Esta reflexión se relaciona con una serie de fenómenos de gran trascendencia; uno de los cuales tiene mi lector detrás de sus ojos: el funcionamiento del cerebro. Este artefacto es, como sabemos, una prodigiosa red de neuronas, cada una de las cuales lo único que hace es disparar pequeñas descargas eléctricas, pero que en conjunto producen esa cosa asombrosa que es la mente.
Este fenómeno, en que un grupo numeroso de entes desprovistos de inteligencia produce una entidad que alcanza funciones inteligentes, tiene varias manifestaciones en la naturaleza y en la sociedad, e incluso el origen de la vida como materia organizada. En este artículo mostraré un ejemplo sencillo, el del proceso de toma de decisiones de las abejas, quienes, sobre la base de información incompleta, llevan adelante un proceso de decisión óptimo.
Este complejo proceso tiene interesantes paralelos con el mercado y el cerebro; es decir, con la economía y con nosotros mismos, como comentaré abajo. Al lector interesado en saber más recomiendo el libro de Thomas Seeley, Honeybee Democracy, cuyo conocimiento le debo al escritor Jorge Coco Velasco.
Comienzo, pues, con un resumen del mencionado proceso de toma de decisiones.
Cada año se separa de toda colmena un enjambre de más o menos dos tercios del total de abejas y va a buscar un lugar adecuado para hacerse una nueva. En la primera etapa, el grupo se queda en un lugar intermedio –típicamente un árbol–, donde se dará el proceso de elección del nuevo sitio entre los varios disponibles. Desde ahí parten abejas exploradoras que van a identificar sitios potenciales que ellas analizan sobre la base de varias características deseables en una colmena: tamaño del espacio y de la entrada, orientación al sol.
Cada una de las exploradoras vuelve al grupo y expresa su opinión sobre el sitio que ha visitado e inspeccionado usando un complicado movimiento vibratorio –una especie de “danza”, como la llama Seeley–, que expresa su grado de aprobación sobre la combinación de las virtudes evaluadas y cuya orientación señala al sitio que ha visitado. Cada exploradora visita un solo sitio; es decir, su opinión no es comparativa, sino absoluta.
A medida que ellas vuelven con sus percepciones, se va dando un proceso en el que se mantienen las vibraciones favorables a unos sitios, pero las opiniones minoritarias se van callando. Cuando el enjambre alcanza un umbral (un quorum) a favor de un sitio, la decisión está tomada y el enjambre, siguiendo un sofisticado proceso de comunicación interna, arranca y se traslada el nuevo sitio para instalar su nueva colmena.
Un aspecto notable de este proceso de decisión es que no hay un líder que coordine acciones, defina criterios o tome decisiones –la abeja reina solo tiene la función de poner huevos (¡150 mil durante su corta vida!) –, las opiniones de todas las abejas que participan en el proceso tienen el mismo peso; es decir, es seudodemocrático: una abeja, un voto, pero solo votan las exploradoras.
Este fascinante proceso puede ser comparado con el del cerebro, en el que el papel de las vibraciones de las abejas lo juegan las descargas eléctricas de las neuronas. En su famoso libro, Gödel, Escher, Bach, un eterno y grácil bucle (1979), Douglas Hofstadter sugirió que las “decisiones inteligentes” del cerebro se asemejan a las que toman miles de hormigas “tontas”.
Hoy se sabe más sobre los mecanismos de aprendizaje y decisión del cerebro, y se puede dar más sustento a la intuición de Hofstadter de que las funciones mentales altamente sofisticadas –lo que llamamos inteligencia– son el resultado de una agregación de aprendizajes de redes de neuronas que nada tienen de inteligentes por sí solas, y que son en muchos aspectos similares al proceso mencionado de las abejas.
Evidentemente, el fenómeno puede ser inverso: un conjunto de individuos inteligentes puede producir un conjunto que actúa estúpidamente. La Alemania nazi es el ejemplo más conocido.
Algo similar, mutatis mutandis, sucede con el mecanismo de generación de precios en un mercado perfecto, donde cada jugador solo conoce sus propios costos y fija sus precios sin conocer lo que hace o hará toda la competencia, y así se van fijando los precios de mercado sin que haya una dirección que los determine ni un jugador dominante. La idea es que, mediante decisiones de individuos que no conocen el todo, se llega a un equilibrio racional de precios (sobre esta cuestión, refiero al lector a mi reflexión en torno a la Economía de la complejidad, Brújula Digital|07|09|24).
Sin embargo, hay un aspecto muy importante: experimentos controlados, en los que las abejas son llevadas a decidir entre opciones de sitios entre los cuales hay uno claramente superior, la decisión que ellas toman es casi siempre la mejor para el conjunto. Es decir, un proceso ciego de decisión, donde no hay un decisor omnisciente, produce resultados óptimos para el bien común. Este es un hecho nada trivial y es, sin duda, un argumento fuerte a favor del modelo libertario y en contra del centralismo planificador.
Esto al menos en el plano de las teorías puras, pero si un comité se propusiera calificar ideologías por su capacidad de generar desarrollo y felicidad, debería incluir entre sus criterios la vulnerabilidad a los vicios y errores humanos. Más o menos como se comparan variedades de semillas incluyendo su resistencia al clima y a las plagas.
En esto, la historia nos ha mostrado en diversos lugares, tiempos y variantes ideológicas lo autodestructivo que suele ser ese bicho llamado homo sapiens a la hora de gobernarse; quizá otro argumento favor de las tesis de los anarcolibertarios.