Bukelitos y mileicitos es la feliz caracterización de Sonia Montaño de los émulos nacionales del argentino Milei y el salvadoreño Bukele. El caos económico y de sociedad que nos dejan las dos vertientes del MAS ha dado lugar a la irrupción de partidarios de posiciones extremas, que califican de tibios a los proponentes de medidas sensatas y menos extremas.
Los bukelitos son partidarios de la mano dura, como era la que tenían los gobiernos militares. Critican a defensores de los derechos humanos de blandengues. Creo que la mayoría de los votantes apoyan que se combata enérgicamente y, sobre todo, eficazmente al crimen organizado y al narcotráfico. Seguridad ciudadana no es todavía un gran problema, pero podría sobrevenir. Pero no es apresando a los jóvenes, por tener un tatuaje, que se combate a la criminalidad ni creando la cárcel más grande de las Américas, como lo hace Bukele.
Los partidarios de la motosierra de Milei aplicada al sector público quieren dejar al Estado del tamaño de una cajita de fósforos. Soslayan que, en todas las economías modernas, los Estados proveen bienes públicos (defensa, seguridad y justicia) y semipúblicos (salud, educación y transporte) en complemento con el sector privado. Los estados modernos atenúan también las grandes desigualdades en la distribución del ingreso y de la riqueza. No creo que muchos bolivianos aceptarían una sociedad de unos pocos multimillonarios (mafias Pay Pal, como las llama The Economist) y una gran mayoría con dificultades para llegar a fin de mes. Creo que la mala distribución del ingreso (coeficiente de Gini de 60), capitalizada por demagogos, está entre las causas de la rebelión popular de octubre 2003. Por último, los Estados modernos cumplen un rol en la estabilización de las economías (Keynes vive).
Las economías avanzadas no tienen o tienen muy pocas empresas públicas. Ellas, cuando existen, están en un terreno nivelado con las empresas privadas. No obstante, en esas economías, la inversión pública ha tenido un papel central para el desarrollo de ferrocarriles y el telégrafo en el siglo XIX y del internet en el siglo XX, como lo documenta el libro de Mariana Mazucato de 2014.
El actual déficit nacional, de más de 7% del PIB por muchos años, son infinanciables en los mercados. Financiarlos con créditos del BCB, como se lo ha estado haciendo, conlleva el peligro de desatar una alta inflación. Tenemos la experiencia de los años ochenta y sabemos lo peligroso que puede ser la emisión monetaria excesiva.
Un tema espinoso es el de la eliminación del subsidio al diésel y a la gasolina, pero hay que hacerlo, con la condición de que se proteja a las familias más vulnerables. Es un tema de justicia y de viabilidad política.
Que van a tener que cerrarse empresas públicas no cabe duda. No tiene sentido alguno tener fábricas estatales de papitas fritas o de palitos de helado. Aún las grandes empresas públicas, si quieren mantener esa calidad, necesitan una reingeniería total. Si no se la logra, que pasen al sector privado.
Se tiene que recuperar la sanidad fiscal, pero no sólo por el lado de los gastos. Si se excluye los impuestos a los hidrocarburos, Bolivia tiene una de las presiones tributarias más bajas del mundo. No es cuestión de reducir esa presión, como lo quieren los mileicitos, sino de ensanchar la base de contribuyentes y de efectuar algunas revisiones necesarias a la imposición a los recursos naturales. Para atraer a la inversión extranjera, la tributación a los hidrocarburos y a la minería debe darle más peso al impuesto a las utilidades y depender menos de regalías.
El liberalismo de principios del siglo XX fue muy constructivo. Mucho de lo que es la parte moderna del país viene de esas épocas. No se desdeñó la educación pública, como creen los ultraliberales. El interludio neoliberal de 1985-2005 fue también de reformas imaginativas de largo alcance. Hay que recuperar lo que se ha perdido durante los gobiernos del MAS y adaptarlo a las nuevas condiciones creadas por los cambios tecnológicos y los mercados internacionales. Ese es el gran desafío. Los liberalismos del siglo XX no fueron los de Milei ni de Trump.
Juan Antonio Morales es PhD en economía.