En el balance final, el MAS es un partido dirigido por gentes que no creen
en la democracia. No creen en la separación de poderes, no creen en la alternancia
en el poder, no creen en la libertad de expresión. Es un partido que se sirvió
de la democracia para llegar al poder y luego la violó, la prostituyó y quiso
mantenerla secuestrada.
De manera similar a los fascismos y comunismos, que representaron y beneficiaron momentáneamente a grandes masas, en última instancia terminaron destruyendo a sus países y economías.
El MAS se inscribe en esa categoría de partidos que, si bien no llegó a constituirse en abiertamente dictatorial y totalitario, no lo hizo porque le faltó tiempo. ¿Qué sucedería si el MAS logra regresar el poder? Afortunadamente Evo Morales no tiene filtros entre su cerebro y su lengua y nos lo dijo expresamente: milicias armadas, como en Venezuela, y eliminación de los medios de comunicación independientes, remplazados por medios estatales y comunitarios “fuertemente convencidos”.
El candidato del MAS; Luis Arce Catacora, asegura que “ahora sí” respetarán los términos democráticos y sólo se quedarán los cinco añitos que les toca.
Si las cosas no apremiaran, podríamos mirar las cosas de manera benévola e interpretar que hay tendencias en el MAS: una tendencia “evista”, que apunta a una dictadura de modelo cubano-venezolano, con un congreso reducido al babeo que accede a los caprichos del Jefazo. Y otras tendencias, más “renovadoras” y/o democratizantes, como las que mostró un MAS acorralado en los días inmediatos a la fuga del Jiliri Irpiri, como las que mostró una Eva Copa contemporizadora.
Pero el tiempo decantó las cosas y se demostró que el MAS no tiene tendencias reformistas o moderadoras. Lo demostró con los bloqueos del oxígeno en agosto, con el bloqueo parlamentario al 10 por ciento para salud, a préstamos internacionales y a la habilitación de bonos. Trabas y solo trabas con el propósito de inhabilitar a quienquiera otro que esté en el poder, sin ninguna perspectiva constructiva. Y la propuesta electoral del candidato Arce sólo apunta, como dijo alguien, a reparar los entuertos causados por el ex ministro Arce.
En el lado opuesto del espectro político ha surgido una psicosis colectiva, concebida por un antiguo estratega de los artificios masistas, actualmente al servicio de la sigla Creemos. Consiste en haber inoculado, como sólo él sabe hacerlo, la idea de que sólo el voto cruceño por el candidato Camacho será capaz de derrotar al MAS, pues el candidato Carlos Mesa es, de algún modo, tan socialista como Stalin.
Cualquier observación racional a estos extravíos (los números no les dan, queridos amigos) es percibida como una señal de enemistad con Santa Cruz, y se señala, también erróneamente, que por qué no se observa también la incapacidad del candidato Mesa por captar votos en su propio departamento natal, donde, lamentablemente el MAS gana por paliza. Así, se han reducido las complejidades de una cuestión de urgencia nacional a una banalidad de identidad regional.
El estratega del MAS Creemos ha logrado aglutinar a un buen número de cruceños bajo un argumento que les es caro: su identidad departamental, su creciente relevancia económica y política y por qué no deben resignarse a votar por un candidato que les es tan poco apetecible y “comunista” y adverso como Mesa, si tienen un candidato propio, conservador y cristiano.
El estratega es tan hábil que ha incrustado en ese extremo del imaginario cruceño que 13 es igual o más que a 28, y que, de alguna manera mágica, tercero es más que segundo e igual que primero ¡y que no creerlo solo es una conspiración colla!
Se le debe ganar al MAS en las urnas. Se debe votar por el mejor posicionado. SI fuera Camacho, sería Camacho. Pero tres no es y nunca será dos. Le pese a quien le pese. Los números son los números.
Robert Brockmann es periodista e historiador.