Hay perogrulladas que no suman conocimiento, pero consuelan. Por ejemplo, decir que por malo que sea el presente, pronto será pasado. La perogrullada que le hace juego es decir que el futuro será lo que hagamos de él como individuos, como país y como humanidad. Y cuando pensamos en futuro, surgen dos conceptos principales: juventud y educación.
Lo que hagamos de la educación definirá lo que logren ser y hacer los jóvenes, y con su esfuerzo, el país. Así que las reflexiones sobre la educación son siempre pertinentes. Aquí quiero hablar de la posible relevancia de la Declaración de Bolonia para nuestra educación superior. Las referencias abajo son de Wikipedia.
“Proceso de Bolonia es el nombre que recibe el proceso iniciado a partir de la Declaración de Bolonia, acuerdo que en 1999 firmaron losministros de Educación de diversos países de Europa en esa ciudad”.
El objetivo que motivó este proceso fue armonizar los sistemas educativos de los países signatarios, de manera que, por ejemplo, un título otorgado en un país fuera aceptado en los demás. En el proceso de negociación de los acuerdos se desarrollaron conceptos que buscan dar a la educación europea mayor competitividad. Para esto se definió una estructura curricular que permitiese acortar las carreras y dirigirlas hacia la aplicación práctica para los estudiantes que buscan el pragmatismo.
Se trata de “un sistema basado esencialmente en dos ciclos de primer y segundo nivel. El acceso al segundo ciclo precisa de la conclusión satisfactoria del primero, que dura un mínimo de tres años. El título otorgado en este ciclo será utilizable en el mercado laboral europeo. El segundo ciclo debe conducir a un título de máster o doctorado”.
Y añade algo importante: “Los planes de estudio se estructurarán para mejorar la empleabilidad de los egresados, capacitándolos según las necesidades del mercado de trabajo y estimulando la mentalidad emprendedora entre los alumnos”.
Bolivia no tendría por qué copiar lo que hacen los países europeos, donde los bachilleres llegan a la universidad con mejor nivel de preparación, pero hay al menos dos aspectos importantes para nuestros estudiantes. Un curso superior de tres años, a diferencia de nuestros cuatro habituales (y, a veces, cinco), no solo es menos caro, sino que permite ingresar al mercado de trabajo un año antes. La “mayor empleabilidad de los egresados” hace que la perspectiva de efectivamente ingresar al mercado de trabajo sea mayor. Es decir, parece al menos lógico que nuestras universidades privadas, donde el costo del estudio es mayor, analicen el detalle de las propuestas de Bolonia para ver si en Bolivia tiene sentido, usando el modelo referido de tres años, ofrecer otro título, llamado, digamos, “diplomado europeo”.
Cuando el conocimiento ha aumentado en todas las disciplinas del saber, la idea de dar mayor empleabilidad en menos tiempo puede parecer sospechosa. El hecho de que venga de un convenio de dimensión europea, con el respaldo técnico sólido que debemos suponer, hace pensar que ese doble objetivo es alcanzable. La explicación está en la aplicación, además de mejores métodos de enseñanza, de una orientación más pragmática del currículo, cuyo contenido sacrifica, por ejemplo, materias de mayor amplitud humanista. Este aspecto ha provocado controversia en Europa.
“Desde sus inicios, el proceso de Bolonia ha recibido críticas en toda Europa por distintos motivos que van desde el cuestionamiento a la capacidad de mejorar la enseñanza universitaria hasta considerar que dichas reformas pretenden una política de mercantilización del mundo universitario y de la eliminación de la universidad pública”.
En Bolivia, la existencia de un sistema privado superior está bien aceptado y quizá no haya ese tipo de resistencia. Lo que no se debe perder de vista es que la propuesta no busca eliminar la posibilidad de una carrera más teórica, dirigida a la investigación o a responder a las expectativas de alumnos más interesados en entender a fondo que en aplicar rápidamente. Para estos están la maestría y el doctorado.
Una universidad privada, por su naturaleza, debe diseñar sus programas para responder a las expectativas del mercado en todo el rango donde haya negocio y suficiente demanda. Al respecto, es relevante notar que parte del material de promoción de muchas universidades, aquí y afuera, pone énfasis en objetivos no realizables; el más común de los cuales es la formación de líderes, como si todos pudiesen llegar a ser uno.
Destrezas gerenciales las puede adquirir cualquiera, pero virtudes de liderazgo son otra cosa. Si no es un juego de palabras con la definición de liderazgo, esa es una oferta que no puede ser cumplida, excepto con las pocas personas que tengan las aptitudes necesarias. Adicionalmente, este excesivo énfasis en el liderazgo subvalora el papel que juegan los buenos segundos en el logro de objetivos institucionales. Es cierto que una publicidad que ofreciera formar buenos segundos sonaría poco glamurosa, pero esa es la realidad alcanzable.
Este tipo de promesas responden a una concepción equivocada de que el papel de la universidad es hacer que los alumnos realicen sus sueños. Nos sirve comparar con un gimnasio. Unos lo buscan por salud o para perder peso, otros para chequear, lucir atuendos o descargar la culpa de no estar haciendo ejercicio, y algunos para llegar a ser Mister Atlas o Miss Universo, etc. Ni el mejor gimnasio con el mejor entrenador personal podría hacer de todos un Mister Atlas, por más empeño que le pongan entrenador y entrenado.
El papel de una universidad no es hacer que se realicen sueños, sino que cada alumno que le ponga el debido esfuerzo alcance su máximo potencial en el camino que se propone. Los potenciales y objetivos son siempre distintos. No todos tienen las condiciones para todos los objetivos. Lo importante es que las expectativas se ajusten a la realidad de lo alcanzable y no se ignore la correlación entre sudor y logros, sin atajos fáciles. Una carrera en tres años implica intensidad y concentración en lo esencial.
Acortar el tiempo de las carreras o hacerlas más pragmáticas hace parte de una evolución del papel de la universidad, de una formación universal, que respondía a una sed idealista de saber, a ser proveedores de herramientas para el mercado de trabajo como respuesta a las nuevas demandas. Son papeles esencialmente distintos.
En cualquiera de estos papeles, es innegable la importancia de las universidades públicas y privadas en la formación de las nuevas generaciones. Son entidades con una gran misión: el desarrollo del país y, por esto, debe concernirnos a todos.