Entre las constataciones que ha producido la victoria de Trump está la de que la agenda liberal pasa por una crisis de aceptación, incluso entre los propios demócratas. La lectura general entre los analistas es que esta crisis ha sido causada en parte por excesos cometidos en nombre de esa agenda, pero que estos no han sido determinantes en el resultado final, papel que ha cabido a las frustraciones económicas y al temor que despiertan los inmigrantes.
Es absurdo negar esos excesos, pero es necesario recordar que durante su campaña Kamala Harris enfatizó su pasado como fiscal, su posesión de armas, su solidaridad con Israel y su desprecio por la causa palestina, el papel de su administración en la producción récord de petróleo y gas, y el rol de su partido en un duro proyecto de ley de represión fronteriza. Es decir, ella de woke ni un pelo.
Desde hace unos años, los críticos de la agenda liberal usan para dichos excesos la palabra woke. Al respecto, recordemos que (cito de Wikipedia): “Woke, sinónimo en inglés afroamericano de la palabra awake, se ha utilizado desde la década de 1930 para referirse a la conciencia de los problemas sociales que afectan más a los negros. A partir de la década de 2010 comenzó a utilizarse para referirse a una conciencia de la injusticia racial, el sexismo y la negación de los derechos LGBT”.
Añade el columnista David Brooks: “ser woke es ser radicalmente consciente de la podredumbre que impregna las estructuras de poder”; un sentido político muy distinto del que le quieren dar los críticos reaccionarios, muchos de los cuales parecen estar contentos de haber encontrado un uso malicioso para un concepto noble, como quien descubre que una cuchara de palo es un arma contundente.
El uso de la palabra woke en el sentido peyorativo que hoy se le quiere dar a toda la agenda liberal equivale a llamar “facho” a cualquiera que tenga ideas de derecha. Lo apropiado es referirse a aquellos excesos como “política de la cancelación”.
El columnista David French, republicano y conservador, en su artículo El mayor guerrero de la cultura de la cancelación es Donald Trump, dice: “(…) cada disfunción vista en la extrema izquierda ha surgido también en la extrema derecha, pero esta no ha sido repudiada, sino empoderada. Los estadounidenses deben ahora prepararse para un asalto a la libertad de expresión, la intolerancia extrema y una forma tóxica de cultura de la cancelación que incluye una avalancha de amenazas e intimidación”. (NYT, 21|11|24).
La crisis de la agenda liberal no tiene explicaciones únicas ni sencillas, pues ahí se mezclan las reacciones de hombres jóvenes que se sienten amenazados por el avance de las mujeres, la de trabajadores blancos que temen que los inmigrantes les quiten sus empleos, el antifeminismo dogmático, la transfobia, moralismos religiosos, prejuicios arraigados en años de perversión cultural, etc.
Un ejecutivo demócrata dijo que “se puede apoyar los derechos de los transexuales o se puede entender que hay ciertas cosas en las que vamos demasiado lejos y que una gran parte de nuestra población no apoya”. (NYT, 20|11|24) Es decir, todos tienen derechos, pero los de algunos van “demasiado lejos”. No perdamos de vista que estamos hablando de los elementales derechos de ser lo que uno quiere ser sin ser rechazado, de no sufrir violencia y de ir al baño que corresponde al propio género.
El ridículo argumento que se opone a esto último es que un hombre podría disfrazarse de trans para entrar a un baño de mujeres y violarlas. No sé qué idea se hacen esas personas de una mujer trans. Estos días, Alex Consani fue elegida la modelo del año, el mismo galardón que recibió hace unos años Noemi Campbell. Más probable es que ella sea violada en un baño de hombres que ella viole a otra mujer. Cuando trabajé en Francia el baño del laboratorio era unisex y nadie se hacía problema de oír mear sin saber la fuente.
El problema, claro está, es que algunas personas no quieren entender la diferencia entre sexo y género (o identidad de género, para ser más precisos). Para quien siga en duda, sexo es lo que está entre las piernas; género lo que tienes entre las orejas. No todos quieren ser lo que determina su sexo al nacer y no entiendo que se les quiera negar esa libertad trascendental, que no hace daño a nadie.
