Hoy domingo, Argentina elegirá entre Milei
y Massa. El primero conocido como “el loco” representa a una extrema derecha
raras veces vista, con un candidato que aunque a ratos pretende estar cuerdo,
no ha logrado disipar los temores sobre el desastre que provocará si aplica
aunque sea la mitad de las medidas que propone. Dinamitar el Banco Central,
romper relaciones con los principales socios comerciales por razones
ideológicas, vender órganos y niños, destruir el “museo de la memoria”, como
expresión de su negación de la violación de los derechos humanos durante la
dictadura y un largo etcétera. Además busca suprimir los avances en los
derechos de las mujeres, especialmente los sexuales y reproductivos.
Massa, por su parte, ha ofrecido –fiel a su trayectoria peronista– una serie de medidas populistas poco creíbles. Y es que el problema del hermano país no es solamente la mala economía. El peronismo ha construido una sociedad a su imagen y semejanza: voluble e imprevisible donde el toma y daca es el pan de cada día. El modelo rentista parece agotarse, pero son preocupantes sobre todo las ideas que alimentaban una convivencia entre héroes y villanos en la que los actos heroicos encubrían el engaño que ha alentado la desilusión de mucha gente.
Uno de los ejemplos más dolorosos es el de las Madres de la Plaza de Mayo, que habiendo sido la expresión más noble en la lucha por los derechos humanos, han devenido en un apéndice del kirchnerismo e incurrido en graves actos de corrupción a la cabeza de la fallecida Hebe de Bonafini . En Bolivia conocemos a Juan Grabois, otro ejemplar del peronismo decadente, que vino en 2019 y afirmó que vio caer cadáveres en el aire en los hechos posteriores a la renuncia de Morales, algo que ni probó ni desmintió.
Tal vez por eso el peronismo no ha sido capaz de detener el viraje conservador de amplios grupos de jóvenes, adultos mayores y clases medias empobrecidas que ven en Milei una alternativa y en Massa el mal menor. Saben que es un peronista camaleónico, con todo lo que eso implica, pero entre locura y corrupción prefieren la segunda.
Lo de la Argentina no es ajeno a lo que ocurre en el mundo: sistemas políticos debilitados, erosión de la democracia, presencia en aumento del crimen organizado, ofensiva de la derecha fundamentalista. En ese contexto la elección es entre morir envenenado o suicidarse. No es un momento para estar en los zapatos de las electoras argentinas. Es tan dramático el momento de esta elección que mucha gente ha metido su cuchara.
El primer grupo está encabezado por el inefable Mario Vargas Llosa quien con la publicación de su último libro “Les dedico mi silencio” ha anunciado una especie de harakiri intelectual; después de deambular con mala suerte en el mundo de la farándula ha decidido reincidir en la política, la peor de ellas, apoyando al loquito que habla con su perro. Lo apoya un grupo de abuelos como el español Mariano Rajoy, el colombiano Iván Duque y otros de similar estatura donde se ha colado Tuto Quiroga, el boliviano. No sé cuántos electores en Argentina estarán al tanto de la trayectoria de esos señores en cuyos países los recuerdan como los responsables de innumerables abusos, violaciones a los derechos humanos y actos de corrupción. Me imagino que serán pocos en Argentina los que miren con admiración a alguno de los firmantes agarrados de la leva de Vargas Llosa. El Nobel es el único llamativo.
En el otro frente se ha conformado un bloque semejante autodenominado “progresista” envejecido, que incluye al español Rodríguez Zapatero –conocido en Bolivia por su devoción por el expresidente Morales– a Ernesto Samper, de Colombia, quien se salvó de la cárcel a pesar de haber sido acusado de recibir dinero del narcotráfico para su campaña, y finalmente la expresidenta Bachelet de Chile, cuya presencia en ese grupo apoyando al candidato peronista solo se explica por ignorancia o por frivolidad.
Es un caso triste que un ícono de la lucha por los derechos de las mujeres como es Bachelet haya prestado su rostro a la política de unos viejos manchados por el oportunismo y la corrupción y que, tal como lo confiesan, ven en Massa la nueva alternativa. Es la política del mal menor de la que ese grupo de firmantes son la mejor expresión. Massa es hoy el mal menor para los progres, como lo fue Keiko Fujimori cuando Vargas Llosa la apoyó. En realidad, los firmantes de ambos grupos son una nueva versión del gatopardismo y han encontrado un candidato que se les parezca para que nada cambie (para ellos, ellas y los suyos) aunque claro, edulcorado al gusto.