Mery V., de 47 años, fue asesinada por su esposo con cuatro puñaladas en el pecho en Punata; Carmen S., de 38, fue hallada sin vida en un terreno de la comunidad de Sella, en Tarija, habiendo sido asesinada con disparos en el corazón; el cuerpo de Vivian G., de 44 años, fue hallado en la avenida Periférica de La Paz, murió a golpes, tenía hematomas en todo el cuerpo, incluidas las piernas; Abigail, de sólo 18 años, fue asesinada con golpes de martillo y cortes de cuchillo por su enamorado, de 16, en La Paz; Adela P., de 57 años, fue asfixiada en una casa de la avenida Brasil, en Oruro; en Colquiri, departamento de La Paz, una mujer de 85 años fue quemada viva en el interior de su casa; la causa de muerte de María Q., de 34, fue una agresión con arma blanca perpetrada por su pareja.
Esos siete casos ocurrieron en sólo cinco días de la segunda semana de junio, según recordó Página Siete.
Algo pasa en la psiquis de los varones bolivianos. Algún problema los convierte en personas inseguras, que no pueden tener una relación horizontal con las mujeres. Y probablemente de allí surge un fenómeno trágico: el país tiene uno de los niveles de violencia contra la mujer más altos del mundo.
Según una encuesta realizada en 2016 por el INE, siete de cada 10 mujeres que están casadas o están en unión libre declararon haber sufrido violencia por lo menos una vez de parte de su pareja durante su relación. El 44% dijo haber enfrentado algún tipo de agresión, en los últimos 12 meses. Todavía es más alta la incidencia de violencia que sufren las divorciadas o separadas. En ese caso, el 88% dijo haber sufrido maltratos después de haber concluido la relación. Finalmente, entre las mujeres solteras, la mitad de ellas ha experimentado algún tipo de violencia.
El 81,2%, según esa encuesta, sufrió algún tipo de violencia psicológica, el 68,2%, violencia física, el 61,2%, violencia económica y el 48,2%, violencia sexual. Según NNUU, Bolivia ocupa el primer lugar en la violencia contra la mujer en la región. Los varones generalmente se exasperan cuando su pareja “sale mucho”, “pasa mucho tiempo en el trabajo”, “tiene muchas amigas”, o cosas por el estilo.
Si a ello se añade los abusos ejercidos por profesores, hermanos, padres, tíos y otros familiares, los porcentajes de abuso son todavía más elevados. Para no hablar de los feminicidios, que sobrepasan los 110 al año, con una población de sólo 11 millones de habitantes. Perú, por ejemplo, tiene una cantidad similar de asesinatos de mujeres, pero su población es del triple de Bolivia, 32 millones de habitantes.
¿Qué pasa con los varones bolivianos? ¿Son los valores que reciben en su hogar? ¿Es el (mal) ejemplo de los padres? ¿Es la educación que reciben de la sociedad? ¿Todo ello empeora por la cosificación de la mujer que la TV alienta en sus programas y en la publicidad? ¿Y empeoran aún más con la frecuencia con la que dirigentes del MAS, empezando por el propio Presidente, se refieren a ellas de manera grosera e irrespetuosa? ¿A qué se debe este machismo tan enraizado?
Cualquiera sea la respuesta, ésta es una situación terrible, que debe resolverse de alguna manera. No puede ser que tantos varones tengan una incapacidad crónica para ver a la mujer como un ser autónomo, que toma sus propias decisiones.
Promesas de que este tema sería analizado para ser parte de la currícula escolar han sido sólo eso, promesas. Iniciativas para dar formación en derechos de la mujer (y derechos humanos en general) han sido muy pobremente llevadas adelante en las entidades uniformadas del país, cuyos integrantes suelen liderar los casos de violencia, junto con otros sectores, como transportistas y trabajadores mineros.
Las autoridades han perdido ya una década insistiendo en aprobar leyes y más leyes que no sirven, en vez de intentar el camino de la educación y la concientización (para lo cual los medios de comunicación deberían jugar un rol central).
Pero el problema, con todo lo serio que es, no se detiene allí. Bolivia es un país donde los padres ejercen violencia contra los niños (otro ítem en el que tenemos un triste récord regional) y la intolerancia es común, por ejemplo, con los homosexuales y en general con los que se perciben como distintos. Los bolivianos terminamos siempre resolviendo nuestros problemas haciendo explotar cartuchos de dinamita, apedreando autos o invadiendo con palos y piedras a una comunidad vecina. Resolver estos temas es uno de nuestros desafíos más grandes.
Raúl Peñaranda U. es periodista