Ciencia y fe, ¿incompatibles?

Una de las preguntas más frecuentes que me hacen es sobre la supuesta incompatibilidad que tiene mi formación profesional en biotecnología y mi vida como creyente cristiana católica. ¿Pero son realmente incompatibles?

El desarrollo del método científico, fundamental para la ciencia moderna, tiene sus raíces en la labor de monjes católicos durante la Edad Media, irónicamente conocida en la leyenda negra como el oscurantismo. Estos religiosos no solo preservaron el conocimiento clásico, sino que también establecieron las primeras universidades, donde se cultivó el pensamiento crítico y la investigación. Figuras como Robert Grosseteste y Roger Bacon fueron pioneros en la formulación de un enfoque sistemático que incluía observación, hipótesis y experimentación, sentando así las bases del método científico contemporáneo.

Además, la Iglesia Católica promovió el estudio de diversas disciplinas científicas, contribuyendo significativamente a campos como la astronomía y la biología. La interacción entre fe y razón en este contexto demuestra que el avance científico no se opone a la espiritualidad, sino que puede ser visto como una forma de adoración a Dios en la búsqueda por comprender aquello que Él dispuso.

La relación entre la fe católica y la ciencia ha sido históricamente compleja, pero figuras como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Georges Lemaître, Gregor Mendel y Louis Pasteur demuestran que ambas pueden coexistir y complementarse. San Agustín estableció un puente entre la filosofía y la teología, argumentando que la razón puede iluminar la fe, mientras que Santo Tomás enfatizó la importancia de la observación empírica, sugiriendo que la fe no debe contradecir el conocimiento científico.

Lemaître, sacerdote y físico, formuló la teoría del Big Bang para explicar el origen del universo, mostrando que la investigación científica puede surgir de una perspectiva religiosa. Asimismo, Mendel y Pasteur, ambos con profundas convicciones católicas, hicieron contribuciones fundamentales a la biología y la microbiología. La Iglesia católica ha reconocido este diálogo entre ciencia y fe, afirmando que ambas buscan sobre todo la verdad desde dos enfoques que se complementan.

La historia de la ciencia está llena de figuras católicas que han hecho contribuciones significativas incluso entre mujeres. Hildegarda de Bingen, abadesa del siglo XII, destacó en medicina y teología, escribiendo sobre las propiedades curativas de las plantas. Mary Kenneth Keller, monja y pionera en informática, fue la primera mujer en obtener un doctorado en este campo en EEUU, contribuyendo al desarrollo del lenguaje BASIC. Miriam Michael Stimson, bioquímica dominica, revolucionó el estudio del ADN a través de su técnica de espectroscopía infrarroja; su trabajo fue empañado por otros científicos que ni la nombraron al momento de recibir el premio Nobel. Noëlla Marcellino, conocida como “la monja del queso”, investiga los microorganismos en la producción de quesos.

Usualmente en este punto, no falta quien intenta incomodar con la aseveración de que Galileo fue “muerto” por la Santa Inquisición. Hay que cambiar la grabación errónea. Hasta el físico y divulgador científico ateo Javier Santaolalla encontró la verdad al respecto.

Estos dos aspectos de mi vida se complementan constantemente. Agradezco a la ciencia la curiosidad que cultiva en mi ser, sin la cual no me habría animado a explorar el banquete de conocimiento que ofrece la fe Católica. Como decía San Bernardo de Claraval: busca el conocimiento para servir con caridad. Muchos más se beneficiarían de la ciencia si esta dejará de ejercerse con vanidad. Y como aún estamos dentro de la octava de Navidad, les deseo la bendición de Dios y que esta los acompañe en 2025.