La importancia de la agenda liberal va más allá de una cuestión estadounidense pasajera. Allá ellos con sus elecciones. El objeto de esta reflexión es doble: reconocer las dificultades de avanzar que una agenda de cambio enfrenta en un proceso democrático y señalar la importancia de dicha agenda desde ciertos valores fundamentales que podríamos llamar humanistas.
Los cambios implican riesgo y la mayoría los rechaza por instinto. Un cambio importante solo es aprobado por votación si existe la convicción colectiva de que ese riesgo será compensado por sus futuros beneficios o que la situación se ha hecho intolerable y, en ambos casos, si hay un liderazgo que produzca la convicción correspondiente, más en el terreno del imaginario que de la razón. Unos líderes construyen esos imaginarios como sueños y otros como pesadillas. En las votaciones, las pesadillas derrotan a los sueños.
La verdadera agenda humanista es una agenda de principios, pero en su implementación estos se convierten en programas, estos en fórmulas, de ahí en slogans y estos en asociaciones negativamente inducidas que terminan por dar mal nombre a ciertas causas. Comprender y defender principios abstractos es propio de las élites intelectuales; rechazarlos por una consecuencia indeseada de la gente primaria. Cuando la opinión de las masas se forma en las redes, deja de haber un liderazgo intelectual que oriente. Las masas se rebelan, como diría Ortega y Gasset, e imponen sus prejuicios.
Pocas personas dirían que la exclusión, la desigualdad, la contaminación medioambiental o la represión son cosas buenas. Sin embargo, cuando los valores opuestos se visten de medidas concretas, surge el rechazo.
Cuando la agenda de la libertad incluye la de las mujeres sobre su cuerpo, cuando la lucha contra la exclusión defiende la inclusión de las personas transgénero, cuando la lucha por el medio ambiente condiciona las inversiones, cuando la lucha contra la desigualdad exige el cobro de impuestos, cuando la inclusión obliga a convivir con todos los colores, aparecen los rechazos, que nacen de prejuicios y temores infundados, pero también de dilemas que se desprenden de visiones irreconciliables.
En última instancia, es inevitable que la discusión de las agendas se enrede en cuestiones de interpretación y aplicación, pero no se debe perder de vista el ideal de sociedad que está en juego; todo lo demás debería ser instrumental para alcanzar ese gran objetivo. Así lo plantea, por ejemplo, Rolando Morales en su reciente libro.
Los valores que definen ese norte colectivo han cambiado con el tiempo. Libertad, igualdad y fraternidad eran los de la Revolución francesa. Con la rusa bajó la libertad y subió el pan. En el modelo capitalista duro, prima la libertad y caen en picada la igualdad y la solidaridad. En la socialdemocracia, se mantiene la libertad, pero crece la solidaridad, etc. Esto es, bien entendido, una simplificación para ilustrar cómo la solución de dilemas sociales lleva a modelos distintos.
En mi ideal de sociedad, la que hubiera querido que hereden mis hijas y sus hijos, que es una variante de algunas de las ya propuestas en la historia, el valor supremo es la tolerancia, entendida como el respeto mutuo por el ejercicio de las libertades que no dañen al prójimo. En esa sociedad, los derechos son iguales y reales sin importar género o raza, no hay clases sociales, no se permite que el fuerte abuse del débil; se protege el medioambiente, aunque esto signifique un desarrollo económico menos vigoroso y se valoran la igualdad y la diversidad como bienes en sí mismos. Es un ideal que no veré realizado. Claro que lo sé.
Hoy está perdiendo el humanismo, se está imponiendo la intolerancia, la violencia económica y la desigualdad, el sacrificio del medioambiente y se están cercenando las libertades individuales. Están ganando los conservadores y el retroceso; está ganando el pesimismo.
Sin embargo, esto es una transición; el futuro será distinto. 82% de los ateos y 80% de los agnósticos votaron por Harris y se sabe que los ateos son el grupo más activo políticamente. El 61% de las mujeres de la generación Z se define como feminista, mucho más que cualquier otra generación y esas mujeres leen más y son más progresistas que los hombres de la misma edad. El futuro será femenino, ilustrado y ateo; tengo fe. Quien viva lo verá.