguales, aunque tu billetera reviente de dólares, tu arrogancia ceñida a tu color de piel se desgañite buscando “ser más gente”, tus títulos académicos retumben en el tablado garantizando tu superioridad. Nada señores: somos iguales. Y eso es grandioso.

Sin embargo, jamás hubiésemos creído que esa ampliación de derechos cada vez más intensa tuviera este desenlace: el derecho al estupro. Ya vimos que el señor Evo Morales fue capaz de extraer el derecho a la reelección indefinida como derecho humano. No pudimos jugar con su proclividad al autoritarismo desconociéndola. Finalmente, ¡sépanlo! ser autoritario es un derecho humano. Ya aquello fue grotesco, pero real. No es cómico, aunque sus cómplices hayan festejado desmesuradamente la obtención de ese derecho.

Hoy el derecho es otro: la posibilidad de tener relaciones sexuales con crías. Los adeptos al evismo realizan un bloqueo de caminos para impedir que este derecho sea vulnerado: al lado del glorioso movimiento de los trabajadores de Chicago de 1886 reclamando del derecho a trabajar ocho horas, al lado de la gran marcha de Gandhi de 1930, exigiendo que la sal no fuera monopolizada por el imperio de Inglaterra, al lado de la misma marcha por los derechos civiles de 1963 demandando la igualdad racial, al lado de la Revolución Nacional de 1952 y la Marcha por la Vida de 1986 está esta gloriosa movilización por el derecho al estupro. ¡Exigen la desaparición de todos los cargos y que el hermano estuprador salga libre! ¡Exigen que respetemos este nuevo derecho sólo comparable a aquellas gestas históricas de la humanidad que devinieron en logros significativos!

Hemos arribado a este estado de descompostura por algo que merece relevarse: nuestra pérdida de esperanza. La conformidad, el miedo o la mediocridad tienen la medalla de oro en esta olimpiada de la desvergüenza. La esperanza, ese valor fundamental de esta especie llamada humanidad ni siquiera sube al podio. Qué este sujeto bautizado como Evaristo Morales se atreva a indisponer a todo un país con su descaro, no es su culpa. Si hemos consentido este avance es porque ya no nos perturba nada: faltan dólares y nos resignamos. Falta gasolina y nos resignamos. Los precios de los alimentos suben todos los días y nos resignamos. El caballero se atrevió a montar una tramoya de “golpe” y nos resignamos. Nos gobierna un inepto de marca mayor y nos resignamos. Se farrearon la mayor bonanza de la historia del país y nos resignamos. Es tal nuestra resignación que el depredador de cunas se atreve a bloquear buscando su impunidad: “déjenme fornicar wawas, carajo… ¡es mi derecho”, parece espetarnos este personaje, rodeado de sus corifeos de siempre. Aquellos que lo han sabido justificar siempre, calentando las sábanas de su dormitorio, sirviéndole el cafcito para que se relaje después de su infanto-goce y/o proclamando a los cuatro vientos la necesidad de auparlo como el “líder eterno del país”.

No debemos permitirlo. No es sólo un asunto de estupro. Ese cargo es sólo la cereza en la torta. A la corrupción desmedida, al griterío histérico de los ignorantes legitimado por los (de)formados racistólogos azules, a la violencia verbal de los comunicadores masistas (Iturri y sus huestes), a la estulticia generalizada aupada por una educación que se muere, a los problemas de una salud olvidada por los revolucionarios, se añade esta perla: el líder es un degenerado ampliamente respaldado por los valientes militantes del “proceso de cambio”. Pero eso, mis queridos lectores, no es lo peor: lo peor es osan bloquear a los bolivianos. Los estupradores se dan el lujo de bloquear a un país entero para permitir que su líder sea candidato. Sólo falta que exijan “vaquita” para los preservativos. Aplausos a esos luchadores.

Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.



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