La predilección de Evo Morales por las adolescentes no es un problema solo de Evo Morales. La prisa mediática nos lleva a ponerlo contra la pared sin comprender que el asunto no es personal. Es un modelo el que se pone en juego. Hemos oído hablar de los modelos capitalista, socialdemócrata, teocrático, autoritario. El modelo capitalista trae a Estados Unidos a la mente, así como el modelo socialdemócrata pone a Suecia sobre la mesa. El modelo teocrático refiere a Irán y el modelo autoritario a China o Rusia. ¿Y en Bolivia? Tenemos un modelo autoritario de capitalismo del cariño. Veamos.
No es sólo un asunto de un primer mandatario aficionado a las menores de edad. Estamos enfrentando un modelo que ha permitido, por doquier, el asentamiento de un distribucionismo patriarcal. ¿Qué es eso? Un modelo de repartija de trofeos (de género): “para mí estita, para ti ella y al presidente las más tiernitas”. ¿Por qué recién en octubre de 2024 crece este escándalo? El modelo de patriarcalismo dominante se ha partido y tiene agujeros por donde sale al aire. El modelo compacto no admitía “fugas de aire”. Esta vez es diferente: el modelo se ha desportillado y, para nuestra sorpresa, el hueco es enorme. La fetidez se hace hegemónica y aparecen las criaturas del cariño evista-masista.
Una segunda tesis apunta al establecimiento de una burocracia del deseo: el piso 25 de la Casa del Pueblo estaba armado para que Evo llevara sus conquistas a ese lecho carnal. La burocracia preparaba la cama, el piloto del helicóptero recogía a la amante, Arce financiaba la gasolina del avión presidencial, los “operadores del deseo” abastecían de mujeres al presidente, los alcahuetes gozaban de las “travesuras” machistas alrededor del jefe y las feministas que lo sabían todo miraban para otro lado. ¿Resultado? Quien le facilitaba mejor carnada adquiría mayores bonos de prestigio, poder y peculio. Una auténtica burocracia.
Una tercera tesis añade un tema substancial: la burocracia formal decae. La institucionalidad formal se debilita y lo que aparece, siguiendo a Steven Levitsky, es esta institucionalidad informal. El ministro de Relaciones Exteriores prepara un viaje presidencial para que el mandatario tenga el gusto de conocer “nueva mercadería”. El ministro de Obras Públicas construye el nuevo “palacio” para que el presidente tenga “todo” a su disposición. El ministro de la Presidencia viaja con la máxima autoridad inaugurando obras y buscando a las “beneficiadas”. ¿Es algo marginal esta institucionalidad que describo? No, es vital. Es la burocracia de la libido.
Una cuarta tesis deja en claro un elemento fundamental de la reflexión: Evo no ha conseguido sus “quinceañeritas” como un asunto privado. Ha logrado publicitar lo privado. Lo vimos con CAMCE y la señorita Gabriela Zapata. Atestiguamos el relacionamiento del presidente con las hijas de Nemesia Achacollo y/o Felipa Huanca, premiadas con notables cargos públicos. Visualizamos una larga lista de “enamoradas” presidenciales dotadas de “beneficios” estatales (automóviles, hoteles, etc.). Debemos, pues, reconocer que el problema no es personal: la burocracia del deseo incorporó a una masa de “sirvientes” al servicio de su Majestad.
Una quinta tesis requiere comprender la conformación neoinstitucional en curso. ¿Qué sucedió? Una jerarquización del deseo. No hay duda que el jefe recibe lo mejor: el mejor plato de comida. Sin embargo, eso no significa que el resto de comensales no se sirviera. Lo hizo. Claro que sí, posibilitando que las “hembras” fluyeran de acuerdo a la categoría: el círculo íntimo del primer mandatario tuvo “amantes de lujo”. No es casual que Arce aparezca como un nuevo acusado de favorecerse con una señorita prometiéndole designarla como viceministra de Deportes (y luego no cumplió). Su acusador, el diputado Héctor Arce, no niega los dotes amatorios de su líder, tan sólo estira la liga y muestra lo obvio: Evo jamás estuvo solo. Los “de más abajo” jugaban con su respectiva dosis de poder: “te doy el cargo y tú me das cariño”. ¿Más abajo? Aquellos que, al menos, se ponían Netflix y Venus y compartían sus goces con una audiencia debidamente patriarcalizada. Una sinuosa conformación neofeudal con un rey, condes, duques del deseo, todos amparados en su respectiva cuota de poder.
Una sexta tesis recupera el concepto de lealtad. Usualmente, un Gobierno contrata a los mejores funcionarios: las meritocracias. Incluso en variedad de países hay “servicio civil” o “carrera administrativa” que se alimentan de los mejores empleados públicos. Sabemos que ese modelo meritocrático transcurre en reverso al modelo de contratación de los “leales”. Son antagónicos. ¿Es cierto? No, necesariamente. Este último modelo también recluta a los meritocráticos, sólo que en un sentido distinto. Podríamos bautizarlo como la “meritocracia del amor”: son los que abastecen el “mercado del deseo” con la mercadería necesaria. Aquellos que reclutan a las jovencitas más bonitas son los mejores. Los que aplauden e, incluso, los que callan, son menos meritocráticos, pero aun así se aferran complacientes al modelo.
Una séptima tesis es la necesidad de comprender que el sexo es la nueva moneda de cambio. El sexo visto bajo este molde es un gigantesco mercado. Tenemos a los vendedores y a los compradores. Si se va al mercado a comprar un tomate, tenemos al menos a tres actores en juego: a los que ofrecen esa mercadería, a los que la consumen y la mercadería en sí misma, en este caso, el tomate. Pero, si en vez del tomate, podemos una quinceañera, ¿qué tenemos? El más despiadado y brutal capitalismo: aquel de la carne. Compras filetes que hablan. ¿Qué hablan? Sobre su escuela y el álbum de figuritas de la Mujer Maravilla. El más degradado capitalismo puesto sobre el tapete: el capitalismo del deseo.
Una octava tesis debe ser clara: la secta patriarcal estuvo y está compuesta no sólo por machos cabríos sino por mujeres. Ese es el rasgo más descollante. ¿No se daban cuenta de lo que sucedía? Claro que sí, pero optaron por situarse valientemente en la defensa galáctica de la revolución en curso, encegueciéndose, adrede, con lo que sucedía a pocos metros de sus insurgentes narices. Cobraban airosas sus salarios silenciando la certeza, o, peor aún, riendo de las “ocurrencias” de los erecto-tarzanes en ebullición. Abyectas cómplices.
Una novena tesis pone en evidencia que la decadencia política viene aparejada a la decadencia moral. Ya lo dice el profesor Francis Fukuyama, los gobiernos “serios” se rodeaban de un personal meritocrático y asexual. Un personal compuesto, en variadas ocasiones, de eunucos, desprovistos de las calenturas sexuales que podrían desvirtuar la marcha del Estado. No se alarmen: no propongo capamientos en tropa, pero sí la necesidad de erigir un Gobierno del mérito, alejado de estas ruidosas prácticas varoniles. Debemos recuperar la moral. No asistir ya a este espectáculo degradado que viene, en su último capítulo, encargándose de ventilar las dotes viriles del primer mandatario.
Y, una décima tesis, la más corta, merece relievarse: estos gobernantes se atrevieron a hablarnos de la “despatriarcalización”. Notable rasgo: el Gobierno de los despatriarcalizadores fagocitándose wawas. Mucha cosa.
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.