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Filia Dei | 16/08/2025

Educación ciudadana y mascotas

Cecilia González Paredes
Cecilia González Paredes

En mi recorrido de casa al gimnasio paso por lugares poco transitados, tranquilos, con jardineras y poco cruce de movilidad o peatones. Estas callejuelas se encuentran a un par de cuadras de la avenida principal de una zona que ha quedado llena de edificios. En estos edificios no faltan los propietarios de perros, que buscan justo estos callejones como baño público de sus mascotas.

No puedo ignorar la alta carga de contaminantes orgánicos que conlleva esas gracias que dejan los dueños de las mascotas regadas por la vía pública. Estas gracias, lejos de ser inofensivas, suponen un riesgo real para la salud pública. Diversos estudios han demostrado que las heces caninas en la vía pública son portadoras de múltiples parásitos y bacterias, algunos de los cuales pueden causar zoonosis; es decir, enfermedades que se transmiten de los animales a los humanos.

Entre los agentes patógenos más comunes se encuentran la Toxocara canis, responsable de infecciones severas, así como otros microorganismos que pueden provocar alergias, infecciones respiratorias y hasta problemas oculares, especialmente en niños que juegan en parques contaminados.

El excremento abandonado también se descompone y libera partículas al aire, contribuyendo a la contaminación ambiental y facilitando su ingreso a nuestras casas, afectando a personas que, incluso, no tienen mascotas. Por si fuera poco, basta una lluvia para que estos desechos sean arrastrados a desagües y fuentes de agua, haciendo el problema invisible pero más extendido.

El Gobierno Autónomo Municipal de La Paz, en 2023, anunció a voz en cuello una normativa que exigiría el recojo inmediato de los excrementos de los perros. Sin embargo, la noticia quedó sepultada bajo la indiferencia y las excusas de la ciudadanía, que parece convencida de que las reglas son para “otros”. Este patrón no es casual: cuando no existen sanciones, la educación ciudadana es reemplazada por el viejo “no pasa nada” y cada quien hace lo que le parece, incluido el librarse de las responsabilidades de tener una mascota.

Contrasto esta realidad con lo que pude observar en ciudades como Santiago de Chile, donde la normativa es clara y el incumplimiento se sanciona con multas considerables. En la capital chilena, según la “Ley Cholito”, no recoger las heces tiene una multa y la reincidencia puede llevar incluso a la retención de la mascota. Las multas recaudadas se destinan a mejoras en bienestar animal y espacios públicos, creando así un círculo virtuoso que refuerza el compromiso colectivo.

Allá, ser dueño de una mascota implica entender que la tenencia responsable es un deber ciudadano, inseparable del respeto al espacio común. No se trata solo de llevar una bolsita para recoger excrementos, sino de entender que el cuidado del espacio público es una expresión de respeto y convivencia pacífica. Esta reflexión debe motivarnos a romper la indiferencia y el conformismo que permiten que problemas tan evitables como éste continúen afectando la calidad de vida urbana.

La responsabilidad ciudadana está estrechamente relacionada con la calidad de educación cívica, un pilar necesario para construir una ciudad en la que todos podamos habitar dignamente. Al fin y al cabo, una ciudad limpia y saludable es un derecho que debemos proteger entre todos.

Cecilia González Paredes es Ms.C. biotecnóloga y comunicadora científica.



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