Que si la guerra es la política por otros medios, que si la violencia se justifica cuando viene de los oprimidos, que si el odio es bueno cuando lo siente una y malo cuando viene de los demás; por qué algunas muertes importan más que otras; que si se tiene derecho a opinar cuando no se ha sufrido: que por qué nos conmueve una guerra más que otra. En fin, ante el intolerable dolor de las muertes en las guerras en curso tal vez podamos reflexionar viendo la guerra entre Hamás y el estado de Israel que se suma a la de Ucrania contra Rusia y la docena de otros conflictos donde mueren seres humanos.
Cuando de guerras se trata, los tableros ideológicos y políticos se desordenan, se callan testimonios, se ocultan evidencias, se protege a los culpables; mucho de eso es lo que está aconteciendo. Por eso hoy, más que nunca, es bueno destacar a quienes son capaces de pensar en el futuro, en las víctimas, en los y las hijas de las víctimas olvidando jerarquías, importancia estratégica o cualquier otro dato que no sea la naturaleza humana de quienes sufren y causan sufrimiento. Eso es, por ejemplo, lo que ha hecho la Comisión de la Verdad de Colombia con su legado. Recuperar la memoria para seguir adelante.
La Comisión colombiana ha hecho un gran trabajo documentando las innumerables violaciones a los derechos humanos de las y los colombianos durante los años del conflicto armado. El riguroso y macizo informe puede encontrarse aquí.
Este trabajo ha sido posible en parte
gracias a la confianza otorgada por la sociedad civil ganada a pulso por los
comisionados. Y, en el caso que hoy nos ocupa, esa relación de confianza
otorgada por parte de las organizaciones feministas ha culminado en el
reconocimiento de la violencia sexual y reproductiva como crímenes de guerra.
Algo inédito. Cinco agrupaciones han logrado que la Jurisdicción Especial para
la Paz (JEP), que es el componente de justicia del Sistema Integral de Verdad,
Justicia, Reparación y no Repetición, reconozca la necesidad de otorgar un
tratamiento especial y diferenciado a los casos de violencia sexual, violencia
reproductiva y otras violencias en el conflicto armado; tal como lo explicaron
ampliamente en una reciente entrevista con la periodista María Jimena Duzán en
su programa A fondo.
La alianza Cinco Claves, conformada por el mismo número de asociaciones feministas y LGTBI+ ha demostrado la existencia de un rasgo común en el comportamiento abusivo y violador tanto de los grupos guerrilleros, de los paramilitares y de las Fuerzas Armadas: la violencia sexual como arma de guerra dentro de todas las organizaciones involucradas en la lucha armada sigue los mismos patrones. El patriarcado y el machismo las constituye por igual.
En la entrevista con la periodista Duzán se recupera la larga lucha de las mujeres de Cinco Claves que lograron incluir el tema de la violencia sexual en los acuerdos de paz, conversaron con todos los actores involucrados y movilizaron a las víctimas hasta convencer a la JEP sobre la importancia de reconocer la violencia sexual como crimen de guerra. En sus investigaciones documentaron las semejanzas que encontraron entre los perpetradores del Estado, la guerrilla y los gru laspos paramilitares. Mas de 35.000 denuncias mayoritariamente de mujeres donde un 35% eran niñas y niños respaldaron esta que es una contribución inédita en el ámbito de los derechos humanos. Así harán que este crimen no sea objeto de amnistía ni indulto.
Adriana Benjumea, una de las defensoras, relató el trabajo que tuvieron que hacer para despejar los prejuicios que impedían que la violencia sexual sea reconocida como crimen de guerra. Al ocurrir “fuera del campo de batalla” los abusos parecían accidentales hasta que ellas demostraron que “ni la revolución ni la defensa de la patria” podían justificar la violencia perpetrada por guerrilleros, militares y paramilitares.
Los patrones identificados son los mismos entre los tres grupos. Mujeres violentadas por militares contra las relacionadas con la guerrilla, mujeres violentadas por guerrilleros por ser consideradas parte del enemigo y finalmente los casos más atroces: las víctimas “intrafilas”, esas dentro del mismo grupo armado. Se trata de la violencia que se comete con sus militantes, niñas reclutadas o violaciones a compañeras o compañeros dentro de la guerrilla o las fuerzas armadas.
Mientras escribo esta nota se están acumulando las víctimas en Palestina, Israel y Ucrania sin mencionar las de otros conflictos y no sabemos cuánto habrá que esperar para que el ejemplo colombiano se repita. El paso dado en Colombia es gigantesco y sin embargo es nada más el inicio de una nueva lucha hasta que los autores confiesen y para que no se repita y seamos capaces de reconocer que hasta quienes apoyamos son capaces de violar a las mujeres. Entretanto, junto a las muertes están las sobrevivientes que mientras duren las guerras son víctimas potenciales de la violencia sexual y reproductiva de unos y otros.
Sonia Montaño Virreira es socióloga de formación y feminista de convicción.