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Mirada pública | 29/06/2024

Cancillería hace desaparecer un comunicado contra el Grupo de Puebla

Javier Viscarra
Javier Viscarra

En medio de todo el caos político de esta semana, la ineficiente Cancillería y seguramente un funcionario despistado redactaron un comunicado que rechazaba una versión del Grupo de Puebla, que sugería que un autogolpe de Estado estaría siendo generado por el presidente Luis Arce Catacora.

Claro, cuando horas después, de verdad se produjo la desarticulada intentona militar, este comunicado era un disparo al pie, a pesar de que la segunda parte del párrafo decía que “toda afirmación en ese sentido (endilgarle la autoría al presidente Arce) solo pretende encubrir el verdadero golpe de Estado, articulado y financiado por la derecha”. Entonces, por arte de magia, el comunicado salió de la página de Cancillería, pero la huella digital quedo y la captura de pantalla del documento atestigua esa gruesa chambonada. 

Seguramente él o la redactora del comunicado oficial tal vez olvidó o no sabe que el Grupo de Puebla se cuenta entre los aliados de los gobiernos del socialismo del siglo XXI.

En todo caso, la acción de un pequeño grupo militar en plaza Murillo, ocurrida el jueves 26 por la tarde, ha generado un impacto negativo en la imagen internacional de Bolivia. Mientras algunos han calificado el evento como un golpe de Estado, otros lo ven como una farsa mal montada.

Los eventos de 2019 no son comparables. En octubre de ese año, un fraude electoral evidenciado por la OEA desencadenó una insurrección popular que culminó con la huida del entonces presidente Evo Morales. La narrativa de un golpe de Estado se construyó posteriormente y ha sido asimilada en la percepción colectiva a través de una intensa campaña de propaganda. La presencia militar en las calles, ordenada en aquel episodio por la presidencia de transición, para supuestamente preservar la seguridad estatal, contribuyó a ese maquillaje histórico.

Mientras tanto circula en redes sociales un video que busca crear la narrativa de heroísmo frente a la adversidad, con un presidente corajudo enfrentando a militares, en contraste con un Evo Morales que huyó; ministros valientes mientras que los de Evo escaparon y como cereza de la pieza de propaganda, la comparación de Luis Arce con Salvador Allende.

Lo sucedido el pasado miércoles fue distinto a los hechos de 2019. La desorganizada intentona de alterar el orden constitucional involucró una decena de vehículos blindados Urutú y Cascabel, modelos obsoletos de la década de 1970. Las imágenes mostraron únicamente a los Urutú, de fabricación brasileña, equipados con ametralladoras calibre 7,62 mm. No se vieron los Cascabel, que cuentan con un cañón de 90 mm, a pesar de haber sido mencionados por el general Juan José Zúñiga, líder del inédito suceso. También se desplegaron una o dos compañías de soldados de la Policía Militar, con su armamento de dotación.

Los comandos de división y las grandes unidades permanecieron acuarteladas, sin intervenir ni respaldar la supuesta intentona golpista. Nadie con un mínimo de inteligencia militar concebiría un levantamiento con cuatro “fierros” y unos 200 soldados. Es absurdo. Todavía más insólito fue que la ministra María Nela Prada fue quien alertó al presidente de la presencia militar en plaza Murillo luego de mirar por su ventana del piso 22 del edificio que alberga al poder. ¿Dónde estaría la inteligencia del Gobierno que no se percató antes del tránsito de blindados y tropas por la ciudad? ¿Y por qué el ministro de Defensa, que dijo que detectó esos movimientos en horas de la mañana, no hizo nada?

Más paradójico fue que la revuelta militar fue encabezada por uno de los más conspicuos miembros de la inteligencia militar de Bolivia, un general que fue jefe del Departamento II del Ejército, responsable de toda la estrategia castrense y notoriamente leal al MAS.

Entonces, ¿qué sucedió realmente? ¿Por qué el supuesto cambio de Zúñiga? Probablemente, los bolivianos nunca lo sabremos, como muchas investigaciones que comienzan con gran expectativa mediática y comisiones parlamentarias, pero que suelen terminar archivadas en el olvido.

Los hechos inobjetables: hubo insubordinación militar en plaza Murillo, liderada por el entonces comandante del Ejército; no hubo enfrentamientos, salvo disparos de balines de disuasión (el ministro de Gobierno habló de balas); se transmitió en directo el enfrentamiento verbal entre el presidente Luis Arce y el sublevado; el grupo militar se retiró; Zúñiga reveló después que la salida de los blindados fue ordenada por el presidente; y finalmente, Arce Catacora disfrutó de un baño de popularidad en el balcón del viejo Palacio Quemado. Ahora, Zúñiga, detenido, tendrá tiempo de reconsiderar su historia y, tal vez algún día, compartirla con el país.

El resultado a nivel internacional es devastador: la imagen de país democrático construida durante más de cuatro décadas se ha trizado. El trabajo diplomático para presentar a Bolivia como un país serio, democrático, capaz de atraer turismo e inversiones, aparte de ofrecer rutas seguras para el comercio internacional, ha sido pisoteado. Los hechos negativos se acumulan, pero los sucesos del miércoles 26 de junio nos han expuesto como la triste imagen de un país bananero.

La aventura militar también coincidió con la realización de la Asamblea General anual de la OEA que el jueves aprobó, por aclamación, una resolución de condena a la acción militar y de apoyo a la democracia boliviana.

Será difícil recuperar la maltratada institucionalidad, restaurar la diplomacia para recomponer la imagen internacional y trabajar por convertir a Bolivia en un país serio. Sin embargo, siempre hay tiempo para enmendar.

Javier Viscarra es periodista, diplomático y abogado.




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